Los trazos que hablan, de José Antonio Millán
Un exhaustivo recorrido sobre la evolución de la escritura a mano
La escritura a mano ha supuesto una de las grandes revoluciones de la historia de la humanidad. Acostumbrados a como estamos a utilizarla desde nuestra más tierna infancia, tendemos a olvidar lo compleja y fascinante que es esta habilidad, que desde su invención hace más de cinco mil años multiplicó exponencialmente las posibilidades comunicativas de los seres humanos.
EDITORIAL ARIEL (2023). 82 PÁGINAS
Los trazos que hablan
A este maravilloso invento dedica José Antonio Millán su ensayo Los trazos que hablan, un exhaustivo recorrido por la historia de la escritura a mano, desde sus inicios en la Mesopotamia antigua hasta su estado actual. Ahora bien, lejos de ser una mera descripción cronológica de la evolución de la escritura, la obra va más allá y explora los numerosos logros culturales que dicha invención ha traído consigo. Este es, sin duda, el gran objetivo del autor, quien así lo reconoce en el prólogo al afirmar que su deseo consiste en «despertar en el lector el sentido de maravilla ante ese logro intelectual que supone la escritura, y la admiración ante sus conquistas».
Esa admiración que el autor siente hacia la escritura a mano se hace patente durante todo el libro, dotando a la narración de un entusiasmo que es fácilmente contagiable al lector. Y es que, si uno se para a pensarlo, no es para menos. Como indica Millán, la escritura a mano tiene unas características propias que la hacen especialmente fascinante e inimitable: la individualidad, el reflejo de las circunstancias en que se escribe y la evolución a lo largo del tiempo, atributos todos de los que la escritura en soporte digital irremediablemente carece.
El libro está estructurado en numerosos capítulos, de breve extensión. Esta división, junto a las cuantiosas ilustraciones que acompañan al texto, contribuyen a aligerar la lectura, si bien en algunas ocasiones la exhaustividad en la explicación y en la aportación de ejemplos hacen que la lectura sea algo ardua.
Ahora bien, debe reconocerse que el esfuerzo del autor por amenizar el relato es constante, y de hecho a lo largo del libro se deslizan numerosas curiosidades de interés, como el origen de numerosos términos y expresiones del castellano en relación con la escritura –«cursi», «enmendar la plana»…–, junto con sorprendentes anécdotas como las numerosas muertes que se han producido en la historia a consecuencia de la mala letra de los médicos.
Si tuviéramos que destacar alguna de las numerosas temáticas abordadas en el libro por su relación con debates actuales, podríamos elegir la relación entre la escritura a mano y su versión digital, un asunto que el autor aborda al final de su ensayo. Millán aborda la cuestión preguntándose si la escritura manual debe mantenerse o si, como sucede con la técnica de encender fuego frotando dos maderas, se trata de una habilidad de gran importancia histórica pero que conviene desechar por estar totalmente superada por alternativas más eficaces.
A este interrogante, la respuesta de Millán es clara: sí debe mantenerse la escritura manual. Para ello, el autor se basa en el sencillo y a la vez incontestable argumento de que aún no se ha podido demostrar que la escritura digital proporcione los mismos beneficios que la manual, tanto en lo que se refiere al desarrollo cerebral y físico del ser humano como a los logros culturales y artísticos que ha conllevado y que sigue provocando.
En ese sentido, el autor termina su reflexión constatando que, en los países desarrollados, son muchas las personas en cuya educación ha desaparecido de hecho la práctica de la escritura manual, que sí se conserva en centros educativos más elitistas. Dicha tendencia, continúa el autor, podría conducir a que la escritura a mano acabe convirtiéndose en una habilidad reservada a las clases altas. Confiemos en que no sea el caso, pues supondría un empobrecimiento para la humanidad, que estaría renunciando a uno de los mayores logros culturales de su historia.