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El asesino confeso de Juana Canal, a su llegada para pasar a disposición judicial en Ávila

El asesino confeso de Juana Canal, a su llegada para pasar a disposición judicial en ÁvilaEFE

El asesino confeso de Juana Canal: «Ella me quemó la mano con un cigarrillo»

El Debate accede a las dos declaraciones del asesino confeso: la primera en la que dijo que la encontró muerta y la segunda en la que reconoce que la mató de un empujón

El pasado 27 de octubre, mientras estaba detenido, a Jesús le empezó a pesar la culpa. Decidió desahogarse, pero lo hizo en dos pasos. En el primero solo reconoció que hace 19 años, en 2003 se encontró a su pareja Juana Canal muerta y decidió descuartizar su cuerpo para esconderlo. Se lo contó así a un agente de la policía que se había ganado su confianza: «Tuve una discusión con Juana y ella llamó a la policía. Al rato se presentó en casa una patrulla. Nos preguntaron qué había pasado y yo me comprometí con ellos a irme inmediatamente de la casa. Los agentes se fueron y nos quedamos en el domicilio Juana y yo solos. Juana siguió con la discusión y en una de las veces que bajé al coche para dejar mis pertenencias y regresé, la encontré muerta. Estaba desparramada en el suelo del baño. Me asusté y como no sabía qué hacer, la descuarticé. La corté en dos en la bañera. Lo hice porque necesitaba transportarla. Luego, la metí en dos maletas y las bajé al coche».

Y Añade: «Conduje hasta Navalacruz, en Ávila. Hice los agujeros con una azada que encontré en una casa que tenemos cercana y luego la enterré. Al regresar a Madrid, iba circulando por la calle Alcalá cuando vi un contenedor medio vacío. Tiré las maletas en el interior. Una vez que ya llegué a la casa, como Sergio, su hijo, no había llegado, escribí una nota a mano, en la que le explicaba que su madre se había ido voluntariamente de casa después de una fuerte discusión conmigo».

Diecinueve años después, y cuatro meses antes de que hubiese prescrito el crimen, Jesús, la pareja de entonces de Juana, se liberaba de la mochila de culpa que llevaba transportando desde hacía tanto tiempo. Pero no había confesado toda la verdad y él lo sabía. Su instinto de supervivencia le había hecho callar algunos detalles.

Sin embargo, el día no había acabado. Ese mismo jueves, cuando la oscuridad se estaba posando sobre Ávila, Jesús pidió ampliar su confesión. Quería aportar detalles que no había relatado hasta ese momento. Esto es lo que le confesó al mismo agente, investigador de homicidios, del que se había hecho amigo: «La noche del 22 al 23 de febrero de 2003, comencé a discutir con Juana porque me pidió recargar el móvil con 20 euros y me negué».

Nunca pensé que al apartarla la pudiera matar

«Estaba cansado de que me cogiera dinero para gastárselo en alcohol. Le gustaba beber y se alteraba y se ponía agresiva. Ella se enfadó esa noche y me insultó. Luego me empezó a pegar y me quemó con un cigarrillo la mano. Mi deseo era abandonar la vivienda para evitar el enfrentamiento. Empecé a recoger mis cosas, pero Juana llamó a la Policía». Hasta este punto, el relato parece el mismo, aunque va incorporando detalles.

«Corté su cuerpo por la mitad»

Llegaron entonces dos agentes uniformados y «cuando se fueron Juana me cogió 600 euros del armario en el que los escondía. Se encerró en el baño con el dinero. Empecé a llamar a la puerta para que me abriera y ella me respondió que lo iba a arrojar al váter. Escuché el sonido de la cisterna. Decidí pasar y seguir haciendo la maleta, pero Juana apareció por detrás y me siguió pegando. Con el ánimo de apartarla y evitar que me siguiese agrediendo y sin intención de hacerle daño, extendí el brazo para alejarla y ella se cayó al suelo. No me di cuenta de lo que había ocurrido y seguí haciendo la maleta y bajando mis cosas al coche. En uno de esos viajes, cuando regresé a la vivienda, me di cuenta de que Juana seguía inmóvil en el suelo. Me sorprendió. Le dije: «¡¡Levántate!!», pero no me respondió, tenía los ojos muy abiertos y las pupilas dilatas, pero sin responder. Me acerqué y me di cuenta de que estaba muerta. Entonces, me cagué por las patas abajo. Nunca pensé que al apartarla la pudiera matar. Me vino a la cabeza que la policía había estado en casa por un tema de una agresión y que Sergio, su hijo, podía regresar en cualquier momento. Si alertaba al 112 de su muerte la Policía nunca me creería, pensarían que la había matado. Cogí el cuerpo y decidí sacarlo de casa, pero pesaba mucho. Así que la llevé a la bañera y la corté por la mitad».

A partir de este punto el relato es el mismo. La introduce en dos maletas y la lleva a Navalacruz en Ávila, donde la entierra. Y, como cualquier relato en el que se confiesa un crimen, el final siempre es el mismo: prisión provisional. En la cárcel es donde ahora está Jesús, a la espera de ser juzgado por el asesinato de la que fuera su pareja, Juana Canal.

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