Nunca muere lo que no se olvida: el lugar donde ETA mató a Miguel Ángel Blanco
Aquel árbol, testigo silencioso de la barbarie, se alzaba imponente como un guardián de la memoria. La atmósfera del lugar estaba cargada de una mezcla de dolor y resignación
Esta semana, durante una investigación de campo en el País Vasco, una fuente me llevó hasta el lugar exacto donde la banda terrorista ETA asesinó al concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco el 12 de julio de 1997. Acepté a que me llevara a aquel terrible lugar porque nunca muere lo que no se olvida. Y aquella atrocidad, que movilizó como nunca a todos los españoles en lo que se denominó el Espíritu de Ermua, no puede ser olvidada. Porque, a día de hoy, hay quienes están blanqueando la historia y también quienes, directamente, están tratando de reescribirla invirtiendo los roles de víctima y verdugo.
Acababa de terminar de comer en un conocido asador a las afueras de San Sebastián. «¿Estás seguro de que quieres que te lleve al lugar?», me preguntó la fuente. «Sí, totalmente», le respondí. Tardamos poco más de quince minutos en coche. Primero llegamos a Lasarte y seguidamente nos adentramos por varios caminos de tierra en un pequeño bosque. Después de un breve trayecto plagado de infinidad de rutas llegamos a la curva maldita donde el etarra Javier García Gaztelu, alias 'Txapote', ayudado por Irantzu Gallastegi, 'Amaya', y José Luis Geresta Mujika, 'Ttotto', pegó dos tiros en la nuca a quienes todos recordamos como un héroe.
«Fue aquí, bidegurutzean -traducido del vasco: el cruce de caminos-. Justo en este árbol», me dijo mi interlocutor tocando un tronco robusto. Aquel árbol, testigo silencioso de la barbarie, se alzaba imponente como un guardián de la memoria. La atmósfera del lugar estaba cargada de una mezcla de dolor y resignación. Mi fuente, cuyos ojos reflejaban una mezcla de tristeza y determinación, compartió conmigo sus recuerdos personales de aquella fatídica tarde de verano. Las cicatrices en la tierra, los ecos lejanos de los disparos y la sombra persistente del miedo se fusionaban para escuchar una historia oscura que trascendía el tiempo.
Al examinar detenidamente el árbol, pude apreciar que alguien había inscrito una cruz en su corteza. Este delicado gesto rendía homenaje a la memoria de Miguel Ángel Blanco. Aquella cruz, esculpida con esmero, se erigía como un recordatorio palpable de la tragedia que tuvo lugar en ese mismo sitio. Al distanciarnos de la curva maldita, llevaba conmigo la imagen de aquel árbol marcado por la historia, ahora convertido en un símbolo imborrable de la lucha contra el olvido. Este enclave, que en otro tiempo fue testigo del mal, se transformaba a mis ojos en un santuario dedicado a recordar al héroe.
Esta semana, Arnaldo Otegui, líder de EH Bildu, que declaró en su día que mientras ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco se encontraba tomando el sol en la playa, ha afirmado que «el Estado tuvo como objetivo que la violencia armada de ETA no desapareciera de la ecuación política». No es la primera vez que lo hace. Durante estos últimos años, cada vez más presente en la vida política española -de hecho, hoy su partido es fundamental para la gobernabilidad de España-, dijo en una entrevista que «el Gobierno nunca tuvo interés en que se produjera el desarme de ETA» y que «hizo todo lo posible para que no se produjera». «No les importaba que hubiera habido otro atentado en este país», añadió fríamente.
Ante estas afirmaciones, Borja Sémper, portavoz del PP, ha pedido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que le pare los pies. «Otegui era de los que gritaba ETA, mátalos. Ahora el problema que enfrentamos es que gracias a esta condescendencia, la juventud vasca piensa que el culpable fue Miguel Ángel Blanco y que quien fue víctima fue Otegi. Este es el verdadero reto que afrontamos como sociedad democrática. Y esto nos interpela a todos, nos interpela a quienes somos de izquierdas, de derechas, a quienes son de centro, liberales, conservadores, da igual», ha dicho.
ETA, gracias a la labor encomiable que hicieron los miembros del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil desarticulando a los terroristas, ya no mata. Pero, desgraciadamente, existen herederos de la banda que hoy hacen política sin pedir perdón y sin respetar a las víctimas. Por eso acepté ir al lugar donde ETA mató a Miguel Ángel Blanco. Porque nunca muere lo que no se olvida. Y porque, como dice el ángel en la tierra que representa al Héroe del Silencio, su hermana Marimar Blanco: «El asesinato de mi hermano consiguió que el terrorista bajara la cabeza y cambiara de acera por no atreverse a mirar a la cara a los demócratas».