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OBISPO AUXILIAR DE MADRIDJuan Antonio Martínez Camino

Juan Velarde: ciencia y fe

Su modo de hacer ciencia y su modo de vivir la fe fueron los de un verdadero sabio. No mezcló una cosa con otra, pero tampoco las separó

Actualizada 11:51

Me ha sorprendido la muerte inesperada del profesor Velarde Fuertes, que siento mucho. Hacía sólo algunos días que habíamos hablado por teléfono y lo había encontrado tan en plena forma intelectual como siempre, a sus noventa y cinco años: Haciendo planes y recordando con asombrosa lucidez y precisión acontecimientos importantes de la historia de España que él había vivido en primera persona. Pero no como ejercicio nostálgico, sino con afán de iluminar el camino que habría que andar hoy hacia un futuro mejor.

Conocí a don Juan personalmente hace sólo unos quince años en las reuniones del Consejo de pastoral de la Archidiócesis de Madrid. Era uno de los sabios seglares de cuyo experimentado y prudente consejo no había querido privarse el cardenal Rouco Varela. Naturalmente para entonces ya había oído hablar mucho del ilustre economista asturiano, catedrático en Barcelona y Madrid, premio Príncipe de Asturias y Presidente de la Fundación La Granda (Asturias).

Mi relación más estrecha con don Juan comenzó en 2016. A comienzos de aquel año me propuso organizar un curso de Teología en el marco de los Cursos de La Granda. Tenía un enorme interés por que esta disciplina volviera a estar presente en las sesiones y debates de La Granda, como él lo había conocido en sus primeros años de director de los Cursos allá por los años setenta. Acepté con mucho gusto y desde entonces he preparado todos los años un curso interdisciplinar, con enfoque teológico. He visto a don Juan disfrutar participando en todos ellos y enriqueciendo los coloquios con sus perspicaces intervenciones.

Los temas de los cursos fueron bien variados, al paso de acontecimientos del momento. En octubre de 2016 la catedral de Oviedo iba a ser testigo de la primera ceremonia de beatificación de su historia: la de los Mártires de Nembra. Por eso, en agosto hablamos aquel año en La Granda de «Víctimas y mártires. Aproximación histórica y teológica al siglo XX». En 2017 le tocó el turno a «La Reforma luterana, quinientos años después». En 2018 no podíamos dejar de abordar un tema tan asturiano y español como europeo: «Covadonga: Mil trescientos años de verdad, belleza y bondad». En 2019 la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, del papa Francisco, dio pie a un interesante debate sobre la conveniencia de escribir una historia hagiocéntrica de la Iglesia, pautada más por las misiones de los santos que por la sucesión de papas y concilios. El Covid de 2020 no nos echó atrás, sino que aprovechamos para plantear un curso sobre «La fe en tiempos de pandemia: De la utopía a la esperanza». La entrada en vigor en junio de 2021 de una Ley que convertía en supuesto derecho del peticionario la eliminación directa de su vida, creando las correspondientes obligaciones legales para sanitarios, familiares etc. no podía dejar de ser críticamente tratada en el curso de aquel año, que tuvo lugar bajo el título de «La eutanasia, contra la ecología humana». El año pasado, el curso fue sobre «San Isidro Labrador, a los cuatrocientos años de su canonización», en el marco del cual se presentó un adelanto del estudio antropológico y forense del cuerpo del Santo hecho por investigadoras de la Universidad Complutense.

Don Juan inauguró todos estos cursos con palabras cinceladas y certeras. Siempre resonaba en ellas una preocupación que llevaba en el alma: Como la ciencia no está reñida con la fe, la teología debe estar presente en la Universidad. Casi siempre nos recordaba el caso de los países anglosajones, en cuyas instituciones académicas hay un lugar institucional para la reflexión teológica. Las ciencias son las ciencias, cada una con sus propios métodos: unos más propios de las disciplinas experimentales y otros de las hermenéuticas, filosóficas o literarias. La teología, por su método propio, el de la razón que reflexiona sobre la Revelación y sus diversas implicaciones, no entra en concurrencia con otras ciencias. Al contrario, se encuentra muy a gusto en el mundo de una razón abierta, capaz de no agotarse en ninguno de los posibles métodos científicos, sino verdaderamente universal y crítica, no cerrada ni prejuiciada. A don Juan le gustaba recordar que ese tipo de razón, en verdadero diálogo universal, es la que hizo nacer, en el seno de la tradición de la teología y la filosofía cristianas, esa institución tan peculiar que se llama precisamente «Universidad»: en Salamanca, Bolonia y Oxford; también, en Alcalá, la Complutense.

Don Juan Velarde fue un gran maestro de la ciencia económica, conocedor como pocos de sus métodos y de sus fines. Fue también un católico sincero. Su modo de hacer ciencia y su modo de vivir la fe fueron los de un verdadero sabio. No mezcló una cosa con otra. Pero tampoco las separó. Por eso, su ciencia no derivó en ideología; fue ciencia económica que prestó un gran servicio a España. Por eso, su fe no sólo no se vio comprometida por su ciencia, sino que ésta le ayudó a cultivar la humildad que es necesaria para que la vida de la fe no se marchite. Esa hermosa conjunción de ciencia y fe, le permitió al maestro que ahora deja este mundo, después de tan larga vida en tan diversos ambientes políticos y culturales, mantener siempre la libertad del científico y la libertad del hijo de Dios. Descanse en paz, en la Gloria.

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