Entrevista
Alejandro Roy: «Al cantar en Torre del Lago sientes la presencia de Puccini»
El Debate entrevista al tenor español Alejandro Roy, que interpreta Tosca en el renombrado festival que recuerda al genial compositor en el centenario de su fallecimiento
Giacomo Puccini compuso buena parte de una sus obras maestras más populares, Tosca, en Torre del Lago, una pequeña villa situada en el municipio italiano de Viareggio, en la Toscana, entre el lago de Massaciuccoli y el mar de Liguria. Tanta fue la devoción que el compositor demostró siempre hacia el lugar donde pasó largas temporadas creando en su palacete, que en 1938 las autoridades sumaron el apellido Puccini al nombre de la localidad, hoy conocida como Torre del Lago Puccini.
Allí cada verano se celebra un renombrado festival lírico para honrar a su más ilustre paisano representando al aire libre varias de sus óperas, una cita que ha logrado reunir hasta a cuarenta mil visitantes en un año, multiplicando por cinco la población del lugar. La presente edición tiene un interés especial estos días, al coincidir con las conmemoraciones que en todo el mundo recuerdan el centenario del fallecimiento del músico. Por eso le han confiado la confección del cartel a uno de los más importantes directores de escena italianos, el veterano Pier Luigi Pizzi, que a su vez ha elegido al asturiano Alejandro Roy como el tenor protagonista de las cuatro funciones previstas, a partir del estreno, este mismo viernes, de una nueva producción de Tosca.
–Hace medio siglo, Pizzi dirigió la primera ópera que el Met de Nueva York emitió por televisión a todo el mundo, una «Bohème» con Luciano Pavarotti. Ahora vuelve a la carga con otro título pucciniano. Verdaderamente este hombre parece incombustible… ¿A sus 94 años sigue conservando su «carácter»?
–Genio y figura… la verdad que trabajando con él estos días apenas se le nota la edad. Yo le veo en plena forma: es todo energía, siempre pendiente hasta del más mínimo detalle y sí, muy exigente, como todos saben. La verdad es que el ambiente de trabajo aquí es inmejorable, estoy muy contento.
–Tratándose de Pizzi, todo un esteta, profundo conocedor de los modos y usos de la lírica, pero también del contexto histórico y el sentido de cada obra, seguramente se librarán ustedes de cantar suspendidos en el aire, en algún trapecio, o de convertir el Castel Sant’angelo en un refugio antinuclear…
–Pues sí, la verdad es que que la producción se enmarca dentro de los cánones que marca la tradición, puede calificarse como clásica aunque sin renunciar al empleo de la tecnología de hoy: para el decorado, se utilizan imágenes creadas por ordenador pero que evocan a los telones pintados de antaño con imágenes de una gran belleza. Estoy convencido de que al público le encantará.
–¿Cantando tan próximo a su hogar se llega a sentir de algún modo la presencia, de un modo quizá más espiritual que en otros escenarios, del propio Puccini, que además está enterrado en ese lugar?
–Sobre todo se aprecia un cierto respeto, que aquí se respira de un modo muy particular. Y sí, en algún momento llegas a sentir como si su espíritu estuviera aquí presente.
Me di a conocer como tenor ligero y luego vino el cambio a un repertorio más dramático, me tenían encasillado, algo muy español…
–Cuando Puccini componía Tosca, ahí mismo, un día le vino a ver Enrico Caruso. El compositor quedó asombrado por la voz del joven tenor, pero no le recomendó en ninguna parte, y aún tardó varios años en pensar en él para estrenar alguna de sus óperas. A usted le pasa un poco lo mismo, su instrumento resulta muy valorado, como una de esas grandes voces que no abundan, y sin embargo en su país apenas cuentan con sus servicios. Le contratan más en el extranjero, ¿no es así?
–Precisamente estos días me lo decían aquí varios colegas italianos. Es la cuarta vez que me llaman para cantar en Torre del Lago Puccini, algo que no ocurre frecuentemente. Y más si tenemos en cuenta todo lo que representa este año, con el centenario del fallecimiento del compositor, y en un título de tanta relevancia para el tenor… Es una gran responsabilidad y hace que me sienta especialmente honrado con esta nueva invitación.
–Estamos en lo de siempre, pero con usted quizá peor… porque en España no se descubre a nadie, los teatros esperan a que un cantante español triunfe fuera, y luego si tal ya se apuntan… Acaba de lograr un éxito enorme, en Francia, cantando «Pagliacci», pero antes ha interpretado Turandot en el Metropolitan de Nueva York (una ópera que volverá a representar en el Teatro Nacional de Praga en unas semanas), en la Arena de Verona, en el San Carlo de Nápoles y hasta aquí mismo, en Torre del Lago… Ha concedido el primer bis en treinta años en el Teatro de la Zarzuela, pero en su tierra, incluso en Asturias, parece un desconocido. No existe para el Teatro Real, por ejemplo, u otros grandes teatros de aquí. ¿Por qué?
