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La artista Bárbara Allende Gil de Biedma, Ouka Leele

La artista Bárbara Allende Gil de Biedma, Ouka Leele, ha muerto a los 64 años, víctima de un cáncer.

Ouka Leele: la mirada mística sobre la realidad

La muerte de Ouka Leele vuelve a desvelar las razones últimas de la creatividad del artista: ese que busca el fondo de color y, al final, lo encuentra en la luz que danza y se refleja ante sus ojos

Algo tendrá la muerte que, con su halo de sombra, ilumina y santifica los iconos que, tantas veces, hemos dejado olvidados de cara a la pared. Ha sucedido de nuevo con Bárbara Allende Gil de Biedma. Su desaparición imprevista tras una larga enfermedad, ha abierto de par en par el misterio de su vida para todos aquellos que la hubieran encasillado como una artista bohemia y algo frívola, más o menos reconocida, de aquella Movida madrileña de chapita, postureo y colorete exagerado, como casi todas las movidas.

Un brote de color entre las sombras

Algo tendrá la muerte para hacernos mirar distinto aquello que teníamos delante, sin apenas darnos cuenta. Y de nuevo ha vuelto a suceder con esta niña de sesenta y cuatro años, que se escondió detrás del nombre imaginario de una estrella en un firmamento imaginario de El Hortelano. Ella misma se maravilló del sonido de ese nombre rotundo, evocador y extraño: «Ouka Leele»; y comenzó a firmar con él sus imágenes de fotógrafa, a la que le cayó una cámara en las manos, casi por casualidad.

Algo tendrá la muerte. Algo debe tener para que ella sola desvele de improviso toda la trama escondida de la vida de alguien a quien creíamos conocer y, quizá, sólo habíamos catalogado con algún que otro prejuicio y alguna que otra hipérbole. Ahora ya no importan los premios; y recibió muchos. Ya no importan los adjetivos y las ponderaciones. Lo que importa es la obra que, ahora, se muestra límpida y cristalina; no como al principio.

Porque al principio Bárbara, como todos los grandes artistas, no se daba cuenta de su don; sólo sufría el impulso irrefrenable por contar poéticamente, a través de las imágenes, un anhelo: el anhelo de hacer brotar el color dentro del abismo que se abría entre la carne gris, blanca y negra de los retratos; el ver brotar un color nuevo y distinto de los demás; un color que resucitara la realidad que, una vez cazada con el objetivo como una mariposa, decaía entre los estertores, cada vez más apagados, del asombro.

La poesía en la mirada

Ella misma reconocía en otra de sus muchas facetas este extremo: «este papel tan blanco/este papel tan virgen,/ me deja contarle todo/ hasta lo más innombrable sin alterarse,/sin aspavientos,/sin críticas ni juzgamientos./La poesía es, pues, el grito que yo canto,/al son de mi atribuido/silencio»; porque también practicaba la poesía de la palabra, además de la del color para intentar, de algún modo, satisfacer esa sed extraña de belleza que nunca muere, a pesar de la tristeza o la pena que a veces hacen olvidar nuestro valor infinito de criatura:

«Dentro de una flor,/se siente la caricia que casi no toca/pero conmueve, /el perfume/que de tan dulce hiere,/y yo estoy aquí/en medio de este jardín,/rodeada de quietas compañeras,/ de luna y sol sus formas,/de viento y lluvia sus aromas/ y de nuestras almas sus colores,/ aquí en medio y no recuerdo,/aquí en medio y me olvido/ de qué bellos colores he sido hecha».

1978

1978

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El amor absoluto

Con la madurez fue olvidando menos. Se fue haciendo cada vez más consciente, más despierta, más viva, como se podía escuchar en su voz de meditabunda tímida e introspectiva, ninfa de acuarela y tinta, que casi pedía disculpas por hablar, y ya sólo lo hacía para recordar que su inspiración, su sentido, su fuente viva de fulgor vibrante, latía para siempre en la comunión vital con los otros: «No hay libro tan abierto como la vida. Pero, sin embargo, yo escribo, utilizo la palabra para comunicar esta vida que brota de mí hacia los demás, y que viene de los demás hacia mí».

Bárbara ya no es la musa rebelde del arte de la fotografía, y dentro de un tiempo sólo recibirá palabras grandilocuentes en los aniversarios, cuando toque recordarla. Ya no es ejemplo de transgresión ni icono de una generación sedienta de libertad. Porque ahora es ya otra cosa. La misma de siempre, pero otra, ahora con más color, si cabe; con el color transfigurado y nuevo. El color puro que Ouka Leele buscaba en los pigmentos, en los negativos, en la cura del arte y «el Amor absoluto y sin normas del Evangelio».

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