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George Orwell, escritor de 1984

George Orwell

La fábula de Orwell sobre la Unión Soviética que una editorial británica rechazó para no incomodar a Stalin

«El hombre es el único enemigo real que tenemos», asegura el impulsor intelectual de la rebelión animalista. Algunos, empero, dirán que es una metáfora y que la Utopía –el asalto a los cielos– es posible

En una granja inglesa, poco antes de morir, un venerable puerco comunica su filosofía, su sabiduría, a sus compañeros animales –ovejas, perros, gorrinos, vacas, gallinas, caballos. Podría decirse que –siguiendo la terminología marxista– les hace ver que están alienados, que la estructura del lugar en que viven es mera opresión. «Los seres humanos nos arrebatan casi todo el fruto de nuestro trabajo. Ahí está, camaradas, la respuesta a todos nuestros problemas. Todo está explicado en una sola palabra: el Hombre. El hombre es el único enemigo real que tenemos. Haced desaparecer al hombre de la escena, y la causa motivadora de nuestra hambre y exceso de trabajo será abolida para siempre», les expone. A partir de este momento, las bestias toman conciencia de clase, como dirían los socialistas. Y, en una ocasión más bien imprevista, estalla la revolución. No es un acontecimiento premeditado, sino una reacción concreta, puntual, contingente que, sin embargo, conlleva y explosiona toda el ansia de emancipación que había estado fermentando en el corazón de los animales. Expulsado el dueño de la granja, las bestias derrocan el orden que había imperado hasta la fecha y se erigen en dueños y gestores comunales, en pretendida, ingenua, franca camaradería. Izan su bandera, cambian el nombre de la granja, escriben su elemental código como sociedad y determinan lo que se antoja un reparto equitativo de tareas. Deciden, asimismo, que nadie osará vivir dentro de la casa del humano. Todo lo humano es nefasto. Además, extienden a otras granjas su ideario animalista.

Portada de 'Rebelión en la granja'

Destino (2012 - 1973). 184 páginas

Rebelión en la granja

George Orwell

Conforme pasa el tiempo, y las peripecias –mala gestión, hambre, frío, intentos fracasados de reconquista humana de la granja, proyecto de construcción de un molino–, la inicial armonía igualitaria va desapareciendo. A decir verdad, desde los primeros días el verraco Napoleón se ha establecido como guía de la granja. Es el líder y, junto con el resto de cerdos, constituye, de hecho, la clase dirigente con privilegios. Privilegios que Napoleón sabe justificar. Como sucede en todo régimen totalitario, el manejo de la propaganda y la «memoria histórica» es esencial: los recortes de ración, por ejemplo, son «reajustes». A la vez, Napoleón ha criado en secreto a unos perros que se convierten en su feroz policía; mediante los perros, impone el terror a toda la disidencia, o a quien él designe como enemigos de la revolución. La primigenia norma de que un animal no debe matar a otro animal adquiere un matiz, y ahora se permite el ajusticiamiento si hay una causa que lo motive. Esa causa depende del criterio de Napoleón. Lo mismo se va a aplicando a todo aquello que se suponía que eran vicios humanos, como la bebida alcohólica, residir en la casa o dormir en una cama. Se llega, de este modo, a una nueva norma: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros».

George Orwell (1903-1950) había nacido en Motihari, al norte de la India –cuando aquello estaba bajo soberanía británica–, cerca del Nepal, con el nombre de Eric Arthur Blair. Orwell es un seudónimo. Su adhesión al ideario izquierdista lo incitó a alistarse como voluntario en la Guerra Civil española combatiendo del lado frentepopulista. Su experiencia de los seis meses que dedicó al conflicto intestino hispano lo condujo a modificar muchos de sus planteamientos políticos. Fruto de ello son tres de los libros que más celebridad le han generado: Homenaje a Cataluña (1938; editado en España por primera vez en 1970), Rebelión en la granja (1945; editado en España por primera vez en 1969) y 1984 (1949; editado en España por primera vez en 1952). Hay dos detalles que merecen la pena destacarse de Rebelión en la granja; para empezar, su redacción comenzó en 1937 y concluyó a finales de 1943, pero cuatro editoriales británicas rechazaron el manuscrito. Una de las editoriales, por abiertos motivos ideológicos; otra, porque, tras acoger el proyecto de Orwell, desistió de publicarlo, tras una consulta al Ministerio de Información.

Por lo general, nadie quería incomodar a la Unión Soviética, y el libro era fácilmente interpretable como una hostil alegoría de la Rusia estalinista, detalle a detalle, incluyendo las hambrunas de Ucrania, la situación de la Iglesia ortodoxa, la abulia del zar Nicolás II y la purga del trotskismo. Orwell lo comenta en el prólogo de esta novela; un prólogo titulado «La libertad de prensa» y que permaneció tres décadas ignorado, hasta que en 1971 lo rescató el profesor Bernard Crick –el cual añadió al libro un prefacio explicativo que se sigue incorporando en cada edición. En este prólogo, Orwell lamenta que, durante la II Guerra Mundial, no se tolerase en el Reino Unido el más mínimo reproche a Stalin o a la Unión Soviética, cuando sí se permitía publicar alegatos a favor de un acuerdo de paz con Hitler o críticas contra Churchill. Algo que hoy, con otros nombres y culturas exógenas, nos resulta todavía muy familiar.

El segundo aspecto que conviene señalar es lo que anotábamos al comienzo. Quién sabe sin pretenderlo, pero Orwell, a fin de cuentas, pone en boca del impulsor intelectual de la rebelión igualitarista la más honda convicción de todas las revoluciones: el enemigo es el Hombre. Algunos, empero, dirán que es una metáfora y que la Utopía –el asalto a los cielos– es posible.

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