–Parece que una vez más se diera eso de que nadie es profeta en su tierra… pero, en fin, seguramente hay más cosas detrás… Al principio pensé que podía ser que, como al inicio de mi carrera, me di a conocer como tenor ligero y luego vino el cambio a un repertorio más dramático, me tenían encasillado, algo muy español… Pero ya han tenido tiempo de comprobar lo que puedo hacer… Creo que se trata más de una cuestión de agencias, que es lo que impera en los grandes teatros: o te encuentras en la casilla adecuada o tienes problemas para trabajar en tu propio país. Sin señalar personalmente a nadie, la realidad es esa.
Yo soy de Alfredo Kraus… Me considero como él, muy estricto en la obediencia de lo que ha marcado el autor
–Luego está también el desconocimiento de los repertorios y de las posibilidades de cada cantante. Usted no tiene una voz precisamente ligera… recuerda a las de muchos grandes del pasado, como Mario del Monaco o Franco Corelli… y a veces se les exigen unas características de estilo, ciertas sutilezas, muy difíciles de hallar en instrumentos como el suyo, que tienen otros atributos: la fuerza, la resistencia, el empuje, …En el pasado, si uno lee las críticas, se decía a veces que Corelli o Del Monaco eran intérpretes aburridos, inexpresivos, y sin embargo hoy se echan de menos esas mismas voces viriles, capaces de llenar un teatro sin trucos, como las de ellos, ¿no es así?
–Completamente, es difícil probar tres cosas a la vez, no se puede contentar siempre a todo el mundo… Por eso tienes que hacer siempre lo que te vaya mejor a ti, a partir del conocimiento de tus medios y con tu propia técnica. Cada uno saca provecho de lo que posee, y hay que conocer a fondo las posibilidades reales de cada instrumento. Con una voz ligera puedes hacer más fácilmente algunas cosas, como adelgazar el sonido, y con la mía, que es distinta, con mayor presencia, otras diferentes.
Fedora Barbieri me hizo ver que podía abordar los grandes roles de Verdi y Puccini, el verismo (...) nos decía que es preciso 'cantar con el cuerpo'
–Seguro que conoce la anécdota de cuando Puccini visitó al gran tenor español Miguel Fleta en el camerino, después de una representación de Tosca en Viena. Al compositor le costaba reconocer su propia obra en su voz, no apreciaba las libertades que se tomaba al cantarla. Pero el ilustre maño insistía en que si el teatro se caía con su Adiós a la vida era porque él le había conferido su propia personalidad. A la hora de cantar esta ópera, ¿usted es más de Fleta o de Puccini?
–Yo soy de Alfredo Kraus… Me considero como él, muy estricto en la obediencia de lo que ha marcado el autor. De hecho, aquí, el director musical me anima a que me libere un poco más. Pero no por eso dejo de seguir las tradiciones que han ido forjando los grandes cantantes del pasado, que han impreso su sello personal en cada interpretación, tenores como Del Monaco, Corelli o Bjöerling. Y por supuesto, valoro muchísimo lo que hacía Fleta, al que amo, porque todo lo que cantaba, lo que hacía, venía directamente del corazón.
Luis Mariano y Rafael Farina podían haber llegado a hacer carrera en la ópera
–Se refiere a los grandes del pasado y usted estudió con una de las más relevantes del siglo XX, Fedora Barbieri, la gran mezzosoprano italiana que actuó con los mejores cantantes y batutas de su tiempo. ¿Cómo se produjo ese encuentro, qué le transmitió?
–Mi mujer, que también es cantante, buscaba soluciones para mejorar su técnica, que en España no le daban; aquí la enseñanza ha estado siempre bastante limitada. Así que buscamos en la guía telefónica y llamamos nada menos que a la señora Barbieri, que nos acogió a ambos en su casa muy amablemente. Era realmente encantadora y a mí me cambió la voz, porque fue la primera en comprender que estaba empeñándome en el repertorio equivocado. Me hizo ver que podía abordar los grandes roles de Verdi y Puccini, el verismo… Tenía una técnica que en España nunca se ha empleado, y que es la más indicada: nos decía que es preciso «cantar con el cuerpo», empleando todos sus recursos, lo que supone un gran esfuerzo y un completo dominio técnico.
–Por cierto, usted llegó a participar en Gente Joven, un antiguo programa de TVE que podría haberse anticipado a Operación Triunfo, pero a la vista está, con mejores voces… ¿Cómo resultó aquella experiencia?
–Antes de empezar con el solfeo, algo tarde, mis inicios se orientaban hacia la canción ligera. Aunque ya entonces mi interés estaba claramente dirigido hacia las voces importantes, gente como Nino Bravo, Francisco, Juan Bau… Así que me apunté a aquel concurso, donde llegué a alcanzar el segundo puesto.
–Es que entre los cantantes llamados ligeros de entonces había auténticas voces e intérpretes de primer nivel…
–Cierto, a mí siempre me gustaron dos, Luis Mariano y, en el flamenco, Rafael Farina. Podían haber llegado a hacer carrera en la ópera.