EL MUNDIAL DE NARANJITOAntonio R. Naranjo

Messi, Maradona y el jeque

La final más bonita para el Mundial más feo retrata la vida como nada y tapa la vergüenza de rendirse ante una satrapía sobrada de dinero

Actualizada 09:53

Para un español es fácil saber con quién va si juega Francia: contra su rival, sea quien sea. No es tan sencillo cumplir esa máxima si, además de español, eres madridista y enfrente de los gabachos está Messi, a quien siempre podíamos infravalorar, hasta ahora, en la comparación con Maradona.

Y si nos venimos arriba, con Di Stéfano, Pelé, Zidane y, me van a permitir la licencia, con Butragueño, ese bailarín de chotis que hacía regates en una baldosa.

Con ese corazón partido entre el afecto por Argentina, el desdén hacia Francia y el desprecio, merengue e injustificable, hacia Messi, afrontamos una final cuyo desenlace empequeñeció un poco más a nuestra Españita al imaginarla jugando con los mayores.

Mucho va a tener que trabajar el nuevo seleccionador para que al peso de una camiseta, que sola gana la mitad de los partidos ya, se le añada el juego necesario para ganar la otra mitad y no nos perdamos eternamente en ese limbo de octavos que vuelve a ser nuestro espacio natural.

Sin nada que perder ni ganar, y con el mismo entusiasmo que un magistrado conservador del Tribunal Constitucional escuchando las peroratas predemocráticas de Sánchez, afrontamos el partido más fríos que Tarzán de fin de semana en Alaska y lo terminamos, aunque cueste reconocerlo, más entusiasmados que Arnaldo Otegi en un «ongi etorri» por un dirigente de ETA.

Porque el fútbol es la cosa más importante entre las cosas menos importantes, que decía Valdano, y la final sublimó esa certeza hasta hacerla visible para millones de ojos rendidos a la belleza, el drama y la épica de un partido que colocó a Messi a la altura de Zeus y convirtió a Mbappé en su Mesías.

La belleza del espectáculo, con un ganador y ningún derrotado, solo tiene un contrapunto triste, muy triste: va a maquillar aún más el hedor de un Mundial que se jugó por la obscena compra de voluntades políticas con petrodólares y retrató a ese tipo de dirigentes que dan la brasa con la igualdad y los derechos humanos donde no hace falta y se han callado donde era imprescindible invocarlos.

Qatar debería pasar a la historia por haber demostrado que todo tiene un precio, que los Pedros Sánchez y las Irenes Montero son capaces de tragarse lo más grande por unos cuantos depósitos de gas y que todos ellos son capaces de mirar para otro lado, sin hacer un gesto, mientras ejecutan a un futbolista por apoyar a las mujeres iraníes y ellos aplauden desde el palco y se ponen mirando a La Meca para no contrariar al jeque de turno.

Pero pasará a la historia por coronar a Messi, en un acto de justicia poética para un país que también celebró su Mundial mientras Videla arrojaba a los disidentes desde aviones siniestros. Si solo hablamos de fútbol, Argentina ganó a Francia y Leo le quitó el cetro al Diego, pero si hablamos de la vida, perdimos todos y ganó un tipejo con turbante y un saco repleto de diamantes de sangre.

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