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Carlos Alcaraz celebra el triunfo en Barcelona

Carlos Alcaraz celebra el triunfo en BarcelonaAFP

Alcaraz, el niño que sabía que las finales no se juegan

El tenista de Murcia, de 18 años, ganó su segundo ATP 500, su tercer torneo del año empatado con Nadal, con una madurez impropia de su edad

El salto que dio Carlos Alcaraz, de 18 años, la víspera de la final de Miami cuando vio aparecer a su mentor, Juan Carlos Ferrero, fue la muestra del niño que es el prodigio lejos de la pista. Lo verdaderamente impresionante es la transformación mental de ese niño dentro de la cancha. El ascendente del niño sobre sus mayores.

El martillo invisible

En la semifinal de Indian Wells contra Nadal ese ascendente chocó contra una resistencia superior, un muro casi infranqueable, al que sin embargo resquebrajó. Alcaraz viene golpeando con un martillo invisible todos los obstáculos. Contra Nadal golpeó y golpeó y el mallorquín se mantuvo en pie, triunfante, a pesar del daño.

La evidencia difícilmente aceptable de que Alcaraz es simplemente mejor

No parece posible que nadie más pueda resistir ese golpeo mental. Tsitsipas, el campeón en Montecarlo, acabó desquiciado y truculento ante la superioridad real, la evidencia difícilmente aceptable de que el español es simplemente mejor. La realidad es que no parece haber nadie mejor que Carlos Alcaraz hoy en el tenis.

Carlos Alcaraz y Pablo Carreño posan tras la final en Barcelona

Carlos Alcaraz y Pablo Carreño posan tras la final en BarcelonaAFP

El de El Palmar derriba barreras incluso sin inspiración. Lo ha dicho Ferrero: «Jugando mal, compite igualmente». Alcaraz cayó derrotado por el viento (y por Korda) a la primera en Montecarlo y ha ganado en Barcelona. Ya no se le va a olvidar cómo perdió en la Roca ni cómo ganó en el Godó. Así de simple. Que a un jugador tan joven como él no se le olviden dos hitos principiantes como estos es el germen de su personalidad tenística.

Camina sobre las derrotas

Tampoco se le van a olvidar los cuartos de final del US Open, ni el triunfo en Miami o en Acapulco. Ni cualesquiera otras de las derrotas. Sobre ellas camina Alcaraz como si pisara uvas para hacer vino. Carlos Alcaraz está haciendo vino mientras sonríe divertido como un niño. En la pista levanta el puño, serio como un hombre. Piensa como un hombre experimentado.

Es una de esas torres con ruedas del medievo con las que los asaltantes saltaban tras los muros enemigos

Carlitos vuelve a la línea de fondo cuando falla sabiendo por qué ha fallado y qué ha de hacer para no repetirlo. Con 18 años. Se le ha visto hacer eso. Se le ha visto resistir presiones que las cabezas más «duras» no han podido. El tenista murciano es una maravilla que parece física (y lo es), pero sobre todo es una maravilla de pensamiento construida para derribar murallas psicológicas.

Carlos Alcaraz se lanza a la piscina del Real Club de Tenis Barcelona

Carlos Alcaraz se lanza a la piscina del Real Club de Tenis BarcelonaAFP

Es una de esas torres con ruedas del medievo con las que los asaltantes saltaban tras los muros enemigos. Los rivales de Alcaraz, como hoy Carreño, lo ven venir encaramado a esa torre sin saber bien como impedir que salte sobre ellos. lo intentan con lanzas, con flechas, con piedras..., pero Carlos tiene un escudo y salta. Y cuando se quieren dar cuenta ya está dentro.

Una cabeza de niño que sabe que las finales no se juegan, sino que se ganan

Que se lo pregunten a Nadal, el único que ha podido de verdad contenerlo con gran perjuicio. No se sabe hasta cuando. Con permiso del mallorquín ( a ver cuándo y cómo vuelve) Alcaraz es el mejor tenista del mundo no porque tenga el mejor saque o el mejor revés, sino porque tiene la mejor cabeza, una cabeza de niño que salta emocionado cuando ve llegar a Ferrero (y a la piscina del RCT Barcelona), y que también sabe que las finales no se juegan, sino que se ganan. Cuántas carreras se terminaron sin conocer este audaz y sencillo hallazgo.

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