Presidente de la Sala Segunda del Supremo
Manuel Marchena, jurista, juez extraordinario y hombre de Estado
El veterano magistrado que dirigió con aplomo y rigor el juicio contra los cabecillas del procés deja su cargo al frente de la Sala Penal del Supremo, tras dos mandatos consecutivos
No siempre sucede que un gran jurista es un juez extraordinario, ni todo juez extraordinario es un buen presidente de tribunal, como no todo buen presidente de tribunal es, necesariamente, un hombre de Estado. Sólo muy de vez en cuando todo confluye y Manuel Marchena es buena prueba de ello.
El magistrado Marchena es uno de esos profesionales de inteligencia natural, sólida formación, conocimiento del Derecho casi enciclopédico y profundo sentido del deber y de la responsabilidad. Quizás por eso sean tan evidentes sus dotes de liderazgo. Pero, sobre todo, «Manolo» -como le llaman sus compañeros y amigos- «es bueno», en el mejor sentido de la palabra.
Marchena tiene la virtud innegable de unir las posturas más dispares en las deliberaciones más controvertidas a las que, no en pocas ocasiones, tiene que enfrentarse una Sala de un Tribunal Supremo. Una Sala de lo Penal, nada menos. Es paciente, conciliador, servicial y esto último, quizás, se revela esencial, pues más allá de las dificultades de equilibrar posiciones jurídicas alejadas, en muchas ocasiones, la mayoría (por qué no decirlo) toca lidiar con los «egos de sus protagonistas».
Puede decirse, por lo tanto, que el juez Marchena ha sabido encabezar muy bien a un equipo repleto de magníficos magistrados, dando a cada uno su tiempo y su espacio, en escenarios a veces excesivamente complicados. No en vano, la mayoría de la opinión pública le conoció gestionando la causa especial del procés, cuatro meses de juicio televisado y mediático bajo la lupa de propios, extraños y para la historia más reciente de los tribunales de nuestro país. Sólo alguien de su talante podría haberlo llevado con aplomo, una paciencia infinita y la firmeza necesaria para que un salón noble del Supremo, convertido temporalmente en Sala de vistas no se transformase en el circo que ansiaban algunos con sus estridencias y provocaciones continuas.
Manuel Marchena dejará tras de sí una etapa compleja en la que ha sido necesario lidiar con desafíos importantes: desde aquella «ensoñación» en que algunos convirtieron el referéndum inconstitucional del 1-O hasta la más reciente imputación del ex ministro de Transportes José Luis Ábalos, pasando por la investigación al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, por un presunto delito de revelación de secretos; la condena del diputado de Podemos, Alberto Rodríguez, que tuvo que renunciar a su acta; la ley del 'sí es sí' que dejó en libertad a violadores y pederastas hasta que el Supremo fijó la jurisprudencia para el resto de tribunales de nuestro país o la férrea posición por la que se dejó fuera de la amnistía el delito de malversación.
En todos ellos Marchena elevó a Pleno el debate sobre las cuestiones de fondo. Por muy complicados que fueran los puntos de partida, su tesón y determinación, pero, por encima de todo, su predicamento entre sus compañeros, en la mayoría de las ocasiones, «llevaba al consenso» de la unanimidad.
Ahora, diez años después de soportar sobre sus hombros el peso de la Sala Segunda de lo Penal del Supremo, apaga el foco. Y lo hace con la misma discreción y naturalidad de quien no desea ser protagonista innecesario. Marchena se baja del «andamio» sin hacer ruido, con la dignidad de haber renunciado a presidir el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y, de paso, su Tribunal ajeno a los tedios, los porqués y los tiempos políticos. Se marcha con la conciencia tranquila y con el reconocimiento impagable de quienes han compartido con él horas de discusiones, en el sentido anglosajón del término.
Alma de fiscal, corazón de magistrado, Marchena seguirá trabajando desde su despacho, como tantas veces antes, siempre con la música clásica como telón de fondo. Un Calaf, de Turandot, también simbólico y extraordinario, en las entrañas del Supremo. De vuelta al anonimato que tanto ansía y que le permitirá seguir dedicándose a su gran pasión, el Derecho, por muchos años más.