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José víctor orón Semper

No se piensa mejor por pensar más

El «pienso luego existo» de Descartes sigue influyendo en la mentalidad de los educadores que consideran que uno puede ir más allá de su pensamiento tan sólo ejerciendo el mismo

Actualizada 04:30

Podemos decir que, al pensar, la persona simplemente piensa. Pensar y conocer cómo, por qué, para qué pensamos y de la forma en que lo hacemos son cosas distintas. ¿Podemos conocer nuestra forma de pesar? No me refiero a pensar lo pensado, que eso es seguir pensando, sino a pensar nuestra facultad de pensar y más aún, hacerla crecer. Y si eso fuera posible, ¿cómo se hace? Se trata de algo importante pues, si bien los animales también piensan, no pueden pensar su pensar, pues ellos son su pensamiento. En cambio, nosotros somos más que nuestro pensamiento y nuestro pensar.

El mero hecho de pensar no posibilita conocer nuestra capacidad de pensar, sino que para descubrirla es necesario sacrificar nuestros pensamientos para centrarnos en establecer una relación sana con el otro-persona. Es decir, si no fuéramos seres interrelacionales en el grado que lo somos, no podríamos situarnos sobre nuestro pensamiento. Tristemente, todavía hoy, hay muchos educadores que están convencidos de que pensar o hacer pensar al alumno le hace ser «dueño y señor» de su forma de pensar. Pero pensar no nos hace dueños de nuestro pensamiento.

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El «Pienso luego existo» de Descartes sigue influyendo en la mentalidad de los educadores que consideran que uno puede ir más allá de su pensamiento tan solo ejerciendo el mismo. Como consecuencia, empujan al niño a ejercer su pensamiento, creyendo que, pensando más, llegará a pensar mejor y por consiguiente podrá ser dueño no solo de sus pensamientos, sino también de su forma de pensar. Desconocen que por esa vía no crece el pensamiento.

Recuerdo que en una ocasión conversando con un joven me dijo: «Yo hago lo que me da la gana». A lo que le pregunté: «Entonces, ¿quién decide: tú o la gana?» El joven se quedó pensando. Al comentarle esta anécdota a un adulto hizo alusión a la inconsistencia del joven. Yo le pregunté: «¿Tú haces lo que piensas o lo que te da la gana?». Y su respuesta fue: «Yo hago lo que pienso, no lo que me da la gana». De lo que podríamos preguntarnos ¿Quién decide: tú o tu pensamiento? Parece que no hay mucha distancia entre el joven que hace lo que le da la gana y el adulto que hace lo que piensa. Uno podría potencialmente ser esclavo de su gana y el otro de su pensamiento.

Las mismas preguntas se podrían plantear acerca de las creencias, los sentimientos, los valores, las certezas, etc. El psicoanalista alemán, Erich Fromm, desveló los mecanismos humanos que evidencian cómo las personas tomamos como propios pensamientos, deseos y sentimientos, que, en verdad, no han sido creados por nosotros. Los hacemos tan nuestros que los defenderíamos con uñas y dientes, incluso a pesar de que se hayan podido crear a partir de dependencias afectivas, miedos, heridas u obsesiones.

Por lo tanto, ¿cómo diferenciar si mi pensamiento es realmente mío y no simplemente algo que se da en mí, pero sin ser mío? Si un alumno sabe los nombres de 20 ríos y aprende otros 200 no piensa mejor ni ha crecido su pensamiento, aunque piense más cosas. El hecho de saber más cosas podría hacernos creer que el pensamiento crece, pero no es así. El crecimiento del pensamiento implica un cambio cualitativo y no solo un aumento de cantidad de cosas sabidas.

Más aún, si bien conocer las dinámicas del pensamiento (que podríamos relacionarlo con la metacognición) puede ayudar a que el pensamiento crezca, hay que tener en cuenta que eso no garantiza que seamos dueños del pensamiento y que podamos, por tanto, hacer que nuestro pensamiento realmente crezca. Conocer estas dinámicas hará que el pensamiento sea más eficiente, perspicaz o incluso más veraz, si no cae en falacias, pero tampoco es garantía de crecimiento. Por lo que trabajar el pensamiento crítico, aunque es necesario, no es suficiente.

