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Mariano Rajoy y Arthur Schopenhauer

Mariano Rajoy y Arthur SchopenhauerImagen generada con IA

La antítesis filosófica de Mariano Rajoy

El optimismo recurrente del expresidente del Gobierno contrasta con la propuesta de Arthur Schopenhauer

Las grandes citas de la selección española de futbol se viven de forma distinta desde que El Dbetae renaciera hace casi cuatro años. Los partidos de España en el Mundial de 2022 y la Eurocopa 2024 fueron analizados por el expresidente Mariano Rajoy en una serie de columnas que acapararon una gran atención.

Los comentarios del que fuera presidente del Gobierno estuvieron marcados por un espíritu claro: el optimismo. Ya en su primer texto después de la victoria frente a Croacia en el camino hacia el cuarto trofeo escribía: «Yo soy optimista. No hacerlo es de tontos… y de pesimistas». Su singular estilo se fue repitiendo una y otra vez a media que los de Luis de la Fuente superaban sus obstáculos. Mariano Rajoy se aferraba a su propia filosofía optimista y pedía «huir de los cenizos» en el titular de su columna tras el pase a cuartos, «solamente pronostican malas noticias».

Acertó el expresidente en su postulado, España ganó la Eurocopa y cerró su segunda colaboración con este periódico apostando por un buen papel en el Mundial. ¿Por qué no? Mariano Rajoy firmó, partido a partido, un breve tratado del optimismo que, muy seguramente, nada hubiera gustado a Arthur Schopenhauer, el filósofo que hizo del pesimismo su bandera.

Voluntad y dolor

El autor alemán desarrolló a comienzos del siglo XIX una propuesta metafísica que influiría sobremanera en pensadores posteriores como Friedrich Nietzsche. Según Schopenhauer, cada cosa en el mundo se manifiesta como voluntad, querer ser. Pero que esto sea así lleva a la insatisfacción puesto que el deseo nunca es colmado plenamente llegando a la conclusión de que «toda vida es esencialmente sufrimiento».

En las antípodas de Rajoy, el filósofo da la vuelta a prácticamente todos los postulados anteriores y asegura que la felicidad, el placer, es simplemente ese momento en el que conseguimos cumplir un deseo y, por lo tanto, «suprimir un dolor», aunque siempre aparecerá otro después. Influido por corrientes esotéricas orientales, la solución a este continuo problema estaría en la anulación de la voluntad y la consecución de una especie de nirvana. «El fin de nuestra existencia no es ser felices», concluirá Schopenhauer.

Un mundo que casi no es

En su gran obra, El mundo como voluntad y representación, el alemán se enfrenta cara a cara con Leibniz y su Teodicea. En ese texto, el racionalista encara el famoso problema de Dios y la existencia del mal. Para él, el mundo creado es «el mejor de los mundos posibles» puesto que el Creador, en su perfección, entraría en contradicción con su propia naturaleza. En definitiva, no existiría el bien sin la capacidad de obrar mal.

Frente a este postulado, Schopenhauer considerará que vivimos en el peor de los mundos posibles. Según su teoría, la situación es tan precaria que todo se sostiene «a duras penas» y con el más ligero cambio «no podría ni siquiera seguir existiendo».

El pesimismo del alemán marcaría a un joven Nietzsche que en su Nacimiento de la tragedia recordaría cómo los héroes del teatro griego sufren terribles penas a pesar de tratar de hacerlo todo bien para evitarlo, como Edipo. Muy lejos de esta corriente, como ya hemos visto, un Mariano Rajoy que prefiere el optimismo porque «cualquier otra actitud solo nos traerá tristeza y melancolía. Y a eso que se apunten otros. A ustedes les recomiendo que no lo hagan. No ganarían nada».

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