'Dios. La ciencia. Las pruebas': por qué creer en Dios viene avalado por la ciencia (y por la astrofísica)
Michel–Yves Bolloré y Olivier Bonnassies exponen cómo ha evolucionado la forma de relacionar la investigación científica y la creencia en Dios: de un modelo que prescindía de un Creador a otro modelo que requiere de un Creador
La discusión entre religión y ciencia, o entre la existencia de Dios y la investigación científica, constituye uno de los debates más relevantes desde el comienzo de la Modernidad y, sobre todo, a partir del siglo XIX. Una de las actitudes más específicas de la Modernidad ha consistido en creer que la existencia de Dios resulta irrelevante: haya o no un Creador, el universo y la voluntad del hombre funcionan de manera autónoma. Esto ha conducido, en la práctica, a dos planteamientos; por un lado, el de cariz masónico, consistente en admitir e incluso reverenciar a un Ser Supremo que ha hecho posible el cosmos y la presencia del hombre en esta tierra. Por otro lado, quienes ni siquiera se molestan en asumir que pueda haber un Dios. Pero, en ambos casos, se da la convicción de que Dios ya no actúa en el mundo ni es legislador. Frente a estas maneras de funcionar, sigue habiendo creyentes que, además de reconocer a Dios como Creador, entienden que no se ha desentendido del universo ni del hombre, pues ha dejado impresa su huella y su ley, e incluso continúa ejerciendo un sutil influjo mediante la Providencia.
En cualquiera de estos casos, la creencia o increencia venía siendo una decisión personal, puesto que —se pensaba— la ciencia nada tiene que decir al respecto. En otros siglos, los argumentos filosóficos —y la teología de Tomás de Aquino— aportaban razones de peso para aceptar que un Ser todopoderoso, trascendente y eterno nos ha creado en un designio repleto de sabiduría y belleza.
Editorial Funambulista / 576 págs.
Dios. La ciencia. Las pruebas
Este podría ser el contexto en que se presenta Dios, la ciencia, las pruebas, libro escrito por dos autores cuya formación académica inicial es la ingeniería. Una parte de su voluminosa extensión se dedica a describir un flujo y reflujo de creencia e increencia a lo largo de la Modernidad y entre los científicos. La tesis fundamental de esta obra postula que los descubrimientos de las últimas décadas —en especial, en astrofísica y en física cuántica— apuntan a un universo finito y diseñado al milímetro, de lo que cabe colegirse que es obra de un Dios creador. A fin de cuentas, Bolloré y Bonnassies constatan que, desde hace una generación al menos, el consenso científico se ha topado con una serie de hallazgos que vuelven a dejar bien abierta la cuestión, de manera que cualquier atajo para demostrar que sólo existe la materia no conduce a una solución satisfactoria, sino más bien al revés. Bolloré y Bonnassies incluso se aventuran a señalar que el materialismo contradice la razón. En todo caso, el ateísmo es mayor entre científicos que en el común de la población.
En este sentido, el libro —en su primera mitad— se caracteriza por una mezcla de abundante divulgación científica y exposición de las posturas —creencia e increencia— por parte de un nutrido número de investigadores. Un ejemplo llamativo es el nombre de la teoría del «Big Bang», una de cuyas primeras formulaciones se debe al sacerdote católico Lemaître. Bolloré y Bonnassies comentan que «Big Bang» no fue la denominación escogida por Lemaître u otros colegas suyos, sino por un rival que, con esta expresión tan onomatopéyica, quería burlarse de él y sus planteamientos.
Por otro lado, el libro incluye una segunda parte de índole muy distinta, y dividida en grandes bloques acerca de la Biblia, Jesús, el pueblo judío, e incluso Fátima. Esta segunda parte la titulan «Pruebas al margen de la ciencia». Su tono y la precisión con que se ha redactado difieren de la primera mitad del libro.