La historia del PSOE (I)
El PSOE, sin pulso a la muerte de Franco
Sus carteles naif nada tenían que ver con la rancia imagen, con hoz y martillo incluida, que pegaba por las calles de España un añoso PCE
Durante la Guerra Civil Española un PSOE que entró en ella siendo, junto con la CNT, el partido con más poder, prestigio y apoyo entre los que conformaban la España frentepopulista, pronto perdió todo su tirón entre los españoles de izquierdas. La partida le fue ganada por un hasta entonces insignificante Partido Comunista. La fundamental ayuda soviética al esfuerzo de guerra del Ejército Popular de la República –asesores militares, carros de combate, aviones, artillería, armamento ligero y municiones…– provocó el desplazamiento del poder y la perdida de prestigio en la España roja del PSOE a favor PCE.
Terminada la Guerra Civil con la victoria de los Nacionales, el PSOE sin cuarteles de invierno, aunque con el dinero del Vita (barco en el que el PSOE sacó todo el dinero que pudo de España), se vio definitivamente desplazado en la lucha contra el franquismo por un PCE con apoyo de Moscú, capaz de lanzar a los maquis contra la España de Franco y liderar la débil resistencia al Régimen.
Muerto Franco, con la existencia de una absoluta conciencia por parte de la práctica totalidad de los españoles, de que un capítulo de la historia de España quedaba definitivamente cerrado, un joven PSOE volvió a la palestra política. Los viejos líderes socialistas (Largo Caballero, Indalecio Prieto, Negrín…) se habían disuelto en la realidad de la Guerra Fría como un azucarillo en un vaso de agua. Había llegado la hora de los jóvenes socialistas, con el apoyo de la social democracia alemana, que llegaban desde la universidad franquista sin el peso de un conflicto civil que parecía quedar definitivamente zanjado cuarenta años después.
El nuevo PSOE, el que se dio en llamar del «Clan de la Tortilla», no había sido mal visto por el Régimen. En el tardofranquismo aquellos jóvenes socialistas de pelo largo se veían como un inevitable mal menor. El Pardo no estaba dispuesto a admitir que Carrillo o Pasionaria, junto a otros líderes históricos de tiempos de la guerra del PSOE, volviesen a España, pero asumía que unos jovencísimos socialistas –muchos de ellos hijos de personalidades del Régimen– tuviesen que entrar en política una vez muerto el Caudillo.
El propio Franco, en un alarde de pragmatismo, había reconocido el inevitable cambio que se iba a producir a su muerte en España al general Vernon Walters (enviado del presidente Nixon) en febrero de 1971: «Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe Juan Carlos será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia y muchas más cosas, qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España». Franco sabía que la España de Juan Carlos I poco o nada tendría que ver con la del 18 de Julio.
Al comienzo de la Transición el PCE continuaba siendo una formación ilegal. Los crímenes del comunismo en la guerra ya habían sido amnistiados por el franquismo, pero sus actuaciones armadas y políticas en la paz lo habían puesto nuevamente al margen de la ley. Además, para muchos españoles (los que tenían 20 años al comienzo de la guerra y que tenían en 1975 en torno a 60), las masacres como las de Paracuellos del Jarama inhabilitaban a los comunistas para integrarse en el nuevo y esperanzador proyecto de la mayoría de los españoles.
El 9 de abril el PCE fue finalmente legalizado, a pesar de la fortísima oposición por parte de las Fuerzas Armadas. El Gobierno logró reconducir la situación y los mandos del Ejército acabaron aceptando la legalización como un hecho consumado, no sin producirse la dimisión de algún militar de alto grado, como el ministro de Marina Gabriel Pita da Veiga. Como contrapartida, el Partido Comunista tuvo que aceptar la monarquía como forma de gobierno y también la bandera rojigualda, con lo que las banderas republicanas desaparecieron de sus mítines.
Al morir Franco los nuevos líderes del PSOE estaban todos entorno a los 35 años. Felipe González, Alfonso Guerra… cuando llegaron a la política española, en las primeras elecciones generales de 1977, se encontraron con la enorme sorpresa de que la UCD –los restos de un franquismo que renegaba de sus orígenes– obtenía 165 diputados, y un PSOE sin casi pruebas de resistencia antifranquista obtenía 118 diputados.
Mientras que el PCE, el genuino partido de izquierdas en continua lucha con la Dictadura, solo obtenía 20 diputados y Alianza Popular (AP), repleta de exministros de Franco, solo 16. España votaba por el cambio, sin rencor y mirando a un futuro de paz, renunciando al guerracivilismo. Solo los atentados brutales de ETA y GRAPO, y la respuesta airada e inconexa de la extrema derecha, ensombrecía un futuro que había a pasar con letras de oro a la historia de España, gracias a lo que se dio en llamar el Espíritu de la Transición.
Frente a líderes históricos del PCE, que seguían mandado desde la Guerra Civil y desde la Rusia de Stalin, Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri , el joven PSOE presentaba un cartel de gente sin pasado que augura una futuro nuevo y prometedor. Sus carteles naif nada tenían que ver con la rancia imagen, con hoz y martillo incluida, que pegaba por las calles de España un añoso PCE.
Felipe González no sabía que pocos años después iba a subir a la jefatura del gobierno, con el beneplácito del Rey Juan Carlos I, y que iba a permanecer al frente de los destinos de España a lo largo de 14 años (1982-1996).