El Museo del Prado pone en evidencia la revolución que supuso la escultura barroca española
Una muestra de la pinacoteca madrileña explica cómo pintura y escultura se dieron la mano para crear un arte nuevo en España
El contexto histórico era el siguiente: la reforma protestante encabezada por Lutero y Calvino en el siglo XVI había acentuado las divisiones religiosas y políticas en Europa.
Para los países protestantes, el anticatolicismo se había convertido en una cuestión de Estado en la que política y religión se entremezclaban.
La Iglesia, a la búsqueda de un rearme pastoral que le permitiera hacer frente a las nuevas herejías que habían roto la unidad espiritual de occidente, dio un paso de gigante con el Concilio de Trento, de donde saldría no solo una Iglesia renovada, sino también una nueva forma de hacer arte al servicio de la evangelización.
En España, el arte de la contrarreforma alcanza su máxima expresión en una escultura donde los maestros escultores juntan sus fuerzas con los maestros de la pintura para dar como resultado unas imágenes que parecen cobrar vida, de un naturalismo que impacta por su realismo, expresividad y detallismo casi de orfebre.
La madera como materia principal, las policromías vivas, la concepción teatral con una escenografía pensada al milímetro y donde no se deja nada al azar…
En el siglo XVIII las iglesias españolas se llenan de retablos y esculturas policromadas barrocas al servicio de la labor pastoral de la Iglesia con una finalidad muy concreta: reafirmar al pueblo en la fe en un siglo de divisiones religiosas.
Hoy puede que estemos familiarizados con esta tipología de escultura en madera policromada que parece viva. Al fin y al cabo, la escultura barroca inunda prácticamente todas las iglesias de España, desde las grandes catedrales a las pequeñas parroquias rurales.
Pero, en su día, la irrupción de la escultura barroca debió generar una honda impresión en los fieles, quizás similar al efecto que la llegada del CGI al cine causó en los espectadores.
Un espectáculo que todavía hoy sigue causando profunda impresión, como queda en evidencia cada Semana Santa en unas procesiones que, resulta asombroso si uno se detiene a pensarlo, siguen conmoviendo a las masas con pasos concebidos hace 400 años.
El Museo del Prado recoge todo ese contexto en la exposición Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro, donde se reflexiona sobre la simbiosis extraordinaria que se dio en el Siglo de Oro español entre pintura y escultura para dar lugar a una escultura barroca cuyas expresiones más altas aún causan asombro al espectador de hoy.
Maestros como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán elevaron la escultura barroca española a la categoría de arte absoluto, y sus obras servirían de inspiración y modelo en los siglos venideros.
El Prado expone en esta muestra comisariada por Manuel Arias Martínez, jefe de Departamento de Escultura del Museo del Prado, obras como Buen y Mal ladrón de Alonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval, todas ellas adquiridas recientemente por la pinacoteca.
De la escultura grecolatina, la escultura religiosa del barroco español toma esa connotación sagrada y la asume como herramienta para la evangelización, para transmitir el mensaje de Salvación mediante la representación de santos y mártires o de la misma vida y Pasión de Jesucristo de una manera que conecte de forma directa con el sentido religioso de los fieles, que ven en esas imágenes el triunfo de Jesús y su Iglesia.