Todo pensamiento crece en la medida que se rompe. Es decir, si el pensamiento, cualquiera que sea, experimenta una crisis podrá crecer. El pensamiento no progresa como progresa la construcción de un edificio. No se trata de ir añadiendo más y más ladrillos que hagan más gruesas y altas las paredes, sino que requiere deshacer primero la antigua pared, el antiguo pensamiento, para construir desde cero un pensamiento nuevo creado por una forma nueva de pensar. Que nadie se asuste que esto no implica perder datos. Dicho de otra forma, para que el pensamiento crezca es imprescindible que entre en crisis. Desgraciadamente, la sociedad actual tiene un miedo desproporcionado a la crisis y al error, a pesar de que ambos no son otra cosa que diferentes formas de ruptura. Ignoran que son factores imprescindibles a la hora de generar crecimiento. Es más, me atrevería a decir, que crisis y error son el único camino de crecimiento de nuestro pensamiento. Volviendo al ejemplo de los ríos, es verdad que no necesitamos el error para conocer más ríos, pero para entender los ríos de una forma nueva sí.

De todo lo expuesto anteriormente podemos deducir que hay una necesidad urgente de que el profesor, a través de una relación de confianza, ayude al alumno a perder el miedo a equivocarse y le proponga actividades que rompan el pensamiento para poder así iniciar juntos un camino de crecimiento. Demos espacio al error en las aulas, pues son la antesala del crecimiento.

Hace años, trabajando la suma de fracciones con alumnos de 11 años, un niño me dijo: «Lo has hecho mal». Fue tan contundente su afirmación que realmente pensé que me había equivocado, pero por más que miraba lo que había hecho no encontraba el error y le pedí que me ayudara a ver en que me había equivocado. Él muy seguro me contestó: «La profesora del año pasado nos dijo que había que escribir ese número en ese lado para no olvidarnos» Aunque su corrección hacía referencia a una simple estrategia para anotar cálculos intermedios, me encontré con una seria oposición por parte de la clase: «¡No se hace así, no nos cambies las formas!». Los niños habían hecho de su conocimiento su seguridad y no podían dejar que alguien se la rompiera, lo que estaba deteniendo su crecimiento.

Como ya adelantaba, el pensamiento solo puede crecer cuando se rompe y para que esto ocurra necesitamos al otro-persona, que es quien lo rompe. Si bien gracias al contacto con la realidad nuestro pensamiento puede hacerse más eficiente, esto no implica que vaya a crecer. Si en el diálogo con el otro descubrimos formas excluyentes de aproximarnos a una misma realidad aparecerá un dilema: o sacrificamos nuestro pensamiento o sacrificamos la relación. Si optamos por salvar la relación, por un lado, tendremos que esforzamos por entender el pensamiento y la forma de pensar del otro y, por otro, necesitaremos cocrear una nueva forma de pensar. Al poner entre paréntesis nuestro pensamiento seremos capaces de asumir su forma de aproximarse a la realidad para usarla como propia y poder entenderle. Lo cual, a su vez, permite comparar ambos estilos de pensamientos para generar uno nuevo que fomente el crecimiento de los dos.

Si el alumno descubre que el docente es capaz de hacer tal sacrificio para entenderle, podrá abrirse a la confianza que el mismo docente le ofrece para hacer la misma oblación y recorrer juntos el camino del crecimiento del pensamiento. El docente mostrará así que elige, ante todo, a la persona del alumno y la antepone a la seguridad de su pensamiento adulto. Con ello y al mismo tiempo, el educador somete también a examen su propio pensamiento, sabiendo que un pensamiento que no acoge la realidad del otro y mejore de la relación no puede ayudar a crecer.

La propuesta no cambiaría si lo que dice el alumno es falso y lo que dice el docente es verdadero. Verdad y mentira pueden ser examinadas, pues el elemento de contraste es la realidad, no el hecho de que la verdad o la mentira sean pensadas.

Una escuela que ofrezca espacios para el diálogo que permitan al profesor conocer el pensamiento de sus alumnos será un lugar dónde se desarrolle el pensamiento. Por este motivo, conviene que como educadores no dejemos de preguntarnos ¿Cómo planteo mis clases?, ¿Diálogo con los alumnos?, ¿Pueden mis alumnos expresarse libremente?, ¿Soy capaz de someter a examen cualquier pensamiento, empezando por el propio, y anteponer siempre la persona?

Conclusión: Si como docente quieres crecer y ayudar a tus alumnos a crecer: no te conformes con tener un pensamiento verdadero. Pues ayudando a crecer el pensamiento del alumno crece también el tuyo. Ayudando a crecer, crecemos porque co-creemos. Por eso, no temamos a que el otro rompa el muro de nuestras certezas-pensamientos.

José Víctor Orón, dirige Acompañando el Crecimiento y la Unidad de Educación Médica de la Universidad Francisco de Vitoria

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