Vista general de la sede del Trocadero, con la Torre Eiffel

Vista general de la sede del Trocadero, con la Torre EiffelAFP

Trocadero, el corazón de los JJ.OO. que toma su nombre de una isla de Cádiz

El histórico espacio junto a la Torre Eiffel que albergó ayer gran parte de la ceremonia inaugural se transforma ahora en inédito punto de encuentro entre aficionados y deportistas

La pequeña isla de Trocadero, en la bahía de Cádiz, gozó este viernes de un privilegio por el que los organizadores de la ceremonia inaugural de los JJ.OO. hubieran dado buena parte del fabuloso presupuesto empleado en el espectacular evento: un sol espléndido, una temperatura veraniega y esa luz gaditana dispuesta a regalar a quien la observa los mejores atardeceres. A unos dos mil kilómetros de allí, en la explanada parisina que toma el nombre de este enclave gaditano, se escribió ayer una página de oro en la historia del olimpismo y en la de la propia ciudad de París. Una página de oro empapada por la copiosa lluvia que acompañó la mayor parte de la ceremonia y que deslució en gran medida el histórico evento. Ha continuado lloviendo toda la noche y la ciudad ha amanecido particularmente gris, con temperaturas que no sobrepasarán los 20 grados y con un aspecto inusualmente otoñal, toda una invitación a quedarse en casa para comentar la gran jugada.

El Príncipe Alberto II de Mónaco (R) y la Princesa Charlene de Mónaco, vestidos con impermeables

El Príncipe Alberto II de Mónaco (R) y la Princesa Charlene de Mónaco, vestidos con impermeablesAFP

La prensa francesa aplaude mayoritariamente el evento, respalda la audacia de los organizadores y encumbra una ceremonia concebida a mayor gloria de la monumentalidad de París. No falta quien considera que tuvo un ritmo desigual y que sobraron algunos episodios de dudoso gusto que hirieron sensibilidades sin venir a cuento ni tener nada que ver con el olimpismo. Tal vez se esperaba algo más de lo que podría acontecer en el Sena, que tantas expectativas había levantado previamente. Como la lluvia, el espectáculo fue in crescendo para terminar de manera apoteósica y deliciosamente decadente con una Celine Dion al borde de las lágrimas cantando a Édith Piaf en el balcón de una Torre Eiffel que brilló como nunca. Nada como el amor para llegar a los corazones. Bien los saben los parisinos.

La cantante canadiense Celine Dion, en la Torre Eiffel durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos

La cantante canadiense Celine Dion, en la Torre Eiffel durante la ceremonia de apertura de los Juegos OlímpicosAFP

Francia, y no solo París, sabe que tiene que seguir enamorando al mundo y ayer supo jugar bien sus cartas, pese a la lluvia. Si hace 200 años en la isla gaditana el duque de Angulema tenía que vencer las veleidades liberales españoles y restaurar la monarquía de Fernando VII, ayer, en la explanada que lleva el nombre de aquella victoria sobre España, Francia tenía que demostrar sus poderes a un mundo global en el que Occidente pierde protagonismo. París sacó su artillería pesada, utilizó su formidable escaparate para demostrar al mundo del Siglo XXI su capacidad de seguir proyectándose como megalópolis, la vigencia de su histórico ADN con capacidad de sentar cátedra en aspectos tan diversos como las ideas, los valores, la cultura o el espectáculo, la inclusión y la sostenibilidad, y hasta ese mundo algo canalla que los puritanos anglosajones descubrieron en el París del Siglo XVIII gracias al «grand tour».

Hubo guiños para todos, todo estaba calculado menos la lluvia, que no entiende de códigos QR. Curiosa paradoja que en las olimpiadas más sostenibles de la historia, como afirman repetidamente sus organizadores, se tuviera que recurrir a miles y miles de ponchos de plásticos y paraguas de mala calidad fabricados en China. Tal vez esta fue la venganza de las fuerzas de la naturaleza justo a los pies de uno de los emblemas de nuestra civilización, tal vez como recordatorio de que pese al discurso oficial predominante en todos los rincones, el mundo desperdicia y destruye innecesariamente, tira paraguas baratos concebidos para no durar más de un par de tormentas con los que se podrían construir nada menos que 7 Torres Eiffel todos los años. Tal vez uno de ellos, por cierto, lo podían haber utilizado para proteger de la lluvia al centenario deportista Charles Coste, uno de los últimos portadores de la llama, cuya imagen en silla de ruedas bajo la copiosa lluvia ha quedado para la historia. Después de todas las calamidades sufridas en el convulso siglo XX francés, sería tremendo verle enfermar a consecuencia de su participación en un acontecimiento tan festivo.

Nadal (i) lleva la llama olímpica en el Trocadero

Nadal (i) lleva la llama olímpica en el TrocaderoAFP

Con 60 años menos que Coste y un aspecto casi juvenil, Nadal sonrió bajo la lluvia en este nuevo capítulo de la explanada de Trocadero, ajeno a las inclemencias y dejando imágenes para la historia que también recoge la prensa francesa. El tenista debuta hoy y ojalá se le vuelva a ver en los próximos días por el espacio en el que ayer portó la llama olímpica entregada por Zidane. Siguiendo con la idea de hacer los JJ.OO. más abiertos de la Historia, la explanada de Trocadero se convierte a partir del próximo lunes en el Parque de los Campeones. Ya se están desmontando las tribunas que ayer acogieron a autoridades e invitados para organizar el espacio de entrada libre y gratuita capaz de acoger diariamente a 13.000 personas, concebido para la celebración de las victorias y que propiciará encuentros con los medallistas de los días anteriores, un formado nunca visto en unas Olimpiadas.

También será posible ver las finales en las pantallas gigantes, disfrutar de una programación artísticas o tomar algo en las terrazas. La organización también ha previsto que un deportista legendario este presente diariamente en la explanada de Trocadero, una oportunidad única para hacerse un selfie con Dan Carter, Carl Lewis o Nadia Comaneci. Y por aquello de juntar pasado y futuro, nostalgia e innovación, convencionalismos y transgresión, a la que los franceses son tan aficionados, y no perder esa imagen de «avant-gard» que tantos réditos les da, la explanada acogerá espectáculos de voguing. Se trata de una modalidad de baile nacida en Harlem en los años 80 de la mano de las comunidades LGTB negra y latina y cuyo nombre proviene de la revista Vogue, pues se trataba de imitar las poses de las modelos de la prestigiosa publicación de moda.

La editora en jefe de 'Vogue', Anna Wintour (izq.), y el director, escritor y productor australiano Baz Luhrmann

La editora en jefe de 'Vogue', Anna Wintour (izq.), y el director, escritor y productor australiano Baz LuhrmannAFP

Desde luego, hay que quitarse el sombrero ante París, capaz de agasajar un día como se merece a un todopoderoso establishment con Anna Wintour incluida, presente ayer en las gradas de Trocadero, y al día siguiente abanderar un espacio con vocación de seducir al underground de esos suburbios (baneliu) tantas veces excluido y maltratado por el sistema. Nadie sabe, en realidad, que tiene que ver todo esto con el olimpismo, pero esa es otra historia de la que nadie se arrepiente, del mismo modo que nadie se arrepiente aquí de cortar cabezas, como quedó ayer demostrado en la espectacular ceremonia. A los que no somos de aquí, siempre nos quedará París. A París, siempre le quedará Édith Piaf. «Non, je ne regrette rien».

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