'Gozo': una propuesta para habitar el mundo y respirar
Azahara Alonso narra las motivaciones que le llevaron a trasladarse con una beca a una pequeña isla del archipiélago de Malta para darse un respiro y vivir, sabiendo únicamente «lo que no quería hacer» y colmando el silencio con la lectura
«¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?». Así comienza el relato de una voz narradora que en primera persona reconstruye la experiencia vivida, tras finalizar los estudios de Filosofía en 2010. Desafiando las voces que pudieran tacharla de holgazana por concederse un tiempo de tregua en un mundo que se llena de obligaciones para actuar siempre con premura, Azahara Alonso (Oviedo, 1988) narra las motivaciones que le llevaron a trasladarse con una beca a una pequeña isla del archipiélago de Malta para darse un respiro y vivir, sabiendo únicamente «lo que no quería hacer» y colmando el silencio con la lectura. Dos citas, extraída una de ellas de Isla de Puerto Rico: nostalgia y esperanza de un mundo mejor de María Zambrano («Las islas son el regalo hecho al mundo en días de paz para su gozo») y, otra, del escritor francés George Perros («¡Trabajar! ¡Trabajar! Como si tuviera tiempo»), marcan el tono que preside la obra.
Gozo pone, en primer plano, el vacío y la desazón que corroen al individuo contemporáneo, «la falta de propósito en un mundo que lo exige» (44) y, en segundo plano, propone un modelo de vida. La escritora nos invita a repensar lo que verdaderamente se anhela y defiende la necesidad de poner freno al ritmo vertiginoso para que el trabajo ocupe menos tiempo. Mientras glosa las palabras con que Georges Perec en Especies de espacios describe cómo los espacios se han fragmentado tanto en nuestra sociedad contemporánea que parece que el vivir consiste en «pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse», Azahara Alonso rememora la fascinación que sintió ante las palabras que se intercambiaron Pirro y Cineas, cuando el ministro romano le preguntó al rey de Epiro cuáles serían sus planes tras conquistar el siguiente imperio: «¡Ah!, descansaré», y el amigo respondió: «¿Por qué no descansar entonces inmediatamente?» (19).
Siruela / 226 págs.
Gozo
Con esta obra miscelánea que oscila entre la prosa poética, la crónica, el ensayo y el diario intimista, la autora del poemario Gestar un tópico (2020) apuesta por el distanciamiento de los ritmos imperantes. Partiendo de la tesis marxista con que el escritor cubano Paul Lafargue en Derecho a la pereza defendió la liberación de la esclavitud del trabajo, al concebirlo como una imposición del sistema capitalista, Azahara reacciona contra las obligaciones que imponen el activismo y el trabajo excesivo y contra la productividad esclavizante que deshumaniza e impide disfrutar de los pequeños detalles, y aboga por el cultivo de los tiempos de amistad y de silencio. Siguiendo la invitación de Bertrand Russell en Elogio de la ociosidad, propugna el desperdicio de las horas y el capricho de no hacer nada, de utilizar el tiempo según el propio antojo o de invertir un día en cosas aparentemente inútiles; se rebela contra la tiranía del tiempo y contra las prisas y se proclama, como hiciera Peter Handke, «amante de la espera» (99). En el mundo acelerado que nos rodea, elogia la defensa de lentitud que hace Carmen Martín Gaite en Recetas contra la prisa: «¿Por qué al tiempo de pensar le llamamos perder el tiempo?».
Recupera, asimismo, la escritora las reflexiones de Dean MacCannell en El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa sobre el turismo de masas que no exime a nadie de la obligación de visitar algunos lugares sacralizados (museos, ruinas, etc.), y nos invita a desaprender el estilo de vida que dicta que el ocio ha de ser productivo. Haciéndose eco del pensamiento de la antropóloga mexicana Valeria Mata en Todo lo que se mueve (2022), Azahara Alonso se rebela contra la apuesta turística por el consumo apresurado de los lugares, que no degusta el conocimiento ni propicia el descanso verdadero, y propugna «estar fuera-de-lugar» como estrategia de resistencia; de acuerdo con la invitación del sociólogo Rodolphe Christin en Mundo en venta (2018), propone reanudar las relaciones humanas, recuperar la capacidad de habitar los espacios «para explorar y crear, a una escala vecinal, las huellas de una vida cotidiana alegre y llevadera» (115) y regresar a los sitios ya vividos y recordados, como acostumbraba a hacer Luis Buñuel. Frente a los no-lugares de Marc Augé –los lugares urbanos anónimos, de tránsito o de espera, creados por la vida moderna–, la escritora defiende la relación estrecha que se puede mantener con los espacios habitados, como hizo el escritor polaco Józef Wittlin con su querida Lvov, la ciudad de su infancia.
Con prosa cincelada, mirada poética y sensibilidad lírica, Azahara Alonso escribe un ensayo híbrido, que se encuentra impregnado de anotaciones biográficas, recuerdos de la infancia, documentación histórica o disertaciones filosóficas. Mientras dialoga con Séneca y con Yun Sun Limet (Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular), con Susan Sontag (Sobre la fotografía), con Mariano Peyrou (Posibilidades en la sombra) o con Annie Ernaux (Mira las luces, amor mío), reflexiona también sobre la escritura propia y ajena de la mano de Roland Barthes: «la literatura no permite andar, pero permite respirar».