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12 de septiembre de 2024

Escena de la adaptación cinematográfica de la novela

Escena de la adaptación cinematográfica de la novela

Un sacerdote medita sobre la vida y muerte de un feligrés, al que bautizó, represaliado en la Guerra Civil

Estampa de una España muy rural y en la que las diferencias entre la gente pobre que vivía en cuevas, los labriegos y los patronos y terratenientes eran enormes

La literatura sobre la Guerra Civil es abundante. Se trata de uno de los acontecimientos que más han marcado la vida española durante los últimos siglos, una huella comparable a la que dejó a lo largo del siglo XIX la guerra contra Napoleón. Existen novelas ambientadas en diferentes escenarios a lo largo del conflicto; algunas pretenden resultar complejas, otras son maniqueas, algunas se proyectan hacia el pasado y otras hacia la época posterior al triunfo de las tropas Nacionales. Desde la trilogía de José María Gironella o las narraciones, memorias o relatos de Agustín de Foxá, Javier Cercas o Wenceslao Fernández Flórez hasta las de Elena Fortún, Ana María Matute, Ernest Hemingway o Manuel Chaves Nogales. Una de las particularidades de este tipo de libros no estriba sólo en intentar mostrar un aspecto personal y concreto de la guerra, sino también en procurar entender el contexto que condujo a aquella hecatombe y sus consecuencias. En el caso de Réquiem por un campesino español, que es una novela corta –se lee en una tarde, aunque caiga el sol–, el aspecto más destacable es la relación entre los dos protagonistas: el párroco de un pueblo aragonés y Paco el del Molino, a quien el sacerdote conoce desde que nace y al que bautiza, da la Primera Comunión, oficia su boda y confiesa antes de morir represaliado por un piquete civil de Nacionales –probablemente, falangistas, aunque el autor opta por llamarlos «señoritos»– al poco de iniciarse la guerra.

Portada de Réquiem por un campesino

Austral (2008). 160 Páginas

Réquiem por un campesino español

Ramón J. Sender

Ramón José Sender nació en 1901 en Chalamera, una localidad oscense cuya población, en aquel momento, se situaba entre los 400 y 500 habitantes. Vivió en varios municipios de Aragón e incluso de Cataluña, y siendo bastante joven se marchó a Madrid. Conoció de muy cerca la guerra de Marruecos, y sus inclinaciones izquierdistas y anarquistas –con matices y evoluciones, incluyendo una creciente prudencia en los Estados Unidos del senador McCarthy– constituyen parte de los rasgos definitorios de su vida, junto con el periodismo, la literatura y la docencia universitaria en lugares como Colorado, Harvard, Nuevo México o California, donde falleció a comienzos de 1982. Publicó ensayos y novelas que merecen un epígrafe dentro de nuestros manuales de literatura: desde El bandido adolescente (1965) –con estilo de crónica y lograda ambientación, tanto climática como psicológica, nos cuenta las andanzas de Billy el Niño y su trato con Pat Garrett–, En la vida de Ignacio Morell –le valió el Premio Planeta en 1969–, Míster Witt en el cantón –Premio Nacional de Narrativa en 1935–, La tesis de Nancy (1962), o La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), que se ha adaptado al cine en largometrajes como Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog, 1972) –con un delirante Klaus Kinski como protagonista, y que influyó mucho en el modo de rodar Apocalypse Now– o El Dorado (Carlos Saura, 1988), una de las producciones más caras del cine español, aunque su factura final no dé esa impresión.

A Sender el estallido de la Guerra Civil lo cogió en la sierra de Guadarrama, pero del lado segoviano y Nacional. Se pasó a la zona controlada por el Frente Popular, mientras que su esposa e hijos marcharon al interior de las regiones bajo dominio de Franco. Al poco, su mujer fue fusilada en Zamora, y un año más tarde él pudo recuperar a sus hijos. Tras la guerra se afincó en Estados Unidos –renunció a la nacionalidad española en 1946 para adquirir la estadounidense–, con alguna estancia en México y algún regreso puntual a España (1968, 1974). La parte más destacable de su producción literaria la escribió en el exilio, como Réquiem por un campesino español (1960), cuyo título inicial fue Mosén Millán (1953), nombre del párroco que ofrece la perspectiva de todo el relato. El cambio del título obedeció a la necesidad de darle un nombre más comercial en la edición inglesa. Es evidente que resulta un acierto, por la honda resonancia que logra.

Réquiem por un campesino español se desarrolla en dos planos que se van cruzando con nitidez: por un lado, el largo rato previo a la misa de difuntos que mosén Millán va a celebrar al cabo de un año del asesinato de Paco; por otro lado, la vida de Paco y su amistad con el sacerdote, que es precisamente lo que va recordando Millán dentro de la sacristía. A la misa sólo van a acudir –además del monaguillo que canturrea el romance de Paco y su fatal suerte– los elementos reaccionarios del pueblo, los potentados o representantes del viejo orden que, con la guerra, se ha restaurado. A través de esos recuerdos, aparecen los padres de Paco y varios personajes más, desde una especie de curandera y su antagonista, el joven médico, hasta un zapatero inclasificable que algunos interpretarán como la «tercera España». El repaso a la vida de Paco, desde los ojos del cura, sirve como una mirada al primer tercio del siglo XX: desde el apogeo del reinado de Alfonso XIII hasta el albor de la victoria Nacional en 1939 –la acción parece concluir en 1937–, pasando por el rechazo a un servicio militar que apenas perdonaba a la gente más humilde, o la llegada de la II República y el final del antiguo sistema de posesión de tierras. El lugar donde transcurre la narración es calcado al pueblo donde nació el propio Sender; la región de Huesca próxima a Zaragoza y Lérida.

A pesar de algunas inconsistencias en la trama, la novela ofrece la estampa o versión de Sender –con su propia experiencia, algunos simplismos e idealización del republicanismo de izquierdas, aunque con suficiente humanidad y detalles honestos, de modo que el libro aguanta bien– sobre aquella España. Una España muy rural y en la que las diferencias entre la gente pobre que vivía en cuevas, los labriegos y los patronos y terratenientes eran agudas y se antojaban imposibles de superar. Unos se resignaban, otros se indignaban y otros se resistían. Cualquiera que haya vivido en ciertos ambientes de los años 50 e incluso 60 entenderá cuál era aquel sabor y atmósfera. El libro, con reminiscencias de García Lorca y Miguel Hernández, ofrece una invitación a replantearse el cometido de la Iglesia en aquel contexto

El estilo de Sender es muy periodístico: sin barroquismos, conciso, con instantes de cierta elaboración evocadora –«la mañana del bautizo se presentó fría y dorada»–, no cae en la aridez en ningún pasaje, y su sobriedad no resulta insípida. Hay frases de enorme impacto: «los lujos de los campesinos son para los actos sacramentales»; «los labradores tratan a sus perros con indiferencia y crueldad, y es, sin duda, la razón por la que esos animales los adoran». Asimismo, la introducción que ofrece Austral, de la mano de Gómez Yebra, además de trabajada, permite comprender mejor esta novela, y no escatima en información contada de manera honesta, al reconocer las circunstancias violentas y quizá ilegítimas en que se celebraron las elecciones de 1936.

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