Menos es menos
Sin embargo, basta hablar con cualquier estudiante medio, incluso de buenas notas, para darse cuentas del sinfín de lagunas que hay en su sistema cognitivo
Allá por los 80, al viajar a Estados Unidos te asombrabas por la escasa cultura general que caracterizaba a sus ciudadanos. Lo habitual era que situasen España en Sudamérica, pero alguno creía que era una isla del Pacífico. Y a menudo te llegaban preguntas que mostraban una enorme falta de capacidad de contextualización: una vez alguien –un adulto, no un niño, y de clase media alta– me preguntó si en mi país teníamos autopistas o semáforos.
Bastantes décadas después hemos alcanzado a Estados Unidos en eso de la ignorancia colectiva. Ya hace unos años estábamos en plena plataforma continental, en un lento declive hacia niveles dignos de alguien capaz de ponerse una piel de búfalo en la cabeza e invadir el parlamento de su nación. Ahora, incluso, noto que hemos entrado en terrenos de talud, pues la degradación de los contenidos es abismal si observamos a los estudiantes que aún no han abandonado el colegio y pronto entrarán en la universidad.
Todo comenzó con la LOGSE, cuando Álvaro Marchesi y compañía pergeñaron una ley que dio el primer gran tajo mutilador a los elementos del currículo. Y las leyes que han venido a continuación, todas ellas –y son muchas, demasiadas–, han apostado por lo accesorio e insistido en la idea de que menos es más: pongamos menos contenidos, pero aprendámoslos mejor.
Y así, no se deja de hablar de innovación educativa sin detenerse a pensar sobre lo que sí funcionaba en los antiguos sistemas. Es habitual escuchar términos como aprendizaje cooperativo, por proyectos, gamificación de la enseñanza, contenidos transversales, enseñanza en valores, webquests… y un eterno etcétera de paparruchas que olvidan que al final lo importante es aprender a sumar, a leer, a recordar quién es Isabel la Católica o a situar en un mapa la capital de la honrosa nación de Filipinas.
Sin embargo, basta hablar con cualquier estudiante medio (1), incluso de buenas notas, para darse cuentas del sinfín de lagunas que hay en su sistema cognitivo: muchos no son capaces de calcular operaciones aritméticas básicas y dependen completamente de la calculadora, otros ignoran casi todos los principales ríos de España, algunos incluso no saben muy bien distinguir vertebrados de invertebrados, unos pocos son capaces de considerar a Francisco de Quevedo como el más grande autor de música urbana, prácticamente ninguno podría leer la más sencilla de las novelas de Benito Pérez Galdós, y los más no podrían (aunque se esforzasen) escribir un texto mínimamente comprensible sobre cualquier tema de actualidad. Con el agravante de que no se deja de decir que estamos ante las generaciones mejor preparadas de la historia; y no hay nada peor que un ignorante que ignora que ignora.
Al final ha resultado que menos es menos, lo que no puede sorprender a nadie. Hemos ido vaciando el currículo de las distintas asignaturas para implementar nuevos métodos y desarrollar modernas estrategias, y hemos conseguido que el disco duro del futuro ciudadano se quede medio vacío o, aún peor, medio lleno de conocimientos triviales, falsos y/o desperdigados, de tal manera que resulten completamente inservibles para el mejor funcionamiento de las otras facultades intelectuales.
Alrededor de 20 años atrás, cuando comencé en la enseñanza, el gran José Manuel Carande, mi viejo maestro de Filosofía en el colegio, me comentó que «los mediocres de tu generación estarían ahora entre los mejores de la clase». Quizás entonces exageraba; hoy no lo haría. De todos depende, no solo de los profesores, que esta tendencia se cambie radicalmente, pues si no pronto habrá grupos que, ataviados con piel de oso, entonen cánticos atávicos mientras celebran la planitud de la Tierra, se asombran ante el poder de los magníficos rayos y truenos de Thor y Zeus o aceptan sin filtro las afirmaciones de cualquier desalmado salvador de patrias.
(1) Si alguien cree que exagero, que compare un actual libro de texto con el de su infancia. Hay menos contenidos, muchísimos menos, y, a menudo, son inexactos e, incluso, falsos.