El dolor del lado de la patria
Hay que librarse del dolor que nos aprieta en el lado de la Patria pero no volviendo a silenciar a los que disienten sino buscando en la mirada del otro los ojos de alguien que también es tu compatriota
«Tengo un dolor aquí, / del lado de la patria», confesó el profesor Juan Torres López en la lectio pronunciada en la Universidad de Sevilla con motivo del homenaje que se le tributaba por su trayectoria investigadora. Me duele España insistía volviendo sobre los versos de Cristina Peri Rossi en el primer poema de su libro Estado de exilio, volumen que recoge los textos escritos entre 1973 y 2002, año en el que presentó este conjunto de poemas al concurso internacional Rafael Alberti y ganara el primer premio. Torres hablaba del dolor que le producía una Patria atrincherada en el odio y lo hacía con unos versos sublimes, paradójicamente premiados con el nombre del poeta que ansió que su pluma valiese tanto como la pistola de Enrique Líster, uno de los más sanguinarios milicianos de la última guerra civil española.
Juan Torres es un académico honesto, erudito y repleto de bonhomía. Desde esa honestidad compartía con el auditorio sus reparos sobre las recomendaciones compiladas en libros y manuales. No es el único que duda ni lo pretende. El economista David Rodrik en un artículo clave publicado en 2006 en la influyente revista Journal of Economic Literature ponía sobre la mesa los cuestionables éxitos cosechados por las recetas que el denominado «Consenso de Washington» había cosechado en su promoción del desarrollo económico en los países más pobres. Economistas como el propio Torres han sido muy críticos con estas recetas que recibieron su nombre de la obra de John Williamson publicada en 1990.
Resumidamente el «Consenso de Washington» confía en la información de un correcto sistema de precios como base para las mejores decisiones económicas, desde los proyectos en los que invertir hasta el lugar donde hacer la compra de la semana. La batería de medidas recomendadas se resume en estabilizar la economía sobre la que se interviene (por ejemplo, controlar el déficit público), privatizar y liberalizar la actividad económica a través de reformas orientadas a promover una economía de mercado. Rodrik revisó el éxito de este «mantra» –usó este término en lugar del de letanía– estudiando a fondo los logros de los programas de desarrollo puestos en práctica por el Banco Mundial y compilados en el documento «Crecimiento económico en los 90: Aprendizaje de una década de reformas».
Rodrik concluía que las mismas recetas aplicadas en economías tan diversas como las ex soviéticas, africanas o Latinoamericanas habían logrado resultados muy diferentes. El economista turco afincado en la Universidad de Harvard también utilizaba el extendido término Latinoamérica impuesto por la corriente de intelectuales hispanos que muestran con él su desafecto a España. Pero esta es otra historia.
Torres habló con honesta amargura de la Economía como ciencia empeñada en seguir enseñando modelos de comportamiento que la realidad ha refutado tozudamente. Rodrik, siguiendo los estudios que desmentían la eficacia de las recetas del Consenso de Washington, acuñó una versión aumentada del recetario. Esta versión aumentada incluía la necesidad de incorporar la calidad de las instituciones para lograr el desarrollo económico y esto, sostenía, no deja de ser una contradicción con la versión corta del recetario en la que la única institución que se mencionaba era la del derecho de propiedad. En lo demás apostaba por el sistema de mercado.
El dolor que causa la polarización ideológica con la que Torres se agarraba a los versos de Cristina Peri lleva a dos importantes comentarios. El primero es obvio pero necesario para ponerlo en perspectiva. Ni es una polarización exclusiva de España ni es ajena a la explosión del uso de unos medios de comunicación en los que, desde el anonimato, se puede vilipendiar con rutinaria insidia. El segundo es que hay polarización porque hasta hace poco sólo había una lectura incontestada de nuestra Patria, de su esencia y de su Historia. Ante esta lectura quienes disentían optaban por doblegarse con su silencio. Se doblegaban los que tenían miedo al tiro en la nuca y para congraciarse con los asesinos tejieron una sociedad de delatores. Se doblegaron los que renunciaron a exigir la enseñanza en castellano para evitar el señalamiento en las puertas y patios del colegio. Se doblegaban, en definitiva, todos los que sin comulgar con el consenso woke renunciaban al debate público. No había polarización porque se extendió un pensamiento casi único y una presión difusa o explícita según dónde para no alzar la voz en contra. No había una sociedad menos crispada. Había media España con miedo a hablar.
Hay que librarse del dolor que nos aprieta en el lado de la Patria pero no volviendo a silenciar a los que disienten sino buscando en la mirada del otro los ojos de alguien que también es tu compatriota. En palabras de Rafael García Serrano, alguien que dice madre igual que tú.
- José Manuel Cansino es catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino