El supuesto día que Carlos Gardel le salvó la vida a un desconocido Frank Sinatra
Este año se cumple un cuarto de siglo del fallecimiento de 'La Voz', cuya vida fue una enorme colección de anécdotas, muchas de ellas a medio camino entre la leyenda y la realidad
Era 1934 y la estrella del cine y la canción, Carlos Gardel, un Rodolfo Valentino del cine sonoro, en el ínterin del rodaje de las películas para las que había sido contratado por la Paramount, se estrenó en Nueva York cantando en directo en un programa de radio de la NBC. Fue la novia (quien más tarde sería su mujer) de un desconocido Frank Sinatra de 18 años quien le animó a viajar a Manhattan desde Nueva Jersey para ver cantar en directo en los estudios al argentino.
Frank, entonces casi un delincuente juvenil, un trasunto del Ray Liotta de Uno de los Nuestros, quedó maravillado con la actuación y al terminar el programa se acercó a saludarlo. Cuando Gardel le preguntó a qué se dedicaba, el joven Sinatra no supo qué responder. Fue Nancy, su futura esposa, quien le dijo que Frank sabía cantar, pero que pasaba el tiempo al lado de mala gente. Cuentan que Gardel le habló y le confesó que cuando tenía su edad se encontraba en la misma situación en Buenos Aires. Le habló de un café en el puerto, el O'Rondeman, alrededor del cual orbitaban los maleantes como él.
Esa noche se produjo el verdadero momento de suerte que todo genio necesita. Gardel le recomendó apuntarse a un concurso de talentos que se anunciaba en la radio, y Sinatra se presentó y ganó, y después de aquello comenzó una gira patrocinada por el programa que Frank abandonó después de unos meses por diferencias con sus compañeros de orquesta.
El resto es la historia de un mito ya conocida que también fue el largo interludio de la continuación de este presunto, aunque bonito cuento, como cantado por un juglar. Casi 50 años después, Frank Sinatra viajó por primera vez a Argentina, y lo primero que hizo no fue actuar sino ir al puerto del que le había hablado Carlos Gardel. Pidió que le dijeran donde había estado ubicado el café O'Rondeman y, cuando llegó al lugar, sacó del bolsillo de su abrigo un viejo tique gastado, con el que había entrado medio siglo antes para ver a actuar al ídolo en los estudios de la NBC de Nueva York, lo besó y dijo: «Gracias por enseñarme a vivir, señor Gardel».