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El escritor Ignacio Martínez de Pisón en Donostia Kultur (2017)

El escritor Ignacio Martínez de Pisón en Donostia Kultur (2017)Unai Arnaz Imaz

‘Ropa de casa’: cuando fuimos escritores

Ignacio Martínez de Pisón repasa en unas memorias de estirpe clásica su infancia provinciana en el tardofranquismo y la forja del escritor en la Barcelona previa a los Juegos Olímpicos

Al inicio de su Vida, molde de todas las autobiografías posteriores hasta tiempos recientes, Benvenuto Cellini explica: «Todos los hombres de cualquiera condición que han hecho alguna cosa meritoria, o con tanta verdad que se asemeje al mérito, debieran escribir de su propia mano su vida, siendo verídicos y rectos; pero tan laudable empresa no debería comenzarse antes de haber transcurrido la edad de cuarenta años».

Portada de Ropa de Casa

Seix Barral (2024). 304 Páginas

Ropa de casa

Ignacio Martínez de Pisón

Al cambio, es decir, actualizado a la esperanza de vida, podríamos plantar el límite en los sesenta años. En ese sentido, estas memorias de Ignacio Martínez de Pisón encajan bastante bien en el cuño clásico y llegan cuando tienen que llegar, una vez la obra –la cosa meritoria– ha sido mayormente hecha.

Esto no significa nada hoy día, porque si algo caracteriza a la posmodernidad es la irrupción de lo autobiográfico, incluso la tiranía de lo autobiográfico y su afirmación sobre la novela, en el sentido también clásico del término. Las librerías están llenas de primeras novelas autobiográficas y de escritores que analizan el proceso de escritura en marcha y reflexionan sobre la propia escritura o el deseo o la necesidad de ser escritores. Curiosamente, esa veta tiene su origen en parte en un amigo de Martínez de Pisón, Enrique Vila-Matas, quien ya desde bien temprano en su obra (ahí está París no se acaba nunca) escribía sobre el propio oficio de escribir, se erigía en autor mirándose en el reflejo de los autores. Estamos ya en la posmodernidad.

Pero vamos a Ropa de casa. Como digo, Martínez de Pisón, en línea con su propia obra, entrega una pieza clásica, limpia y hasta ¿desapasionada? consigo mismo. Él mismo nos da la sinopsis: «Un posible resumen del libro sería: niño en el Logroño de los años sesenta; muchacho en la Zaragoza de los setenta; aprendiz de novelista en la Barcelona de los ochenta». Martínez de Pisón sabe que en el niño está ya prefigurado el escritor, pero repasa su infancia sin excederse en las claves finalistas y pasa pronto, antes de la mitad del libro, a esa Barcelona a la que llegó en septiembre del 82 y en la que todo le saldría un poco a pedir de boca en el mundo editorial. Desde bien joven, fue autor de Anagrama cuando Anagrama era mucho más Anagrama que hoy, es decir, más influyente.

Como algo de premura y pudor («Digamos que, en comparación con otras, la mía ha sido una vida pequeña»), se desembaraza rápido de su propia biografía para centrarse en la otra vida, la de escritor, y en la semblanza de los tiempos de la Nueva Narrativa Española, los compañeros de las copas y las letras en la capital condal, las amistades y enemistades del gremio.

Los amantes de este tipo de evocaciones, que son muchos y son casi siempre aspirantes a escritor, disfrutarán de acceder a las oficinas de Herralde, a la correspondencia trunca con Javier Marías, a las excentricidades de Enrique Vila-Matas en el Palmar de Troya. Aquí se habla de autores mayores que Martínez de Pisón –Álvaro Pombo, Bryce Echenique, Caballero Bonald, Carlos Barral…– y de muchos autores de su propia generación: Antonio Muñoz Molina, Bernardo Atxaga, Cristina Fernández-Cubas

Son los días dulces de la Nueva Narrativa Española, una etiqueta que sirvió de lanzadera para autores que rompían con los intereses y la estética de la generación precedente y que eran ya escritores de la democracia. Son también años de bonanza en los que Martínez de Pisón, por ejemplo, puede vivir sin estrecheces con las colaboraciones de periódico, entonces bien pagadas, y en los que la palabra de un puñado de críticos, los famosos mandarines, era ley. Tiempos idos. Ni mejores ni peores. O sí.

Ropa de casa es un libro disfrutable, de prosa siempre medida, a veces reveladora dentro de la sencillez, en la que el zaragozano repasa su vida sin hagiografía y nos ofrece una idea ajustada de lo que fue ser escritor en el epicentro de la industria (fea palabra) en un tiempo de cambios.

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