Agustín Fernández Mallo, Gran Apagón y cuenta nueva
El autor presenta en «El libro de todos los amores» una obra en tres tiempos interconectada que transcurre en buena parte en una Venecia en la que los sentidos van despareciendo
Venecia, como el París de Vila-Matas, no se acaba nunca. Es un compendio y corolario de la civilización y también, desde que sabemos que se hunde, que ha sido siempre, lo es de su extinción. En un mismo punto convergen el cero y el infinito, el orden y el caos. Venecia es la balsa de la medusa, la metáfora que las contiene a todas. No es extraño que cada quién, en esto de los libros, haya querido dejar su raya en el agua: de James a Mann, de Shakespeare a Hemingway. Entre todos han ido añadiendo un surco y, de esos surcos, por usar una metáfora del libro que nos ocupa, se ha hecho la sinfonía de una ciudad.
Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) añade una muesca a la ciudad más connotada del mundo, la del «mar de los teatros», con El libro de todos los amores (Seix Barral), que es Uno y Trino. La obra se divide en tres partes que se van alternando: una sería ensayística, otra poética y la tercera claramente narrativa. Cada una merecería un comentario independiente e individual, pero teniendo siempre en cuenta que se imbrican y se relacionan en Red, un concepto del que Mallo, el mayor propagandista de la Generación Nocilla, ha hecho bandera.
seix barral / 248 págs.
El libro de todos los amores
El apartado ensayístico actúa de elenco de distintos tipos de amores. Elenco bibliotecario y dieciochesco, cansino a ratos, sugestivo a menudo. Fernández Mallo lo fía todo a las relaciones entre conceptos, buscando describir mundos paralelos interconectados. De la cuántica al abrazo de los amantes. Transitar por cada una de estas entradas es lo mismo que enfrentarse a un agujero negro: hay quien opina que pueden conectar puntos distantes de la galaxia y quienes teorizan que un objeto cualquiera se estrellaría en su interior, aplastado por su enorme masa. Con este apartado sucede igual: a veces, tras apenas un viaje de 20 líneas, aparece uno en un escenario diferente y maravilloso, se ha abierto una grieta en el lenguaje y el cerebro relacional; en otras ocasiones, en cambio, caemos despachurrados por un exceso de masa encefálica; no hay nada al otro lado, más que la «brillantez» del autor ejercitándose en sí misma.
La parte poética del libro se representa en pequeñas píldoras que hacen de conversación entre dos amantes, supervivientes de un particular apocalipsis. Recuerda a los versos de Cunqueiro en Poemas del sí y del no. Son poemas inspirados, vegetales y minerales, telúricos y cósmicos.
Finalmente, un tercio del libro lo ocupa una narración distópica sobre un matrimonio de Montevideo que asiste en Venecia a la extinción de los sentidos humanos, a un Gran Apagón que engarza muy bien con el resurgir de una literatura y una sociedad agoreras. El tercer apartado implica a los dos primeros y los va dotando de sentido. De forma autónoma, capta rápido el interés del lector con una fantasía entre Borges y Bioy, con Aleph incluido.
Fernández Mallo podría haber escrito tres libros distintos y cada uno de ellos hubiera tenido un valor. El juego de supeditación e imbricación entre ellos no funciona mal, pero resulta anticlimático e irritante en ocasiones para los que aún somos demasiado analógicos, más lineales que cuánticos en esto de la lectura. Las falsas banderas de la búsqueda creativa, la forja de lenguajes y formatos, lastra a Fernández Mallo en mi opinión. Y así, en su cientifismo y filosofismo, en su necesidad de interpretar la posmodernidad con un envoltorio teóricamente posmoderno, se encuentra ese mismo vicio del «terror elevado» que tanto enerva a los amantes de toda la vida del género: si meto un claroscuro y un plano cenital se sabrá que no estoy sólo hablando de sangre y gritos, que yo no soy de esos, vaya.
Los amores de Fernández Mallo suceden en probeta, demasiado pendientes de la reacción que se genera entre sus elementos. Por eso a nivel general nos dejan un poco fríos. De El libro de todos los amores se sale con un puñado de buenas frases subrayadas, porque el autor es un poeta dotado, eso es innegable; pero no podemos decir que Fernández Mallo «diga» gran cosa a pesar de pasearnos entre la tierra y el cosmos. Hay un exceso especulativo y demasiado propósito que ahoga un hallazgo verdadero.