Puigdemont, dispuesto a vengarse de Aragonès, Junqueras y Sánchez
Siente un profundo desprecio por aquellos que han intentado retomar su relación con él tras el resultado electoral, y no olvida todo lo que el presidente del Gobierno ha dicho en el pasado reciente ni los desplantes de ERC
Puigdemont huyó a Bélgica en octubre de 2017 y ha tenido siete años para alimentar un rencor profundo hacia todos aquellos a los que él atribuye su desgracia. Durante todos estos años, el expresidente de la Generalitat ha tomado nota de los que no le han abandonado y de los que le han dado la espalda.
Las visitas a Waterloo los primeros años de fuga eran una constante: esbarts dansaires, grupos de diablesas, geganters, sardanistas, agrupaciones locales de Junts, CDR...nadie quería dejar de visitar a su santo laico. Con el paso del tiempo las visitas decayeron y el rencor fue en aumento: mientras los republicanos gobernaban en Cataluña y cortaban el bacalao en Madrid, él no podía volver a su casa sin pasar antes por comisaria y un juzgado. En la única visita que Junqueras giró a Puigdemont, la tensión entre ambos era palpable.
Cuando Puigdemont parecía condenado al olvido, las elecciones generales le dieron otro varapalo en forma de retroceso electoral, pero la fortuna y la estadística se aliaron con él y los siete diputados obtenidos se convirtieron en decisivos para que Sánchez pudiera retener La Moncloa. Desde ese instante su agenda se reactivó y el peregrinaje volvió a tomar fuerza. Muchos que entre 2017 y el verano de 2023 no se habían atrevido a visitar Waterloo, ahora se pusieron a la cola.
Dirigentes patronales, grandes empresarios, directivos de grupos de comunicación, todos querían saber cuáles eran los planes de Puigdemont y susurrarle al oído «¿Qué puedo hacer por ti?», «¿Necesitas algo?». Puigdemont se relamía y esperaba el momento de cobrarse su venganza. En realidad, siente un profundo desprecio por todos aquellos que han intentado retomar su relación con él tras el resultado electoral, y no olvida todo lo que Sánchez ha dicho en el pasado reciente ni los desplantes de ERC.
Este jueves el Congreso ha aprobado una ley de amnistía que, si bien no es perfecta y ofrece brechas jurídicas que generan inquietud al eurodiputado, investigado por el Parlamento Europeo por sus relaciones con Moscú, sí es un alivio y le acerca a la vuelta a España.
Los meses transcurridos desde las elecciones generales hasta ahora han sido balsámicos para Puigdemont. En Junts se valora especialmente la oportunidad que han tenido de reescribir la historia de lo que sucedió en 2017 pasando de villanos a víctimas con la ayuda del basto aparato mediático del sanchismo. La convocatoria electoral de Aragonès es un regalo inesperado y bien recibido.
Junts se ha apresurado a afirmar que ERC ha precipitado la convocatoria electoral para evitar el enfrentamiento entre Aragonès y Puigdemont sabedores de que el prófugo tiene mucho más tirón electoral. En este estado de cosas, Puigdemont y Turull no tardaron en aceptar el reto y en anunciar la candidatura de Puigdemont. Si luego la Junta electoral la invalida, ese acto jurídico solo servirá para alimentar la idea de represión del Estado y el victimismo que siempre trufa el discurso de Junts.
La aprobación de la ley de amnistía sin tener que negociar los Presupuestos del Estado es una magnífica noticia para Puigdemont. Al líder de Junts las imágenes con Cerdán le incomodan y ahora podrá afirmar que ha conseguido la amnistía sin tener que dar nada a cambio. Los redactores de argumentarios de Junts lo tienen claro: «Por el contrario, ERC lo ha dado todo durante años y no ha conseguido nada».
Puigdemont se presentará, sin necesidad de volver a España, seguirá con su discurso de exilio y represión y llevará a cabo una campaña en la que tachará a ERC de pagafantas del PSOE y a los socialistas de anticatalanes. La campaña de Puigdemont incluirá como idea central que todo lo que ha conseguido el independentismo –al que él equipara a Cataluña entera– desde julio es gracias a él y que los republicanos, lejos de ayudar, han sido un obstáculo.
Tras las elecciones del 12 de mayo, si consigue ser la fuerza más votada –hoy solo tiene un diputado menos que el PSC y ERC–, exigirá al PSC apoyo a cambio de sostener la legislatura en Madrid, y si Sánchez se negara, con la amnistía en el bolsillo dejará caer la legislatura y el presidente del Gobierno no tendrá más remedio que convocar elecciones generales.