Testigo directo
«Malvada, demonio, perra…»: los estragos de la okupación en un edificio de Cartagena
Los okupas de etnia gitana llevan años viviendo en el edificio y han arrasado hasta con las puertas de los ascensores
España vive un problema inmobiliario de primer nivel. Faltan viviendas, las que hay son caras, el alquiler sigue en ascenso y los tipos de interés impiden acceder a una hipoteca en unas condiciones que no se lleven por delante casi todo el sueldo.
Pero hay zonas donde la okupación es una pesadilla para edificios enteros donde conviven propietarios con personas sin civilizar porque «una cosa es que tengas necesidad de ocupar una vivienda porque no tienes dónde ir y otra es destrozarlo todo».
Son las palabras de María, una vecina de Cartagena que lleva años sufriendo la okupación y viendo como el edificio donde se fue a vivir en 2007 se convirtió en 2019 en una casa de los horrores.
«Poco a poco empezaron a ocupar las viviendas vacías, eran gitanos, ahora también viven marroquíes… llamaban a sus familias para que ocuparan otras casas», explica María mientras evita las ratas que hay por los pasillos y nos muestra las medidas que han tenido que tomar para proteger puertas y ascensores.
Los enganches a la luz casi nos cuestan un incendioPropietaria
Su edificio es un territorio hostil donde han tenido que acudir soldadores y albañiles. «Cuando una casa se quedaba vacía, los propietarios entraban, limpiaban y tapiaban la puerta con ladrillos y hormigón», explica ante un tabicado con el cordón policial incluido.
«No fue suficiente. Un okupa regresó y tiró abajo el tapiado, tuvimos que pedir ayuda al 092 porque hacer eso es un delito. Hay que dar las gracias a la policía por el trabajo que hacen cada vez que les llamamos», rememora.
No solo las puertas tuvieron que ser tapiadas, «los ascensores están soldados para que no se puedan arrancar las puertas porque también las vendían».
Insultos
«Eres una sinvergüenza, te voy a denunciar, no nos dejas vivir tranquila, malvada, demonio, perra…» son los insultos que recibe María de los vecinos gitanos que viven en el piso de arriba. En la grabación se escucha a la okupa llamar a la policía y decir sin complejos que «como okupo el tercero y el cuarto, me quiere echar».
Las mafias también mueven los hilos de estas viviendas. Una vez que un grupo sale de una casa vende las llaves al siguiente okupa para que haga uso o directamente «mandan a toxicómanos a dormir en las terrazas».
La mafia que tomó este edificio del casco histórico de Cartagena en la calle San Diego arrasó con todo lo que había dentro y fuera de las viviendas. «Los enganches a la luz casi nos cuesta un incendio según nos contaron los técnicos de la luz», explica delante de un contador de las zonas comunes quemado.
Solo quedan cinco tuberías completas que dan agua a las viviendas, el resto fueron arrancadas. Igual que los aparatos de aire acondicionado que hay en la azotea. Un paseo por esa zona es suficiente para ver el estado de insalubridad del edificio y preguntarse cómo han podido sacar todo eso de allí.
Apenas quedan cuatro propietarios de los 16 que deberían vivir allí. El resto es una rotación constante de gamberros groseros incivilizados que no dudan en llamar a cerrajeros de su cuerda para que abran puertas si los dueños han cometido el error de cambiar la cerradura, pero no han tapiado.
Asistir a la apertura de una puerta de uno de estos pisos ocupados es algo así como entrar al fin del mundo. A la que hemos podido asistir en El Debate, vivía una madre de 50 años, una hija de 20 que acababa de ser madre y otra hija de 18 en la que ninguna de las tres tenía trabajo, pero vivían de una pensión por malos tratos de más de 900 euros.
Otra de las viviendas del segundo piso, ya limpia y desinfectada, simboliza el último bastión tomado por la gente normal después de que los okupas la dejaran libre. Poner a punto algo así es una tarea ingente y arriesgada por el estado en el que se encuentra.
María repite sin cesar que el problema es que esta gente no ha querido vivir en comunidad ni respetar a sus vecinos. Han destrozado el edificio, han causado el pánico de los propietarios, que temen las represalias por contar la situación, y se han intentado hacer las víctimas gracias a unas leyes que protegen todavía más este estilo de vida.
«Todo está denunciado, todo está en los juzgados, pero no se hace nada», reclama María que no es la primera vez que pide ayuda a las autoridades para que pongan fin a esta angustia.