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J.D. Salinger en la cubierta de la primera edición de El guardián entre el centeno (1951)

J.D. Salinger en la cubierta de la primera edición de El guardián entre el centeno (1951)

Quince años sin Salinger, el escritor raro que en realidad era normal

El autor de El guardián entre el centeno se hizo famoso, después de por su novela, por su célebre enclaustramiento que nunca fue cierto

Parte del mito de J.D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, la novela sobre el periplo del adolescente Holden Caulfield después de ser expulsado del colegio, escrita en el lenguaje de un adolescente, es, aparte del éxito impresionante (y constante, se siguen vendiendo centenas de miles de ejemplares anuales 74 años después de su publicación), su personal decisión de recluirse.

El falso huraño

Es el relato que ha permanecido durante décadas. El del escritor de éxito infinito que huye de él, que se encerró en su casa en el campo y que nunca más salió. Es más que posible que la creación pública de un personaje tan extremo ayudara a erigir la estatua. Salinger es un monumento íntimo para muchos de sus lectores, con sus particulares historias más allá de la de Holden. Seymour como un trasunto de sí mismo, el soldado traumatizado por los horrores de la guerra.

Franny y Zooey, los Glass, en definitiva, y poco más. O nada más. Después de eso no quedó más que el huraño, el ermitaño perfecto para adornar esas historias infantiles y adultas. Se dijo siempre que nadie le había visto después de convertirse en una estrella. Pero no era cierto. El neoyorquino puro de Manhattan, de Park Avenue, se fue a vivir a Cornish, en New Hampshire, en 1953 (dos años después de publicar El Guardián) y allí se murió el 27 de enero de 2010 a los 91 años tenido mayormente por un tipo raro y asocial.

Solo quería que le dejaran en paz

Pero lo único que no hizo Salinger fue publicar. Siguió escribiendo lejos del ruido, de tal modo que el mito verdadero no es del falso eremita, sino el de la verdadera obra que su hijo y albacea, el actor Matt Salinger, custodia y prepara para una próxima publicación anunciada sin una fecha que no llega nunca. J. D. (Jerome David) se apartó de los focos para escribir en el campo y llevar una vida normal.

No hace falta ni siquiera descubrirlo, por ejemplo, en las cartas que le escribió a un amigo británico, por las que se sabe que le gustaba el tenis, una afición normal. Porque era normal. Solo quería no ser famoso y que le dejaran en paz. Lo primero era imposible, pero lo segundo lo consiguió, mayormente. Están las cartas, con sus confesiones de persona corriente y también están las imágenes en el supermercado con el carro de la compra. También esa famosa en la que a buen seguro fue provocado y aparece retratado en actitud agresiva por alguien que está dentro de un coche.

Sus demonios de persona normal

Es verdad que se ocultaba, o más bien que no se mostraba, y ante la insistencia por fotografiarle o intentar que dijese algo reaccionaba alejándose como hubiera hecho cualquier persona normal que quería que le dejasen en paz. Era lo que necesitaba para escribir, que para él era vivir, era relajarse, confesarse, sacar sus muchos demonios de persona normal con sus particularidades de persona normal. Tardó diez años en escribir El guardián entre el centeno y dijo que cuando lo terminó se sintió muy aliviado por todo lo que había de él en Holden y que había salido.

Salinger se pasó la vida desmontándose en la intimidad. Pero no consiguió aislarse del todo como quería. Incluso en su alejamiento dio algunas entrevistas cuya conclusión fue mayormente que solo quería que le dejaran solo. Podía ser afable y también enfadarse. Quienes consiguieron hablar con él lo supieron. Sus amigos también lo sabían: escribió sin cesar, era su profesión y su impulso personal. Pero escribió para él porque la simple idea de publicar llegó a desestabilizarle. Esa fue su rareza de persona normal. Solo era un escritor que no quería publicar, ni su obra ni su vida, al que le gustaba el tenis.

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