Ede: «Es difícil no ceder a la vorágine de la productividad, pero ser creativo no tiene nada que ver con la prisa»
La cantante madrileña cierra el 12 de enero la gira de Lucero, su primer disco, con un concierto en Inverfest. Hablamos con ella del motor creativo, «siempre el amor», de vivir deprisa y de la necesidad expresiva como forma de entender el mundo
Es una de esas voces de la joven generación de artistas que cambian algo dentro de quienes los escuchan, con nuevas sonoridades y maneras de hacer su propia revolución a través de sus canciones. «Soy un engendro del amor», dice la biografía de Elena Villa (Madrid, 1997), más conocida como Ede.
Habla desde el corazón porque es ahí donde le nace todo: la expresividad, el enfado, la rabia, el cariño, la escucha... y la música. Ede se ha curtido en los escenarios con sus propias canciones y también junto a músicos como Xoel López o Club del Río, y acaba de lanzar su primer disco, Lucero, en el que reafirma su identidad sonora y artística y da voz a un riquísimo mundo interior con canciones como Te espero, Lo que yo hago o Buena y pura.
Combativa, acelerada, lejos de la idealización, multitarea (escribe, compone, produce, contrata, hace números...), precisa, temeraria. Ede es volcánica, una inteligencia emocional y creativa puesta al servicio de la expresión artística en la música y el teatro –y en lo que le echen– con una voz, además, que se te clava en el corazón. Hablamos con ella poco antes de su concierto en el teatro Circo Price, dentro del ciclo de Inverfest.
–Este viernes cierras la gira de Lucero con un concierto muy esperado en el Teatro Circo Price de Madrid. ¿Cómo afrontas este fin de etapa?
–La verdad es que antes de los bolos, como estoy pendiente y gestionando tantas cosas, no termino de conectar conmigo misma. Hay mucho trabajo detrás que no se ve, y en mi caso lo hago yo todo, pero confío en que al salir al escenario estaré presente. Lo vivo con mucha emoción, porque ha sido una gira y un año muy intensos, pero también es como un examen: tengo ganas de que pase, para descansar.
–La problemática del artista es que además de crear y estar pendiente del impulso creativo tiene que tener en la cabeza el sonido, los visuales, cómo va la venta de entradas, las redes sociales...
–Para mí es un poco incompatible. O estoy en una cosa o estoy en la otra, porque cuando estoy a las dos a la vez es como que no estoy en ninguna. Es complicado y muy cansado, pero también tiene su parte positiva: cuando lo ves funcionar y sale todo adelante, sientes una gran satisfacción. Yo soy un ser escénico, y es muy fuerte para mí salir al escenario.
–El proyecto artístico es tuyo, pero no te concibes sola. ¿Qué supone para ti la amistad dentro de la música?
–Es todo muy colectivo y así deseo que sea, porque a mí lo que más me gusta de este mundo, más que la música, más que nada, es la gente. Me encanta, soy una obsesionada de las personas. Por otro lado, aunar tantas sensibilidades es muy complicado: es mi proyecto, y nadie lo va a cuidar como yo, pero somos muchas artistas poniendo entregando mucho. Una de mis grandes apuestas este año era llevarme a la banda a casi toda la gira, aunque no salieran los números, porque para mí tenía mucho sentido presentar este disco con músicos. No podría haberlo hecho sola. En el concierto del Circo Price va a haber momentos con 12 personas sobre el escenario. Somos una comunidad.
A mí lo que más me gusta de este mundo, más que la música, es la gente
–En este disco hay una clara transición sonora. ¿Cómo defines este nuevo sonido, que llevaba tanto tiempo contigo?
