La mano en el bolsillo, la mano en la espalda
Advierte la economista española Caudia Canals que el poder adquisitivo de los salarios españoles fue menor en el año del confinamiento estricto de la pandemia –2020– que dos décadas atrás. Si hace veinte años el poder adquisitivo en paridad de poder de compra del salario medio español estaba en 39.175 dólares americanos, el confinamiento lo redujo a 37.769. Los datos los toma de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un selecto club que agrupa a las economías más poderosas del mundo.
Lo que la doctora Canals señala en el interesante artículo que publica en el Informe mensual de mayo de Caixabank Research bien pudiera asociarse a la situación extrema del cierre de la economía mundial en el primer año de pandemia y, en consecuencia, no debería ser el español un comportamiento diferente al del resto de naciones. No fue así.
El poder adquisitivo promedio del conjunto de países de la OCDE aumentó para las mismas dos décadas en las que disminuyó para España. El poder de compra promedio de los salarios en este poderoso club comenzó siendo de 42.160 dólares americanos, pero en 2020 había subido hasta los 49.165. En el conjunto de Europa, sólo Italia y, por unos escasos dólares, también Grecia acompañaban a nuestra Nación en la reducción del poder de compra de los salarios.
La OCDE no ofrece información actualizada más allá del año 2020, pero la inflación desatada en 2021 y agudizada desde enero de este año no augura nada bueno. Tenemos un buen comportamiento del empleo, pero también unos empleos peor remunerados en términos de capacidad de compra. Es posible que sean datos un poco complejos para que ocupen los debates públicos –desde luego no levantan el interés de los cordones sanitarios a según qué partidos políticos–, pero son las cosas del comer que deberían ocuparnos. Los políticos harían bien en esforzarse por entender estos problemas y, mejor aún, por no cejar en el empeño de incluirlos en el debate público de la misma forma que ahora se pueden abordar temas hasta hace poco vetados por la cultura de la cancelación.
Aunque la OCDE vaya con justificado retraso en la publicación de sus datos (hay que verificarlos bien antes de publicarlos), sí podemos aventurar lo que acabará respaldándose por las estadísticas una vez se publiquen. Basta tener en cuenta que el 45 % de los bienes que componen la cesta de compra española han subido más de un 10 % en el último año. Algunos alimentos de primera necesidad como el pollo han subido un 35 % y el peso del gasto en energía de los hogares españoles es más importante que el promedio europeo. Si bloqueamos el efecto de la inflación el Instituto Nacional de Estadística (INE) ya ha confirmado que el gasto de los hogares cayó un 1,08 % respecto al último trimestre de 2022. Si incorporamos la subida de precios naturalmente el gasto de los hogares aumentó (un 0,7%) en el mismo periodo lo que no significa otra cosa que la constatación diaria de ir al supermercado para gastar más en comprar menos o pagar más en la gasolinera por llenar menos el depósito del coche.
Lo anterior sólo puede provocar una disminución del ahorro de las familias y eso es lo que también acaba de confirmar el INE. Por primera vez en los últimos tres años la tasa de ahorro de las familias españolas está en números rojos o, lo que es lo mismo, en los últimos tres meses hemos sacado de la hucha al ritmo del 0,8 % mientras que sólo tres meses antes (y con las compras de Navidad por medio), las familias españolas metieron ahorro en la hucha o alcancía a un ritmo del 8,3 %.
En definitiva, las familias han activado el freno en el consumo y esta es una palanca tan importante que un año normal, léase 2019, movía casi el 60 % de nuestro PIB. Así las cosas, la subida de tipos de interés que ya está ejecutando el Banco Central Europeo intenta frenar un consumo que ya se está reduciendo por el efecto de la inflación, sin necesidad de que suban los tipos de interés. El encarecimiento del acceso al crédito sólo puede hacer que nos pasemos de frenada y el parón sea tan brusco que nos lleve a una recesión como la que ya asoma en EE.UU.
La subida de tipos de interés no puede hacer nada por frenar el precio de la electricidad con el esquema de fijación de precios que tenemos. Sólo nos puede disuadir de irnos de puente en otoño o revisar a la baja la lista del supermercado, pero no puede frenar el precio del gas ni del combustible. Para eso hay que tomar otras medidas. Por cierto, medidas que ya están inventadas. Por ejemplo, Alemania ha reactivado la generación eléctrica a partir de centrales térmicas de carbón. En diciembre de 2021 cerró dos plantas nucleares y para diciembre de este año tiene programado el cierre de otras dos. Aún así, uno de los países que más ha apostado por el abandono del uso del carbón y el cierre de centrales nucleares, ahora –amenazado por su vulnerabilidad ante el gas ruso– no tiene reparos en volver a quemar carbón. Consciente Alemania de la excepcionalidad de la situación pone en marcha medidas igualmente excepcionales.
Pero no perdamos la perspectiva de inicio. Los salarios alemanes no perdieron su poder de compra en estos últimos veinte años. Comenzaron permitiendo comprar por valor de 45.584 dólares y llegaron a 2020 pudiendo hacerlo por valor de casi un 18 % más. Ahora volvamos a poner cordones sanitarios a los que no nos gustan y a hablar de en qué parte de la espalda de la primera dama depositó su mano el presidente de los Estados Unidos. Seguro que nos entretenemos.
- José Manuel Cansino es catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino