Juan María Araluce, el hombre religioso, afable, conversador y padre de familia que quiso cambiar España
El que fuera presidente de la Diputación de Guipúzcoa fue asesinado por ETA el 4 de octubre de 1976
«Era un excelentísimo señor humana, política, moral e intelectualmente. Nos quitaron a uno de los mejores», aseguró el responsable de comunicación del Centro Memorial Víctimas del Terrorismo, Gorka Angulo, en la presentación el pasado miércoles de la biografía que sobre el que fuera presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Juan María Araluce Villar (Santurce, Vizcaya, 1917), asesinado por ETA el 4 de octubre de 1976, ha escrito el periodista e historiador, Juan José Echevarría Pérez-Agua.
Pero nadie mejor para hablar de una persona que sus propios hijos. Al fin y al cabo, ellos son los que le conocieron en todo momento, los que observaron todos los aspectos de su vida.
«Fue notario, procurador en Cortes, presidió la Diputación (de Guipúzcoa), consejero del Reino… y puede pensarse que, teniendo tantos cargos, no tuvo tiempo de ejercer de padre de familia de sus nueve hijos. Nada más lejos de la realidad. Mi padre siempre pensó en nosotros en todos nuestros momentos, estuvo presente y estaba presente», constató su hija Maite. Todo eso fue Juan María Araluce. Pero, sobre todo, padre de familia.
Ese, el de padre de familia, es el que más recuerda Maite Araluce, como buena hija. «Mi padre se las ingeniaba para traernos a Madrid con él siempre que nuestro calendario escolar o universitario nos lo permitía. Unas veces a los mayores, a los mediados, a los pequeños… Incluso nos enseñó a correr en el encierro de Estella, donde pasábamos los veranos. Era una persona tremendamente generosa, pensando en los demás y un gran conversador. También era un gran escuchador. Sabía escuchar. Y se tomaba mucho interés con los problemas tontos que teníamos entonces. Y un buen político tiene que saber escuchar».
De su trayectoria política se podría hablar mucho, muchísimo. «Tradicionalista y antiguo combatiente del Tercio de Nuestra Señora de Begoña durante la guerra civil, Araluce había sido inequívocamente, desde entonces, un hombre del régimen franquista», dice Jon Juaristi al inicio del prólogo que escribe en su biografía. Pero un hombre del régimen franquista que se puede resumir en lo que reza el antetítulo del libro de Juan José Echevarría: «Uno de los dieciséis miembros de los dos decisivos Consejos del Reino en los que se desató el nudo dejado por Franco al Rey Juan Carlos, dando pie a la Transición Democrática».
De hecho, su propia hija recordó que, «si alguna vez estuvo tentado de dejar sus cargos, desde luego terminó con la petición que le hizo el Rey de que continuara en su puesto hasta que finalizara la transición. Su lealtad al Rey y a España duró hasta que fue asesinado».
Pero más allá de su legado político, Juan María Araluce dejó una huella imborrable de su calidad humana. Maite Araluce recordó con emoción que, tras ser ametrallado por los etarras, observó «una paz en su cara… Nos ponía esa cara papá teniendo en cuenta que tenía muchos balazos en el cuerpo, debía de dolerle mucho. No sé si lo hacía por no asustarnos, por darnos paz o era porque él llevaba la convicción de que realmente sentía una gran paz y porque estaba haciendo lo que diría en ese momento. Porque él nos hablaba en muchos momentos de dejarnos en las manos de Dios sabiendo que a sus hijos no los abandonaba y los dejaba en las mejores manos, en las manos de mi madre».
Continuó Maite asegurando que su padre «era una persona de fuertes convicciones a quien nada le detenía en el cumplimiento de su deber, ni las amenazas de ETA… Siempre nos enseñó a pelear por nuestros ideales, a defender lo que consideramos que es justo, sin pararnos ante nada».
Porque, como asegura el autor de su biografía, «Araluce fue un hombre esencialmente religioso. El cristianismo marcó cada aspecto de su vida, y su matrimonio y paternidad, con nueve hijos, no disminuyeron su compromiso, que superaba el de muchos fieles laicos».