–Cuando haces un disco no puedes plasmar en él todo lo que te está gustando en ese momento, es imposible, porque sería una amalgama que no tendría ningún sentido. En Lucero hay algunas canciones «regrabadas», porque para lo que se habían compuesto, o como las concebía cuando las compuse, necesitaba ahora integrarse en un proyecto completo. En ese sentido Lucero ha sido como una materialización, para mí bastante acertada, de lo que es mi intención con las canciones. Me refiero a mi intención expresiva, más allá de las líricas y de la producción sonora (que creo que es muy buena). Un disco es siempre una apuesta, y ahora ya tengo ganas de hacer cosas distintas, ya tengo en la cabeza lo siguiente.
–¿Qué supone pasar de lanzar canciones o temas «sueltos» a pensar un disco completo, con una idea unitaria, un orden, un concepto...?
–Es complejo y precioso al mismo tiempo. A mí hay canciones que me encantan que no entraron en Lucero por una cuestión estilística o «de mundo», pero que igual habrían sido el mega single que rompe récords. Pero no es eso lo que me interesaba. Yo no tengo prisa. Y no quiero centrarme sólo en la música; de hecho, este año que lo he hecho ha sido uno de los más duros. Y no sólo necesito hacer teatro, sino también cosas frikis, incluso componer música que no vaya a ver nunca la luz. A veces hoy en día, con la vorágine de la prisa, es muy difícil hacer oídos sordos, no mirar los números, no ceder a las exigencias de la productividad... Pero yo no encajo ahí. Ni estoy todo el día componiendo canciones. Necesito vivir cosas para sentir qué es lo que quiero contar.
–¿Creciste en un ambiente artístico? ¿De dónde procede esta necesidad de expresión creativa?
–En general, hay una esencia expresiva en mí, aunque en mi familia no hay artistas, pero sí somos muy habladores: todo se habla, lo bonito y lo feo, y hasta que no crecí no me di cuenta de que es no es algo habitual. Eso ha hecho que siempre haya habido espacio para la expresión. Además, me encantaba leer: por un influjo de mi madre, soy una lectora ávida. Me enamoro de las palabras. Después me di cuenta de que cabía la posibilidad de que mi voz tuviera algo especial... pero no he tenido referentes. Casi mejor así: ha sido un espacio de libertad para mí.
–Cantas: «Lo que yo hago no es bonito, es verdadero». ¿Es incompatible?
–Es un rebote, un enfado que tuve un día. Me subo a un escenario a interpretar vocalmente cosas bastante sofisticadas, cosas que he escrito desde dentro, que he compuesto, que me salen del alma. Y la gente me dice: «Qué bien cantas, qué bonito». Te acabo de contar mis intimidades más profundas, que he escrito con el corazón, y me dices: «Qué guapa eres». No quiero que se me malinterprete: agradezco que la gente me diga que canto bien, que hago «cosas bonitas»; no quiero parecer desagradecida. Pero lo que llevo dentro es mucho más. También es una reflexión sobre ser mujer en la industria: compones, produces, grabas, interpretas, tocas instrumentos, generas un show en directo, relatas lo más importante para ti, y te dicen: «Qué guapa, qué bonito». Esta es mi verdad, y quería visibilizarla.
–Hay mucha reivindicación en tus letras, cierto enfado: «Si dejo que me comáis es para prenderos fuego desde dentro».
–Es que a mí me parece increíble y maravilloso el enfado, y me dan mucho miedo los discursos que nos quieren arrebatar la rabia. «No te enfades», nos dicen. Es cierto que tenemos que intentar canalizar nuestro enfado de forma no destructiva, pero es sanísimo enfadarse. Es bello, es teatral. Es incluso como una fuerza creadora que para mí casi solo equivale al amor o a la muerte. Se dice que siempre se escribe del amor y la muerte; yo escribo del amor, la muerte y el enfado. Lo reivindico también como una especie de teatro performático. ¡Si no nos enfadamos, vaya aburrimiento!
Me parece maravilloso el enfado, y me dan mucho miedo los discursos que nos quieren arrebatar la rabia
–¿Es agotador tener que estar siempre posicionándote, defendiendo una postura, reivindicando algo?
