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Portada de 'El desierto blanco' de Luis López Carrasco

Portada de 'El desierto blanco' de Luis López Carrasco

'El desierto blanco': el año del desconcierto de López Carrasco

El nuevo Premio Herralde plantea una serie de sketches entre lo distópico, lo social y lo costumbrista para retratar, sin gran acierto, el malestar y el colapso generacional

Hace poco pesqué en la red el divertido fragmento de La colmena –la película de Camus, digo– en el que Paco Rabal diserta, encantado de conocerse, sobre el arte de novelar: «La novela debe constar de los tres elementos tradicionales, clásicos, esenciales... Y esos tres elementos, dejémonos de gaitas y de modernismos, son planteamiento, nudo y desenlace. Sin planteamiento, nudo y desenlace, por más vueltas que quiera usted darle, no hay novela. Hay, pues no hay nada, para que lo sepa, hay fraude y modernismo».

Portada de 'El desierto blanco' de Luis López Carrasco

ANAGRAMA. 165 PÁGINAS

El desierto blanco

Luis López Carrasco

A pesar de que este parlamento de cafetín se antoja caduco desde hace décadas, no faltan ocasiones en que, cerrado un libro hodierno, me entren ganas de ir recitándolo a lo largo de las mesas de novedades. A uno le llevan los demonios puristas cuando, de entrada o de salida, no entiende el sentido posmodernista de las cosas si no aportan más que la apariencia de posmodernismo. Por ejemplo, la fragmentación de la novela.

En los últimos años ha cundido un tipo de novela a trozos, muy desgajada, que casi emparenta con el conjunto de relatos. Sucede en Todas nuestras maldiciones se cumplieron (Tamara Tenenbaum) o en La familia (Sara Mesa), por poner dos casos de novelas que hemos reseñado aquí. Y sucede lo mismo en El desierto blanco (Anagrama), de Luis López Carrasco, nuevo Premio Herralde. Este libro, que arranca con una ingeniosa dinámica de grupo para una entrevista laboral, presenta una serie de situaciones más o menos distópicas, otras tirando a intimistas, cuando no costumbristas, como sketches de los años de crisis económica y desmoronamiento que dieron paso a un hipotético colapso de la civilización occidental.

Está claro que, mientras asistimos a esas situaciones cortadas en episodios, aguardamos un vínculo o un cierre final que les dé un sentido unitario. El problema de El desierto blanco es doble: que a la postre no hay armonía entre las partes y el conjunto, pero tampoco la hay dentro de las propias partes. No llega a completarse satisfactoriamente ni como novela ni como conjunto de relatos. Y tampoco ofrece, mientras uno intenta aclararse, entretenimiento, fulguración, gran reflexión o una prosa cautivadora.

Luis López Carrasco (Murcia, 1981) es director de El año del descubrimiento, documental de 2020 multipremiado. Su discurso entronca muy bien con la generación del malestar, de la demolición de las expectativas, del apocalipsis cotidiano. Un discurso en boga que puede rastrearse en este libro en el que, desde un futuro no muy lejano, los personajes van rememorando los indicios del colapso de principios del XXI, concretados luego tras un supuesto «bienio ultra». Pero todo eso es muy vago y muy azaroso en este libro, cosas que incluso podrían motivar a un lector si aquí el desconcierto funcionase como activo literario. Pero no, El desierto blanco intriga solo a ratos y expulsa muchas veces al lector.

Mi sensación es que, más que una novela (que a veces ni siquiera parece serla), el jurado del premio Herralde ha premiado un discurso o un estado de ánimo. Y a un tipo que sin duda sabrá defender en las entrevistas esos hilos de malestar generacional y apocalipsis perentorio, pero que no ha sabido trasladar al papel ni como distopía o fantasía ni como novela social ni como relato intimista.

Antes se decía que una novela debía y podía defenderse por sí misma; nada, ningún argumento ni sentido, quedaba fuera de ella. El autor podía ser perfectamente prescindible y no aportar al texto más que el texto mismo. Tengo la sensación, y hasta la sospecha, de que hoy las novelas se defienden desde fuera, que el texto es lo último e incluso lo completamente accesorio, que lo importante es el argumentario con que el autor vaya a inducir a la lectura. Tiene lógica, al fin y al cabo esto es un mercado.

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