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Mario de las Heras

Don Franz Beckenbauer, el brasileño de Múnich

«El Káiser» le llamaban. Por el Káiser y contra el Káiser original, Guillermo II, los jóvenes de principios del XX se alistaban no exactamente igual, pero sí parecido a cómo se alistaban los futbolistas para jugar con y contra el Káiser del fútbol

Actualizada 23:41

A Beckenbauer uno le conoció ya retirado, pero reciente. Como todavía viéndole un poco con el rabillo del ojo, o incluso aún reflejado en los ojos de los mayores que sí le vieron. El solo nombre «Beckenbauer» ya era una palabra mayor. Uno no puede ser poca cosa, más bien todo lo contrario, llamándose nada más y nada menos que Beckenbauer. Beckenbauer es como Mercedes o como Bmw, pero en humano. Es decir, algo, alguien, mucho mayor. Mucho mejor. Imagínese que se acaban para siempre los Mercedes o los Bmw. Pues los Beckenbauer, el genuino, el único Beckenbauer, se ha acabado. Y eso es triste porque el pasado, ese pasado que cada vez parece más lejano, se ha marchado un poco más. O mucho más.

«El Káiser» le llamaban. Por el Káiser y contra el Káiser original, Guillermo II, los jóvenes de principios del XX se alistaban. No exactamente igual, pero sí parecido a como se alistaban los futbolistas para jugar con y contra el Káiser del fútbol, símbolo eterno del Bayern de Múnich y de la selección de fútbol de Alemania. Después del club bávaro se fue a jugar al Cosmos de Estados Unidos, como Pelé. Me contó mi amigo Alberto Cosín que a don Franz le llamaban «der Brasilianer» porque jugaba como un brasileño. Un alemán que jugaba como un brasileño en los 70 era el colmo de la modernidad y del arte y de lo bello y de lo exótico. Un alemán con patillas que también era tan alemán, en el sentido más típico del alemán, como para jugar con un brazo en cabestrillo una semifinal de un Mundial, el del 70 para más señas. Y para más aún en el partido del siglo.

Entonces era muy joven, 25 años, pero ya casi llevaba una década siendo el particular Napoleón de lo suyo. Él era muy joven entonces. Y todos los que hemos sido jóvenes un día, tampoco hace tanto, fuimos también un poco Beckenbauer porque Beckenbauer es el nombre que se le dio al chándal de toda la vida con las tres rayitas de Adidas que todo joven de entonces (y de ahora) ha vestido alguna vez. Alemán, brasileño y también un poco estrella a lo Beckham cuando Beckham ni siquiera existía, o al menos ni siquiera sabía que existía. El Káiser o el Napoleón que se enfrentaba a las bombas en el campo de batalla con su estilo característico vertical. la cabeza levantada y la elegancia sublime como para golpear con el exterior con la exquisitez de Luka Modric, pero sin el escorzo a lo Astérix. Un golpeo británico, como vestido con frac y chistera y declamando íntimamente como el Gabriel Conroy de Joyce al final de Los muertos.

Mediocentro defensivo, siempre le quedó mejor lo de líbero, qué posición y qué término tan bonito, que es lo que era y lo que será para los restos. Bajo su bandera Alemania ganó el Mundial, 20 años después, en 1974. Allí se forjó la marca que volvería a cincelarse 16 años después como entrenador, aunque no era esa la auténtica imagen de Beckenbauer, sino la del pelo rizado y las patillas setenteras, el Mercedes, el Bmw, el Bayern de Múnich, mucho más que eso. El mito que algunos vimos pasar solo por el rabillo del ojo, pero que fue como si lo hubiésemos visto pasar, brillante y magnífico en los ojos de nuestros mayores y en su rastro aún visible, aún presente, como un perfume distinguido todavía en el aire, con toda su grandeza.

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