–Lo es, y no es natural. Ahora estoy de promo, y lo entiendo, pero hay veces que literalmente no tengo nada que decir, nada que contar. Simplemente estoy viviendo para luego poder expresarlo, si quiero. Eso es lo que más me ha desgastado este año. Yo como consumidora estoy saturada de información que me da igual, y no quiero participar en esa espiral. Si desaparezco un mes de Instagram y me bajan 200 seguidores, pues tampoco pasa nada. Es muy agotador y a mí me ha conflictuado mucho la sensación de que vas a desaparecer si no te pronuncias, si desapareces. Pero mi vida no es mi proyecto: llegará a donde tenga que llegar porque a la gente le emocione, no porque yo haya estado insistiendo para que me escuchen en redes sociales. No me apetece, me desagrada y hace que acabe odiando lo que hago.
Yo como consumidora estoy saturada de información que me da igual, y no quiero participar en esa espiral
–Hablas en un post de Instagram del «motor a veces oculto, siempre inestable y para mí imprescindible que me hace querer seguir haciendo esto». ¿Cuál es ese motor? ¿Está dentro de ti? ¿Está en diálogo con quienes escuchamos tu música?
–El motor es el amor. Me enfado porque amo mucho. Amo a personas, amo causas, amo la música. A veces he estado muy desconectada de la creación, y ha sido cuando me he tenido que desconectar del amor porque no tenía tiempo, cuando tenía que trabajar mucho y estaba de gira y no podía estar con la gente que amo. Sin amor me desconectaba de la creación musical. Pero estoy encontrando el equilibrio entre trabajar y hacer canciones, y darle espacio a otras cosas que que no sean capitalizables. Estoy encajando ese deseo en la mentalidad occidental capitalista. Me cuesta, es muy duro para mí. Pero dedicarme 100 % a mi proyecto y a mi música y hacer giras y sacar y sacar discos no me llena, se me hace extraño. Estar con mis amigas y hablar y cantar y conectar con esa parte de mí de la que me había desconectado, sí.
El motor es el amor. Me enfado porque amo mucho. Amo a personas, amo causas, amo la música
–«Me peleo contra todo lo que viene, a veces ya no sé ni para qué», dice Caballo ganador. Esa relación un poco «enemiga» con el público recuerda a Zahara, que a la vez tomó de Taylor Swift…
–Es muy extraño que mi trabajo consista hoy en día en pedirle a los demás que escuchen mi música. No tiene ningún sentido. Estar pendiente de los números, de si tu nombre sube o baja en las listas de Spotify... me desconecta mucho, es muy enloquecedor y además te destruye el ego. A veces nos dicen que los artistas somos egocéntricos; ¡como para no serlo! Estamos todo el día pendientes de cuánta gente ha consumido lo que hemos hecho. Nadie nos dice (menos en entrevistas como esta): «Cuéntame de toda esa experiencia, de dónde nace, qué te ha pasado».
–Además de la música, estudiaste interpretación en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) y preparas una obra. ¿Cómo llegó a ti?
–Estrenamos en febrero con el Centro Dramático Nacional la obra Así hablábamos, en el Teatro Valle Inclán. Están siendo días muy intensos porque ensayamos seis horas diarias de lunes a sábado, y hasta ahora lo estaba combinando con la música. Pero estoy tan contenta... Esto me ha conectado mucho con «el motor», el volver a aproximarme al arte desde otro sitio, recordarme que yo no soy solo cantante y compositora de canciones, que soy un animal escénico y que eso está bien. Y está siendo muy liberador formar parte de un elenco en el me dirigen y yo no tengo que tomar todas las decisiones. Aunque dirige Itsaso Arana, es todo muy colectivo, y he recuperado la ilusión. El teatro tiene algo más libre, de expresión, distinta. Estoy tan feliz, ¡estoy como enamorada otra vez!