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Campo de refugiados saharaui en el sur del desierto argelino

Campo de refugiados saharaui en el sur del desierto argelinoEl Debate

Carta de Pedro Sánchez a Mohamed VI

Pedro Nada aumenta el dolor en el desierto

El presidente del Gobierno ha enviado una carta al rey de Marruecos en la que sostiene que el plan de autonomía para el Sáhara Occidental planteado por el país magrebí en 2007 constituye «la base más seria y realista» para solucionar el conflicto

Con nocturnidad y alevosía, o casi. La carta que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha enviado al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que reconoce en plan magrebí de autonomía de 2007 como solución «seria y realista» significa desandar al respecto el conjunto de la política exterior española desde 1975 y es hacerlo, además, un viernes por la tarde y vía carta. De traca.

Desde la ocupación de la excolonia española mediante esa inmensa movilización de civiles y militares orquestada por Hassan II y conocida como la Marcha Verde, la postura del Gobierno de España, con independencia de los partidos políticos en el Ejecutivo, ha sido siempre la misma; reclamar en concordancia con la ONU la celebración de un referéndum que permita clarificar el estatus de un territorio, el saharaui, que desde entonces permanece ilegalmente ocupado por una potencia exterior, Marruecos.

Históricamente han existido difusos aunque permanentes vínculos de afecto con la población saharaui; y esta corriente —cosa insólita en un país que todo lo compartimenta en antagonismos ideológicos— ha sido común entre derechas e izquierdas.

El mundo de la derecha siente nostalgia por la que fue la última de todas las colonias, sede del mítico Villacisneros, a lo que se añade cierto sentimiento de culpa por la forma en que se abandonó el territorio en 1975. En cuanto a la izquierda, corre un fluyo de simpatía hacia el Frente Polisario, un movimiento de descolonización de matriz marxista, típico de países del Tercer Mundo. El ingreso en 2021 de su líder, Brahim Gali, por covid en un hospital de Logroño fue prueba evidente de ello.

Sánchez ha pasado de preocuparse por la salud de Gali, con evidentes constes hacia España —recordemos la avalancha humana que Mohamed VI lanzó sobre Ceuta—, a desentenderse de él y de su causa por completo. El conflicto del Sáhara Occidental tiene escaso interés geopolítico a nivel global, Marruecos es un sólido aliado de EE.UU. y Sánchez necesita apuntarse un tanto, por simbólico —o ridículo— que sea. Ante una población española anestesiada por la pandemia, la incertidumbre económica, Ucrania y Telecinco, qué mejor que hacerlo un viernes por la tarde, justo antes del finde, ha debido pensar algún lumbreras de Moncloa.

La operación probablemente cuente con el apoyo de las Grandes Potencias y las empresas españolas, a cambio, obtendrán su trocito de tarta en la concesión de la explotación de los recursos naturales de la zona. Los malos habrán tomado nota: España cede a presiones; España cede a chantajes.

Los postureos de Sánchez en la mejor de las hipótesis no tendrán ningún efecto sobre cientos de miles de saharauis, que seguirán esperando una solución en los campos de refugiados argelinos, allí, en el centro de la nada, en mitad de desierto. En el peor —y más probable— caso, servirán para ahondar un poco más su miseria.

Ucrania, sí. Sáhara, no. Curioso. Ecuación correcta: Sáhara, también.

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