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Asesinato en el Hotel Paradise (XIII)

¿Por qué sigue en el Paradise, Fernando?

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Lu Tolstova

2 de agosto, 16:00

Fernando Manzanares olía a naranja. Estaba más arreglado que de costumbre. Con americana entallada gris y zapatos de Testoni. Se andaba ajustando el reloj a la muñeca cuando Silvia le interceptó en la recepción.

–Le veo bien, Manzanares.

Este enseñó sus dientes blancos.

–Me veo mejor cenando con usted.

Silvia rodó los ojos.

–Le llamaba para hablar unos segundos –vio su gesto comprobando la hora–. Será aquí, no llevará mucho tiempo.

Fernando aceptó y ambos se dirigieron a la ya establecida sala de interrogatorios, pasando por la antesala de suelo de piedra y fuente de la que burbujeaba el agua en el centro que evocaba un patio de una finca tradicional. Entraron, Silvia se sentó en la silla acolchada tras encender la luz de la lamparita, pero Fernando permanecía de pie, inquieto.

–Me gustaría volver a repasar su relación con los Wagner, decía que llevaba bastante tiempo trabajando con ellos, ¿podría confirmármelo?

–Eh… sí… bueno, no sé si muchísimos años, ya sabe. Conocía a Ludwig Wagner desde hacía tiempo, por eso dije lo que dije, pero oficialmente hemos trabajado juntos por el Paradise, así conocí a su hermano.

–Coménteme, ¿cómo empezaron a tratarse Ludwig y usted?

–Coincidimos en Los Ángeles. Inauguraron el primer hotel allí, ¿sabe? Me hospedaba en aquel y Ludwig me reconoció por ser parte del mundillo inversor. El cabrón tiene labia así que quedamos en hacer negocios en un futuro… hasta ahora.

A Silvia le picaba el puente de la nariz. Fernando mentía o no decía del todo la verdad y los gestos incómodos, ratificados por cómo rehusaba inconscientemente la mirada, se lo confirmaban. Envió un mensaje a una compañera para que investigara su pasado.

–¿Por qué sigue en el Paradise, Fernando? Imagino que tendrá bastante más ocupaciones.

Este se rio, deshaciendo la tensión que estaba formando.

–Necesito vigilarlo desde dentro tras todo lo ocurrido. No puedo permitir perder la inversión que…

–He estado mirando las cuentas, usted no es de los inversores más gruesos que tiene el hotel.

–Bueno… pero, eso es otra cosa. En nuestro acuerdo llegamos a pactar –arrastraba las palabras con una falsa seguridad, ignorando si podía contar lo que estaba expresando, pero incapaz de echarse atrás– que me quedaría con un 57 % de las acciones del hotel en casos como este.

–¿Dice casos como un asesinato?

–Digo casos como que la economía del hotel se pueda ir a pique. Mal marketing, desgracias estructurales, o, jamás se contempló, pero entre dentro de las desgracias, un asesinato. Me quedaría con el Paradise como su presidente, ellos seguirían eligiendo las decisiones del día a día a cambio de invertir lo que hiciera falta por relanzar su prestigio.

–¿Este hotel le pertenecería?

Manzanares asintió. El hotel dejaría de ser de un Wagner, este último quedaría relegado a ser un adjunto.

–¿Podría ver el contrato?

–Necesitarás una orden, inspectora. Comprenderá que no puedo dejarle ver un documento íntimo.

–Sabe que la conseguiré. Me ahorraría tiempo su colaboración, a no ser que tuviera algo que ocultar.

Fernando elevó una de las comisuras de sus labios. Tembló. Silvia sonrió como crío que consigue lo que quiere. Lo tenía pillado.

–Prepare la orden, yo busco los documentos que pide –contestó. Su tono se había vuelto más agudo –. Si no tiene otra pregunta, he de irme. Tengo una cita.

Silvia asintió. Dejó marchar al empresario y llamó a su equipo para que se pusieran en marcha con la orden y reiteró que el equipo informático rascara todo lo que pudiera sobre Manzanares. Había algo turbio con él. Se dispuso a salir cuando vio una cara reconocida entre las personas que entraban a recepción.

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