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08 de septiembre de 2024

Jan Matejko «El rey Juan III Sobieski envía el mensaje de victoria al Papa, tras la batalla de Viena»

Jan Matejko, «El rey Juan III Sobieski envía el mensaje de victoria al Papa, tras la batalla de Viena»Museos Vaticanos

El imperio otomano, actor principal en el devenir de Europa

El poderoso ensayo del especialista húngaro Gábor Ágoston presenta una historia del apogeo otomano, y pone de manifiesto que la historia de Europa no se entiende sin este gran Imperio

Los jenízaros, la batalla de Lepanto, Solimán el Magnífico, las guerras entre otomanos y Habsburgos… Todos estos son datos y nombres muy conocidos, y no por ello menos dignos de ser escritos y narrados. Pero es necesario, en pro de entender la historia de manera integral así como la sociedad en la que vivimos, el ir más allá. El Imperio otomano no surgió del suelo como una seta en 1453, para, de manera sorpresiva, asediar la capital del Imperio romano de Oriente, Constantinopla. Tampoco desapareció el Imperio en 1683 cuando fracasó el asedio de Viena tras la batalla de Kahlenberg, para aparecer, también repentinamente, en noviembre de 1914 junto a las Potencias Centrales en la Gran Guerra. Estos son, en general, los conocimientos que el europeo occidental medio tiene de uno de los imperios más grandes, poderosos e influyentes para la Historia de tres continentes (Europa, Asia y África) en el mejor de los casos. La mentalidad que propicia esta falta de conocimiento del Imperio otomano ha de ser cambiada. La Sublime Puerta, como se conocía el gobierno otomano, fue un actor esencial en el tablero geopolítico de Europa desde el siglo XV hasta el XX, pero lo más importante es que su legado, más concretamente el de su desintegración llega hasta los telediarios de nuestras televisiones.

Portada El Imperio Otomano

Ático de los Libros (2024). 800 Páginas

El Imperio Otomano y la conquista de Europa

Gábor Ágoston

Así, hay que empezar diciendo que la historia de Europa no se puede entender sin los otomanos. Esta no sólo es una afirmación objetiva y sólida, sino que además es la base de la que parte Gábor Ágoston, historiador de origen húngaro que lleva décadas estudiando la historia del Imperio otomano, el Oriente Próximo y las relaciones entre los otomanos y los Habsburgo, en su obra El Imperio otomano y la conquista de Europa, recientemente publicado en castellano por Ático de los Libros. Este formidable ensayo, tanto por extensión como por solvencia histórica, viene a apuntalar los cimientos de la bibliografía sobre los otomanos en castellano. Siendo España uno de los principales implicados en la política internacional mediterránea y norteafricana durante los siglos XIV a XVIII, los estudios que han tratado a los otomanos surgidos en nuestro suelo se han focalizado en los momentos de choque entre los dos poderes: los entonces conocidos como «turcos» y los súbditos de los Trastámara y sus sucesores Austrias. Si bien, en palabras de Ágoston, «este libro narra el surgimiento del Imperio otomano y la épica rivalidad entre los otomanos musulmanes y los Habsburgo católicos», lo cierto es que va mucho más allá.

En este volumen se presenta una historia de cómo los descendientes de Osmán (el fundador epónimo de esta dinastía turcomana) fueron capaces de construir uno de los organigramas geopolíticos más complejos y duraderos de la época moderna: cómo fueron capaces de hacerse fundamentales en la política exterior bizantina desde finales del siglo XIV como mercenarios; cómo las guerras civiles bizantinas, con sus aliados balcánicos, influyeron a su vez en el expansionismo otomano; cómo los otomanos se convirtieron en el primer poder regional de Oriente Próximo desbancando a árabes y persas, y un largo etcétera. Así, tras la conquista de Constantinopla en 1453, los reinos cristianos del este de Europa experimentaron toda una serie de transformaciones al encontrarse, en unas pocas décadas, en la frontera con el islam. Títulos como el de athleta Christi («campeón de Cristo») fueron adoptados por monarcas y príncipes húngaros, polacos y croatas desde finales del siglo XIV, y los pensadores de estos lugares vieron sus reinos como scutum atque murus («escudo y muralla») o antemurale, propugnaculum Christianitatis («contrafuerte, baluarte de la Cristiandad»). Esto, sin embargo, no impediría que, llegado el momento, el pragmatismo político se impusiera, y los otomanos y los reinos cristianos pactaran, llegaran a acuerdos de paz e, incluso establecieran alianzas.

La asimilación y adaptación, sumadas a la conquista militar, fueron herramientas siempre presentes entre los recursos de la Sublime Puerta. Los otomanos no construyeron su Imperio únicamente a sangre y fuego (algo común, por otra parte, en todos los imperios): los matrimonios dinásticos, las alianzas y, en definitiva, una aguda diplomacia, fueron esgrimidos con igual destreza que la espada y los cañones por los sultanes. No hay mejor manera de expresarlo que con las mismas palabras, sintéticas y acertadas, del autor: «las estrategias otomanas de conquista y asimilación fueron más allá del simple poderío militar, destacado en la literatura general para explicar el 'ascenso' de los otomanos. El pragmatismo ecléctico que incorporaba tradiciones e instituciones de gobierno turco-mongolas, bizantino-eslavas, persas y árabes caracterizó el gobierno otomano desde sus primeras conquistas en el siglo XIV. La adaptabilidad estratégica y la negociación constituyeron el sello distintivo del gobierno otomano durante todo el periodo que abarca este libro».

Dicha integración y adaptabilidad llevó a los otomanos a lidiar con complejos problemas desde la gran llanura húngara hasta las montañas del Cáucaso, desde los principados danubianos como la Valaquia de Vlad III «Tepes» hasta Nubia, en el más profundo sur de Egipto. Toda una proeza político-administrativa, burocrática y religiosa. Por eso, Ágoston no se centra únicamente en otomanos y Habsburgo, sino que va mucho más allá: húngaros, croatas, serbios, albaneses, polacos, circasianos… Y, por supuesto, los persas, el imperio antagonista al este. Es importante señalar el hincapié hecho por el autor en el cambio de política de Solimán el Magnífico, a comienzos del siglo XVI, al centrar sus esfuerzos bélicos sobre el este de Europa en lugar de sobre Oriente Medio, donde la Persia de los safávidas era una potencia de primerísimo orden. Baste recordar el portentoso trabajo de Luis Gil Fernández, en dos tomos, titulado El imperio luso-español y la Persia Safávida (2006), donde, precisamente, el autor se sumergió en el estudio de la relación entre estas potencias (ibérica e irania), aparentemente antagónicas, con un objetivo común: acabar con la predominancia del Imperio otomano.

Nos encontramos, pues, ante un libro de necesaria lectura, cuyo destino «–su posible reparto por las grandes potencias europeas o entre los Estados-nación emergentes– se convirtió en uno de los temas cruciales de la política europea, conocido en su día como la 'cuestión de Oriente'», ya en el siglo XIX. Y que no sólo fue un factor fundamental para el estallido de la Primera Guerra Mundial, sino también para entender la construcción de Oriente Próximo hoy, tan convulso, y, más en general, el devenir histórico del mundo islámico desde comienzos del siglo XX hasta nuestros días.

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