Primera edición moderna en español de una narración épica que inspiró a Kurosawa y 'Los siete magníficos'
Repletos de sensibilidad y de intensa vibración, 9.500 hexámetros relatan la guerra entre Eteocles y Polinices, hijos de Edipo. Polinices, apoyado por una alianza de siete caudillos griegos, luchará contra su hermano por el trono de Tebas
La épica es un género que cada siglo y cada generación vive a su modo. Ahí están Nico Williams, Dani Olmo, Mikel Merino y Dani Carvajal para explicarlo de forma gráfica. En el caso del mundo antiguo, también localizamos vías diferentes para asomarse a esta manera de observar la existencia y la lucha. En la civilización griega, se puede decir que existen tres grandes ciclos épicos: el troyano, el de los argonautas y el tebano. En realidad, suelen estar engarzados mediante personajes diversos. Por ejemplo, algunas fuentes señalan que Laertes –el padre de Odiseo– formaba parte de la tripulación de la nave Argo (o Argos, según queramos verter al castellano); y su hijo será uno de los personajes de la Ilíada y protagonista de la Odisea, el principal relato que narra el retorno al hogar de los que vencieron en Troya. Diferentes poetas griegos se ocuparon de cantar versiones de estos ciclos; descuella Homero, con el ciclo troyano; Apolonio de Rodas –que no era de Rodas, sino de Alejandría–, con Argonáuticas, en el siglo III a.C.; y Sófocles (Edipo rey, Edipo en Colono, Antígona) y Esquilo (Siete contra Tebas), junto con Eurípides (Suplicantes, Fenicias), con sus tragedias dedicadas a los tebanos.
Alianza (2024). 528 Páginas
Tebaida
Sin embargo, las maneras como se plasmaban estas historias en cada siglo provocaban inevitables alteraciones; y de ello se quejaba Calímaco en el siglo III a.C., quien decía detestar la épica tal como la contaban sus coetáneos. No era igual evocar a personajes entrados en la leyenda y que parecían antepasados no demasiado remotos, durante la era de las primeras navegaciones griegas, que componer versos sobre temas trillados cuando Alejandro Magno o Julio César conquistan el mundo e imponen un nuevo orden político. Es algo que, de igual modo, afecta a la composición épica en el mundo latino: se contrapone una épica oral, poco lírica y nacional a otra más bien culta y helenizada. En el mundo latino habrá una épica primitiva, popular y musical, y otras librescas, elaboradas, creativas. También habrá una tendencia legendaria y otra histórica. En los primeros tiempos de este género en lengua latina se cuenta con Livio Andrónico, Nevio y Ennio; en el esplendor clásico aparece Virgilio; y en el siglo I d.C. cabe mencionar tres grandes nombres: Lucano, Estacio y Valerio Flaco. Este último elaboró su propia versión de las Argonáuticas. Por su parte, Lucano optará por narrar historia auténtica y cercana y mediante unas formas poco acomodaticias, más bien rupturistas y críticas. Parte de su legado se recoge en la obra de Juan de Mena y en la Celestina.
El caso de Estacio es muy singular. Por de pronto, es hijo de un maestro de gramática, y él también lo fue, de modo que la suya es una poesía culta, si bien repleta de lirismo y sensibilidad. Esta sensibilidad es palmaria a lo largo de toda su obra, por ejemplo, en algunos poemas o pasajes de sus Silvas. Ahí localizamos una pieza compuesta con motivo del fallecimiento de su hijo adoptivo, un niño nacido esclavo en el hogar. Se trata de un poema que concluye con una tierna descripción de juegos, abrazos y caricias de un padre con su hijo –«tiernecito niño, mi nombre fue tu primera palabra, y mis juegos eran tus risas», leemos–, aun cuando el autor deja claro que no es un hijo engendrado, pues él no había deseado tener hijos. Si bien en este aspecto y otros Estacio parece asemejarse a Marcial –el bilbilitano deslumbra con sus epigramas dedicados a las niñas esclavas Eroción y Cánace–, que era casi de su misma edad, lo cierto es que ambos debieron de mantener mala relación mutua. No sólo da la impresión de que evitan referirse el uno a otro en sus poemas, al contrario del uso habitual entonces –no obstante, cabe la posibilidad de que algunas alusiones veladas de Marcial sean, en realidad, una pulla a Estacio–, sino que los dos componían versos para varios patronos compartidos. Se intentaban granjear iguales amistades y mecenazgos, incluyendo a la viuda de Lucano.
Precisamente de Lucano y otros autores se advierte la influencia en la Tebaida de Estacio. Es un poema que reúne aspectos muy variopintos y muy bien ensamblados: bebe en fuentes clásicas y arcaicas que, en ocasiones, le dan un aire homérico, pero que en otros momentos dejan en evidencia su modernidad. El peso de Eurípides es notable, habida cuenta de la afinidad que hay entre ambos en el modo de contemplar las emociones humanas –lo que supone también humanizar a los dioses– y dotar de protagonismo a las mujeres y la intimidad familiar. En la Tebaida, la acción comparte peso con las digresiones, las descripciones, los diálogos vibrantes. Hay dinamismo e intensidad.
La historia que aquí se narra, a través de casi 9.500 hexámetros, es, en un principio, de naturaleza bélica, pues relata el enfrentamiento entre Eteocles y su hermano Polinices, hijos de Edipo. Polinices, apoyado por una alianza de siete caudillos griegos, luchará contra su hermano por el trono de Tebas. Este tema ha tenido mucho recorrido a lo largo de la historia de la literatura e incluso el cine, como se observa en Los siete samuráis (1954), de Akira Kurosawa –germen, a su vez, de Los siete magníficos (John Sturges, 1960). Por otro lado, Dante muestra en sus versos gran admiración hacia Estacio, un autor que ha sido maltratado hasta hace poco en los manuales de literatura, y apenas traducido al español –para la Tebaida, hasta hoy sólo constaba la traducción de Juan de Arjona (siglo XVI) publicada en el siglo XIX. Por eso, merece resaltarse el esmero, las notas, el estudio y la precisión con que Rosa María Agudo Cubas, tras muchos años de trabajo, ha logrado presentar, hace apenas dos meses, la Tebaida de Estacio al público. La suya es una tarea portentosa y una traducción repleta de deleite que procura emular el ritmo del hexámetro original, sin que su lectura lo resienta.