Sorolla y el brillo de la fe
En el centenario de la muerte del pintor, y tras celebrar una misa por su eterno descanso, repaso la grandeza y profundidad de su pintura religiosa y su devoción a la Virgen María
Es el centenario de la muerte de Joaquín Sorolla, que falleció en Cercedilla (Madrid) el 10 de agosto de 1923, a los sesenta años. Era algo más joven que Velázquez, su gran maestro, que había llegado a los sesenta y uno. Los genios viven intensamente.
Siempre me llamaron la atención los brillantes blancos y azules de los mares y cielos valencianos del «Pintor de la luz». Estos días, antes de celebrar una misa en Cercedilla por su eterno descanso, he repasado libros y catálogos, he visitado la exposición que se exhibe en el Palacio Real de Madrid y, con especial interés, el Museo Sorolla, hogar y taller madrileño del artista, felizmente conservado casi intacto, con su casa y jardín.
Sorolla y su devoción por la Virgen
La casa de Sorolla está llena de imágenes de la Virgen. Me sorprendió. He contado diez. Algunas parece que forman parte de la hermosa colección de tallas, bronces, mármoles, cerámicas y muebles atesorada por el gran pintor, situadas, es verdad, en lugares destacados. Pero otras pertenecen casi a la estructura de la casa, marcando lugares claves del hogar, con un sentido indudable de devoción mariana.
La hermosa logia exterior por la que se accede a la puerta principal está presidida por una Virgen con el Niño casi en pie sobre su regazo, ambos en blanco sobre fondo azul; una cerámica de estilo renacentista italiano, enmarcada por una guirnalda de hojas, uvas y otros frutos que remata por arriba la escena en un arco de medio punto.
En el zaguán, el poderoso dintel de la puerta que se abre al salón central de la casa, en lo alto de una escalera de seis gradas, lleva incisas en el mármol blanco las letras del saludo angélico: SALVE. Saludo para el que llega. Pero también, sin duda, en referencia a la Virgen, cuya imagen, aquí en una especie de icono de madera, campea sobre las letras, en lo más alto de este espacio, por encima también del pequeño retrato de Velázquez con el que el visitante se ha encontrado de frente justo al entrar desde la logia exterior.
Ya en el corazón del hogar, el comedor, es de nuevo una imagen de la Virgen la que preside. Esta vez, un gran medallón de piedra en tonos crema situado sobre la chimenea de mármoles rojizos que ocupa el lado estrecho y ciego de la estancia rectangular. La Virgen tiene el porte de una matrona romana, sentada, cuya cabeza sobrepasa un poco el borde del medallón. Sobre sus piernas hay un libro abierto en el que se recuesta el Niño, ya mayorcito, situado de pie frente a la madre. Sorolla ha pintando en tela una enorme guirnalda que corre por el ancho friso en lo alto de las cuatro paredes del comedor. Sobre la chimenea la guirnalda cae en dos grandes colgantes que enmarcan con elegante solemnidad, a derecha e izquierda, la imagen de la Virgen.
Al comedor se puede entrar desde el salón central de la casa o desde una especie de office situado en el lado opuesto al de la chimenea. ¡De nuevo una imagen de la Virgen en este último espacio, sobre la puerta que da acceso al comedor! Quien entra por aquí tiene a la vista esta imagen y, a la vez, al fondo del comedor, la del medallón situado sobre la chimenea. Esta del office es un fino bajo relieve, cuadrangular, labrado en piedra color crema, enmarcado en una cenefa de cerámica blanca y azul. Representa a la Madre que acerca con ternura su cara a la del Niño, abrazado a ella con fruición.
La casa tiene también una puerta trasera, por la que ahora se entra al museo y antes a las cocinas y servicios. Sobre el dintel, una arco de medio punto enmarca un medallón con la imagen de la Virgen, en cerámica, del mismo estilo italiano que la imagen de la logia de la fachada principal.
