'Primavera de la muerte': cien años de Carlos Bousoño
Con motivo del centenario del poeta, profesor, académico y teórico de Literatura Carlos Bousoño, Tusquets publica su poesía completa
Acaba de cumplirse el centenario del poeta, profesor, académico y teórico de Literatura Carlos Bousoño (9 de mayo de 1923 - 24 de octubre de 2015), amigo íntimo y depositario del legado de Vicente Aleixandre. Releer sus versos supone recorrer el resultado de una práctica meditativa bajo el amparo, los auspicios y la compañía no solo de nuestro Premio Nobel de 1978, sino de varias generaciones y tendencias literarias. El más de medio siglo que abarca la composición del conjunto poético permite asistir a una variedad de asuntos y formas suficientes para que cada lector encuentre pensamientos conformes con sus gustos o con su momento vital.
De fondo, la obra creativa de Bousoño constituye una reposada y permanente reflexión sobre la existencia, sin apenas margen para aspectos no conscientes, y sin voluntad de retorcer el lenguaje. La búsqueda de la revelación del ser, la búsqueda del conocimiento a través de la poesía se sobreponen a cualquier otro principio estético.
En 1998, Bousoño publicó la versión definitiva de sus versos en un tomo titulado del mismo modo que su segundo libro (1946) y que su primera recopilación completa de poesía (1960). A modo de introducción, encabezó el volumen con un breve poema que resume la vocación de cantar verdades humanas y además sintetiza la doble influencia, por paradójica que pudiera parecer en otras épocas, surrealista y cristiana: «Fue en la claridad / donde comprendiste / tu media verdad. / Y la otra mitad / la reconociste / en la oscuridad. / En el negror más hondo. Ahí estuviste» (pág. 11).
tusquets / 856 págs.
Primavera de la muerte. Poesía completa (1945-1998)
La poesía de Aleixandre, objeto e interlocutor de varios poemas y de quien Bousoño a veces seleccionó versos como lemas (por ejemplo, «Mis oídos escuchan al único amor que no muere»), aletea entre las líneas de muchas páginas. También el primer Antonio Machado impregna los versos de Subida al amor (1945), Primavera de la muerte (1946) y Noche del sentido (1957) de misterio simbolista, ritmos melancólicos y tenuemente solemnes. Las composiciones hondamente religiosas, las estampas de Cristo, los sonetos propios de la corriente garcilasista y las alusiones a san Juan de la Cruz, préstamos y resonancias incluidos, se funden con la raigambre lorquiana del amor oscuro y con los tonos de la poesía desarraigada de posguerra. De tal fusión resultan imágenes de doble y triple interpretación, conforme a las prácticas del ultraísmo.
En Invasión de la realidad (1962) resulta más consistente el cruce de lecturas de los contemporáneos, desde Rilke hasta Vicente Gaos, y en distintas series surgen atisbos del Juan Ramón Jiménez que sugiere experiencias vitales a través de descripciones de la naturaleza; vienen ecos de los ritmos amplios de Luis Rosales en contraste con versos como los breves y precisos de Jorge Guillén, pero destacan particularmente los catorce sonetos casi seguidos de las partes segunda y tercera del libro, y se prefigura la metapoesía en ocasiones.
Irrumpe entonces el intento de transferir en ritmos y figuras la contemplación de la vida con el asombro de quien se siente arrebatado por su belleza. Oda en la ceniza (1967), Las monedas contra la losa (1975) siguen el lenguaje conversacional en boga, y las coincidencias con Luis Felipe Vivanco se alternan con las de los clásicos, como el deslumbramiento de la realidad se alterna con cierta aceptación desolada de lo menos placentero y del declive anunciado.
Bousoño tardó más de una década en publicar Metáfora del desafuero (1988), un libro extenso y compendioso, cuyo título indica la conexión explicativa con una estética, que en efecto se muestra particularmente en la tercera parte, pero el libro aúna los poemas dedicados a su mujer, Ruth, en la primera de ellas, con las elegías a Vicente Aleixandre -muerto entre la publicación de libro anterior y la de este-, con los poemas que giran en torno a la decadencia y la muerte y con otros temas de índole variada en las once partes que lo componen de modo quizás algo aleatorio, porque en El ojo de la aguja (1993), Bousoño mantuvo el interés por los mismos asuntos. En cuanto a El martillo en el yunque (1996) valdría tanto como el esfuerzo último antes de la jubilación poética de un maestro que continuó escribiendo y dictando conferencias en el nuevo milenio.