Si Trump va a devolver la meritocracia a la sociedad, ¿devolverá también el talento a la cultura?
Lo «woke» encarna la fealdad en todos los ámbitos a los que ha alcanzado y a toda su ya eliminada (en EE.UU.) diversidad
Hace unos años se empezaba a hablar y a conocer (ya estaba plenamente estructurada en los lugares estratégicos como las universidades y las empresas) de la subcultura «woke», llamada así porque el nuevo hombre «woke» era (sigue siéndolo) aquel obsesionado por temas como el racismo o la intolerancia, hasta el punto de vivir para aleccionar a todo el que no cumple con las leyes de lo políticamente correcto.
La diversidad eliminada
Todo estaba perfectamente organizado por la ideología introducida en las instituciones como plan previo, pero del mismo modo todo se sostenía sobre pilares tan frágiles y a la vez tan resistentes como los maderos clavados en el fango que soportan Venecia. Pero Venecia es bella y lo «woke» encarna la fealdad en toda su ya eliminada (en EE.UU.) diversidad. No ha durado siglos y los que quedan, sino apenas unas décadas de introducción y unos pocos años de «apogeo».
Esa es toda su verdadera entidad, borrada en el justo cuadrilátero de la política en democracia. Ya quedaron muy atrás los aplausos silenciosos, las llamadas «jazz hands» que usó el primer Podemos del 15-M, y que como él ya son Historia o van a empezar a serlo debido principalmente, incluso más allá de la ley, al ridículo de considerar, por ejemplo en este caso, que el sonido de las palmas podía resultar agresivo para ciertas personas.
Totalitarismo disfrazado
Movimientos ideológicos, mal llamados culturales (la consecuencia de esto es ideología como principal fundamento del arte y la cultura contemporáneos, otro caballo de la batalla cultural), como Black Lives Matter o MeToo, ahora parecen exactamente lo que son sin el apoyo estatal: estratagemas del neomarxismo, lo «woke», para reaparecer en la sociedad. Pero hasta aquí han llegado. Su desmontaje se prevé arduo, pero relativamente sencillo ya que sus bases son de fango, palabra muy actual.
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Es curioso que lo «woke», tan plural y diverso en apariencia, no admitía la discusión, la argumentación. Era (es) un totalitarismo disfrazado que ha recibido de su propia medicina: eliminación aplastante en Estados Unidos, su cuna, o guerra cultural en la Argentina de Milei, las cuales amenazan con contagiarse al resto del mundo. La mecha parece encendida y no parece haber nadie que pueda apagarla.
El regreso del talento
En realidad es el regreso de la democracia en el que se espera, en el ámbito cultural, el regreso del talento. La sociedad meritocrática que quiere Trump y el Occidente que «despierta» («woke») verdaderamente y no de forma programática, la ingeniería social, sin cuotas raciales o genéricas, quizá traiga de vuelta el talento y la inspiración al arte y a la cultura donde no quepan «performances», ni «instalaciones», ni mucho menos exclusivamente políticas, sin ninguna relación con la belleza como esencia artística.
La caída del «wokismo» se atisba como un varapalo para lo que los interesados quieren llamar «arte moderno». Vuelve el mérito a la sociedad y se supone que también ha de volver a la cultura. Es el fin, por ejemplo, de ese terrorífico y distópico párrafo con el que Disney presentaba sus películas clásicas:
«Este contenido incluye representaciones negativas o contenido inapropiado de personas o culturas. Estos estereotipos eran incorrectos entonces y lo son ahora. En lugar de eliminar este contenido, queremos reconocer su impacto nocivo, aprender y fomentar que se hable sobre él para crear entre todos un futuro más inclusivo. Disney se compromete a crear historias con temas inspiradores y motivadores que reflejen la gran diversidad de la experiencia humana en todo el mundo».
La «gran diversidad» ha sido eliminada como dogma. En Estados Unidos, con la orden ejecutiva de Trump, ya ni siquiera tiene espacio físico, ni personal, para desarrollarse. Es el fin de la guerra. El fin de personajes «culturales» como Greta Thunberg y de muchos llamados «artistas». Ya no hay sitio para la «transversalidad» y otros términos de ese lenguaje político. Tampoco para la confusión, para el revisionismo, para la cancelación de los clásicos. Vuelven los valores occidentales, su defensa, vuelven los principios. ¿Volverá con ellos el talento a la cultura?