'El suicidio de Occidente': la renuncia a la transmisión del saber
Demoledor y lúcido ensayo sobre la deriva del sistema de enseñanza en Occidente por parte de una de las mayores expertas españolas en educación
«¿Vas a reseñar el libro de Alicia Delibes? ¡Qué privilegio! Tuve ocasión de hablar con ella un par de veces cuando estaba en la Consejería de Educación aquí en Madrid y fue una delicia, es de las personas que más saben de educación en España». Esto fue lo que me respondió un antiguo maestro –ahora convertido en amigo– cuando le dije que tenía el privilegio de reseñar El suicidio de Occidente.
Ediciones Encuentro (2024). 360 Páginas
El suicidio de Occidente
En efecto, el currículo de Alicia Delibes es realmente impresionante. Además de trabajar en numerosas instituciones escolares de diferentes ciudades de España y Europa, ocupó diversos cargos en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, además de abanderar el ámbito educativo dentro de la delegación española ante la OCDE y la UNESCO. Todo ello la convierte en una profunda conocedora del sistema educativo español y occidental en general, algo que demuestra a lo largo de las páginas de El suicidio de Occidente.
En este ensayo, la autora analiza de manera magistral –si bien abusando quizá de los excursos y digresiones que pueden dificultar seguir el hilo de la narración– cómo, desde Rousseau y su Emilio, se ha venido imponiendo una visión progresista de la educación, que, principalmente tras la influencia de Dewey y de Mayo del 68, ha marcado la deriva de la enseñanza en Occidente. Los partidarios de esta corriente, que antepone dogmas ideológicos como el igualitarismo a la calidad de la educación, defienden que debe abogarse por un sistema en el que haya un solo tipo de escuela donde todos los alumnos reciban la misma formación hasta bien entrada la adolescencia.
Un ejemplo del triunfo de esta visión igualitarista de la educación, nos explica Delibes, es la progresiva desaparición de las Grammar Schools británicas y, en general, de las escuelas destinadas a la excelencia académica, que permitían que cualquier alumno, independientemente de su extracción socioeconómica, pudiera llegar tan lejos como su trabajo y su talento se lo permitieran.
Esta medida, que, como ya predijeron en su día Hanna Arendt y otros muchos pensadores, abocaba a una inevitable igualación por abajo y a que los alumnos cada vez aprendan menos, ha desembocado en el actual sistema de las escuelas comprehensivas, en las que, como sucede en España, se fuerza a todos los alumnos a cursar la misma enseñanza obligatoria hasta los 15 o 16 años. Esta deriva se ha expandido por todo Occidente, con la excepción de Alemania y otros países centroeuropeos. No deja de ser curioso, como señala la autora, que estos países, que siguen ofreciendo diferentes itinerarios de escuela secundaria a partir de los 10 años (más enfocados la Universidad o a la FP), sean los que presentan los porcentajes de paro juvenil más bajos de Europa (a inicios de 2024, Alemania tuvo un 5,8 %, frente al 14,9 % de media de la UE y al sonrojante 27,8 % de España).
Sin embargo, lejos de quedarse en el lamento de esta deriva, Delibes introduce en la parte final del libro un soplo de esperanza mediante el análisis de diferentes movimientos que, en diversos países, están luchando por revertir esta situación y por mejorar su sistema educativo. Un ejemplo sería la importancia creciente de las pruebas PISA, que permiten comparar el aprendizaje de los alumnos en lengua, matemáticas y ciencias de todos los países de la OCDE, lo que ha fomentado dentro de las naciones con peores resultados un necesario debate sobre las causas de dicha situación y sobre las posibles soluciones que deberían tomarse para mejorar el aprendizaje de sus estudiantes.
Pues, como señala Delibes en lo que bien podría constituir un resumen de su visión educativa, los exámenes como PISA «han mostrado que el abandono de los métodos tradicionales de enseñanza ha sido un grave error, que los exámenes sirven para controlar y estimular el aprendizaje, que diversificar la oferta en los últimos años de la educación obligatoria es beneficioso para todos los alumnos, que la buena formación académica de los profesores es imprescindible y que la autonomía de los centros docentes repercute positivamente en los resultados de los escolares».
Y, siguiendo la estela de Bellamy en su magistral Los desheredados, la autora añade que la escuela nunca debe olvidar que es la institución encargada de transmitir de una generación a otra los valores y saberes de la civilización occidental. Una misión trascendental, pues, concluye Delibes, «una civilización que se odia a sí misma no puede conservarse».