
Daniel Mocher
El barbero del rey de Suecia
La brevedad interminable
Daniel Mocher (Hamburgo, pero Valencia, 1977) era ya una de las figuras destacables en el riquísimo panorama del aforismo español actual, gracias a dos libros muy estimables: Los días señalados (2020) y Los propios pasos (2022). Ahora da al salto a la poesía. Lo hace de la forma más natural, porque se inclina por el haiku, tan fronterizo con el aforismo, y porque ya había mostrado algunas vetas líricas en sus libros anteriores: «Plantar un almendro para seguir dando las gracias cuando ya no estemos aquí», por ejemplo. La colección de haikus (con algún tanka que no disuena en absoluto) se titula Entre las brasas del instante y se nos ofrece en bellísima edición de Calblanque Press (Cartagena, 2025).
No se asusten: a mí tampoco me entusiasma el título. Resulta, como ustedes han detectado de inmediato, excesivamente poético. Lo defiende con una cita del gran Emil Cioran: «Fuera del instante todo es mentira», pero es que esa cita, precisamente, es mentira, en la vida y en este libro, que tiene mucha verdad que escapa al instante. Véase: «Queda un verano/ de la infancia enredado/ en las moreras». Es verdad que «entre las brasas» conlleva una imagen de pervivencia, aunque acabándose. Y contiene un eco al inolvidable endecasílabo del capitán Fernández de Andrada: «antes que el tiempo venga muera en nuestros brazos», pero es un eco tan lejano que no compensa. También es verdad que el haiku del que se extrae el título es muy bueno (está en la selección del barbero). Para ser más fiel al espíritu del libro, yo lo habría titulado Interminable: «Que interminable/ el instante que rozo/ y nunca atrapo», dice otro de sus haikus. Nunca lo atrapa, tal vez, pero atrapa al lector en el asombro del instante que perdura en su emoción y su luz.
Tanto que Mocher se eleva a la condición de exponente del esplendor español del haiku contemporáneo, del que ya hemos hablado aquí. Se sabe inserto en una gran tradición, como puede verse en sus toques de sencillez nipona a lo Issa. «La hierba crece,/ a pesar de tu empeño/ la hierba crece». Y ha entendido muy bien ese discretísimo juego de espejos que tan bien se traen los clásicos japoneses con la biografía del autor al sesgo. Éste: «Bello y terrible./ Qué idilio el de las rocas/ y el mar Cantábrico», lo tenía que escribir un valenciano, no lo podía escribir Karmelo Iribarren, porque entonces sería tópico. Necesita la sorpresa mediterránea.
Los enriquecimientos son siempre de ida y vuelta. Y en este libro también aletea la tradición española. Ya citábamos, con una reverencia, la Epístola moral de Fernández de Andrada. Mocher juega, en bucle, con la tradición española que ya se hacía eco del haiku, como Antonio Machado, uno de los pioneros en la recepción de la pequeña y enorme estrofa japonesa. Escribe: «Es muy sencillo:/ cuando acabe el invierno,/ la primavera». Este haiku reinterpreta a Antonio Machado: «La primavera ha venido./ Nadie sabe cómo ha sido», y le añade algo, aunque sea un asombro más natural, que no deja de venirnos al pelo en estas fechas.No debo dar una falsa impresión. Ni el pasado aforista de Mocher hace estos textos simples máximas con las sílabas contadas ni tampoco su condición de haikus insertos en una tradición fecunda los convierte en piezas de laboratorio filológico. Estamos ante una poesía auténtica, de inteligencia emocionada, y hondura vivencial. Destacaría su condición de poesía amorosa conyugal y familiar: «Cuatro estaciones,/ y me sobran las cuatro/ si no es contigo». En tres versos breves, asume que el suyo es un amor que supera el tiempo, porque dura en el tiempo, pero da sentido al tiempo. Teniendo en cuenta la importancia que tienen las estaciones en la poética del haiku, podemos usar éste para ejemplificar cómo, siendo haikus perfectos, también son algo más, bastante interminable.
«Lo importante hay que esconderlo al alcance de todos», nos había aconsejado en un aforismo Daniel Mocher. Hagámosle caso y escondamos aquí, en las páginas del muy leído Debate, nuestros haikus suyos preferidos:
aunque del nido el gato
robó los huevos.
*
Cantan los pájaros.
Tanto agradecimiento
es contagioso.
*
Resurrección:
huele a higos el aire,
mi abuela ríe.
*
Yo llené el vaso,
trajo el jazmín mi hijo.
Sólo hay amor.
*
Siguen doliendo
los semáforos rojos
que no has cruzado.
*
Iglesia oscura,
incienso y cuatro viejas.
Dan pena y fe.
*
¿Qué truco hiciste?
Ya no estás en el mundo
y estás en todo.
*
La primavera
viene dando lecciones
de teología.
*
Sobre las hojas
de la rama y del suelo,
la misma brisa.
*
En las adelfas,
la belleza, el veneno.
Inseparables.
*
(Para Elena)
Ruego que todo
en mi vida suceda
como contigo:
arder entre las brasas
del instante y saberlo.
*
Junto a la rambla,
los almendros en flor
siguen su rumbo.
*
Cielos de otoño,
concierto de metales
en mí menor.
*
Abres los ojos,
me miras con amor
y empieza el día.