Las otras cinco Vírgenes que hemos visto, excepto una, son tallas de bulto redondo. No las describo aquí. Hay una fina Inmaculada, de Pedro de Mena, blanca y azul. Las hay románica, góticas y renacentista. Estas se pueden entender como piezas de la colección de arte. Pero las cinco recién descritas marcan los puntos angulares de un hogar que alguien ha querido poner bajo el signo de María.
Una casa consagrada a María
Sabemos que una vez Clotilde, cuando Joaquín, su novio por entonces, se marchaba a Roma en sus primeros viajes de estudio, le entregó una estampa de la Virgen. ¿Fue ella misma la que, pasado el tiempo, quiso poner a María en los lugares de honor de su casa de Madrid? Tal vez. En todo caso, su esposo seguro que también lo quiso.
Joaquín Sorolla pintó pocos temas expresamente religiosos. Se pueden ver casi todos en el catálogo de la exposición Sorolla, tormento y devoción. Entre ellos destaca el lienzo titulado Virgen María, que regaló a su suegra en torno a la fecha de su boda con Clotilde, que celebraron el 8 de septiembre de 1888, precisamente el día de la fiesta del nacimiento de la Virgen. Es una imagen en tonos blancos y azules, llena de recogimiento y ternura.
También por aquellas fechas, Sorolla pintó para su esposa otro lienzo de devoción que se conoce como Santa en oración. Algunos la identifican con santa Clotilde y adivinan en ella el perfil de la mujer del pintor, su musa indiscutible y reina de su hogar. Este lienzo ocupó un lugar preferente en el taller del pintor.
Sorolla pintó también más de una vez a Jesucristo. El más notable de ellos es sin duda el del gran lienzo, de cuatro por cinco metros, restaurado hace poco, que ha pasado este mismo año a las colecciones del Museo de Bellas Artes de Valencia. Conocido por las palabras evangélicas que figuran arriba (Yo soy el pan de la vida), fue pensado para ser el centro de la mansión del empresario y diplomático chileno Rafael Errázuriz en Valparaíso. Sorolla escribía a un amigo mientras lo pintaba: «Tengo una gran pasión por mi cuadro de Jesús, es una impresión fuerte y vigorosa». Lo terminó en Valencia en el verano de 1897.
El Señor aparece en ademán de orador, de pie en una barca, muy cercana a la orilla, donde una multitud abigarrada y colorista se agolpa para escuchar al Maestro. Vestido con un manto rojo, su figura se recorta sobre una gran vela traspasada por la brillante luz del cielo del mar de Galilea. Lo acompañan Pedro, Juan y Santiago, sentados en la barca, a la que un niño está trepando desde el agua, oculta tras un bosque de lirios, mientras otros pequeños sujetan en tierra los aperos de la pesca. Barcas, mares, cielos, niños... son los temas que emergen estos años en los lienzos de Sorolla y que lo harán encontrar la pintura de su verdad.
Según el Evangelio, «yo soy el pan de la vida» (Jn 6, 48) son palabras que Jesús no pronunció en la barca, sino en la sinagoga de Cafarnaún (cf. Jn 6, 59); al fin y al cabo, muy cerca del mar. Pero desde la barca habló otras muchas veces a tanta gente que lo seguía, a la busca de alimento para el alma. En una barca, cerca de su casa en Cafarnaún, les contó las parábolas del sembrador, de la cizaña, del grano de mostaza, de la levadura, del tesoro escondido y de la red del pescador (cf. Mt 13, 1-53).
En la misa por Sorolla, en Cercedilla, se proclama el Evangelio del día, que es el de la parábola del trigo y la cizaña. Desde la barca, bañada por la luz del cielo de Galilea, brillante como la de Valencia, Jesús ofrece una palabra de esperanza: «Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43). Por la misericordia infinita de Dios, es la luz en la que brillará Joaquín Sorolla, esposo enamorado y fiel toda su vida, amante de sus hijos y de su familia, pintor de los humildes y los niños, pintor de la luz, que quiso que su casa estuviera bajo el signo luminoso de la Madre, la Virgen María.