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La abadía de Saint Albans, enclave de gran actividad científica en la Edad Media

La abadía de Saint Albans, enclave de gran actividad científica en la Edad MediaGreg Knapp

John de Westwyk: el monje científico. ¿Realmente fue la Edad Media una época oscura?

El historiador británico Seb Falk presenta una Edad Media llena de inquietud científica y descubrimientos anónimos, que dista mucho de ser la que muestran los interesados (y desfasados) tópicos

Las modas van y vienen. Esta es una dinámica muy evidente en la historia humana. Y en el ámbito histórico los inventores de la Edad Media, esto es, los primeros renacentistas –Petrarca y compañía– inauguraron una moda que no ha dejado de reaparecer a lo largo de los últimos seiscientos años: la de denostar el periodo situado entre el siglo V y el XV (a grandes rasgos). Para los inventores del concepto «Edad Media», los nada más y nada menos que mil años que unían la historia humana desde la Antigüedad hasta la Modernidad no eran más que un periodo intermedio en el que nada se hizo, un lapso vacío y quieto, una pausa. Hasta que los renacentistas aparecieron –según esa lógica– para iluminar el mundo, este andaba en tinieblas (aunque ya había escrito san Juan que la Luz «vino a los suyos, y los suyos no la recibieron», Jn 1, 11). De nuevo, en nuestra postmodernidad del siglo XXI, esta moda vuelve a hacer acto de presencia, y se vuelve a denostar la mal llamada Edad Media desde todos los flancos de la sociedad, empezando por el cine y llegando hasta el ámbito académico. Respecto a este, el último ejemplo de más resonancia, The Darkening Age (La edad de la penumbra) de Catherine Nixey (2017), presentaba la idea de que –en línea con todos esos pensadores desde Petrarca, y pasando, lógicamente, por Gibbon– la Edad Media había sido un periodo de estancamiento intelectual y científico, fanatismo religioso y, en definitiva, de oscuridad. Dio igual que algunos de los más eminentes medievalistas, como Levi Roach o Averil Cameron, tomaran la publicación como una parodia. No cabe duda de que, en palabras de Seb Falk, «desprestigiar la ‘Edad Oscura’ siempre ha pretendido juzgarnos mejores por comparación». Por ello, un libro titulado La luz de la Edad Media. La historia de la ciencia medieval es hoy más necesaria que nunca para aclarar las oscuras nieblas provocadas por la estrechez de miras de los presupuestos ideológicos.

Portada de La luz de la EM

Ático de los Libros (2024). 432 Páginas

La luz de la Edad Media

Seb Falk

El autor del libro que reseñamos, Seb Falk, historiador de la ciencia en el Girton College de la Universidad de Cambridge, ha podido adentrarse en numerosos documentos y testimonios que le autorizan a afirmar que existió una riquísima ciencia medieval, y que esta sentó las bases para el mundo moderno: «La ciencia contemporánea surge a partir de actividades de recopilación de conocimientos que se remontan a la Edad Media y mucho antes […]. Durante la Edad Media también se trataba de comprender por qué la naturaleza se comportaba como lo hacía», afirma Falk. Y ¿cómo desarrolla el autor esa afirmación a lo largo de su obra? De una manera tan interesante como original: a través de los ojos de un «científico» medieval (término que, pese a ser acuñado en el siglo XIX, es usado aquí para mayor claridad): John de Westwyk, un monje del siglo XIV.

«Así, seguir la vida de un monje científico ordinario nos ofrece una imagen real de las creencias y el pensamiento medievales», señala Falk, en lo que denomina «una época de modesto anonimato». John de Westwyk había resultado ser (según el descubrimiento del investigador Derek Price en los años 50 del pasado siglo) el autor de un manuscrito que contenía «un borrador del manual de instrucciones de un instrumento científico totalmente desconocido» (una especie de astrolabio) que llegó a atribuirse en un primer momento al famoso literato inglés Geoffrey Chaucer.

El libro tampoco pretende ser una apología. No quiere poner los logros científicos de la Edad Media por encima del resto de los acaecidos a lo largo de la historia de la humanidad. Falk únicamente les reconoce el valor que tienen: esto es, aquel que, como cualquier otro, ha servido al ser humano en un momento determinado, y ha aportado su granito de arena en la historia general del conocimiento y el saber científico. Especial interés tiene el saber astronómico y de conocimiento de los cielos y las estaciones, donde la observación y el escrutinio de los cielos y los cambios estacionales tendrán una importancia significativa. En este sentido, hay un edificio, y una comunidad monásticas, destacados: la abadía de Saint Albans, a pocos kilómetros de Londres, y uno de los centros científicos e intelectuales más destacados del medievo inglés. Mención especial ha de hacerse al desván de observación de Saint Albans en el primer capítulo, o el reloj astronómico de la abadía en el segundo… En el capítulo tercero titulado Universitas, verdadero núcleo del volumen, se muestra la riqueza de los saberes propagados en la Edad Media. Y un largo etcétera.

Sin duda «el hermano John es el guía perfecto para la historia de la ciencia medieval», como señala Seb Falk, pero a ello hay que añadir que el autor del libro lo hace sumamente atractivo e interesante como para que interese tanto a los amantes del periodo medieval como al mayor de sus escépticos, quien tras leer las páginas de este libro se replanteará (si tiene la suficiente valentía y honestidad) todas las ideas preconcebidas que albergue acerca de ese periodo tan luminoso, al que injustamente llamamos Edad Media.

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