Salvador Busquets, en la sede de Cáritas Cataluña

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Entrevista

Salvador Busquets: «Me sabe mal cuando dicen que somos la 'cara amable' de la Iglesia; Cáritas es la Iglesia»

El nuevo presidente de Cáritas Cataluña reclama a los políticos cumplir sus promesas en materia de vivienda

Desde hace dos semanas, Salvador Busquets es el nuevo presidente de Cáritas Cataluña: el exdirector de Cáritas Diocesana de Barcelona —ocupó el cargo entre 2014 y 2023— y de la Fundación Arrels asume así la coordinación de las diez delegaciones catalanas de la ONG eclesial. «Recibí la noticia con alegría, por el reconocimiento, pero también me pesa el sentido de responsabilidad», señala en una entrevista que concede a El Debate para analizar esta nueva etapa.

— Últimamente, la vivienda ha pasado al primer plano de la agenda informativa, pero Cáritas lleva ya mucho tiempo insistiendo en este problema. ¿Qué perspectivas tienen para 2025?

— Desde los colectivos más vulnerables se anticipan las problemáticas graves, y la crisis de la vivienda es una de ellas: es algo que viene de muy atrás, y la situación de las familias se ha ido deteriorando. Como mínimo, esta es la primera vez que oigo que la clase política identifica el tema como un problema, pero creo que habremos de mantener una presión constante para que las promesas hechas se conviertan en realidad.

— ¿Las promesas hechas por quién?

— Por el gobierno español y el gobierno catalán: me parece bien la promesa de construir 50.000 viviendas [de Salvador Illa] y de crear una empresa pública para hacer vivienda [como plantea Pedro Sánchez], pero estamos muy acostumbrados a los incumplimientos. En el caso de la vivienda especialmente, porque las políticas en este ámbito son caras y a largo plazo.

Desde el terreno, ¿la parálisis de las negociaciones presupuestarias tanto en el Parlament como en el Congreso afectan a la situación de las familias que atienden?

— Sí, porque nos obligan a trabajar con un sistema encorsetado —el anterior—, mientras la situación se está complicando cada vez un poco más. Las situaciones de crisis no son estáticas, sino dinámicas, y sin medidas de shock, la crisis aumenta.

En este sentido, construir 50.000 viviendas es una medida de shock; implantar un índice para controlar los precios de los alquileres, no: es algo que queda muy bien pero es poco efectiva. Yo lo que percibo es que la administración está trasladando a las familias algo que les tocaría a ellos. Medidas como este índice me parecen perfectas siempre y cuando sean provisionales mientras no llegue el parque de viviendas necesario.

Del documento con diez propuestas que presentaron en las elecciones autonómicas, ¿a cuáles le ha hecho caso el nuevo gobierno de la Generalitat?

— Aún necesitan tiempo. Este lunes empezaremos el proceso, con una reunión. Sé que hay cosas donde hay más posibilidad de acuerdo, como la vivienda o el ingreso mínimo vital, y otras que quiero saber en qué estado están.

¿Cómo es su relación con el PSC y el Govern?

— La administración, en general, nos escucha. Sin embargo, la actuación pública se ha complicado mucho, en gran parte por las experiencias de corrupción vividas hace 10 o 15 años, que han convertido todo en algo muy complicado.

Hace unos años la administración catalana empezó a pedir a entidades como Cáritas Barcelona una auditoría por cada proyecto: es una losa muy fuerte porque te olvida a dedicar muchos recursos. Además, nosotros, por ideología, no renunciaremos a pedir subvenciones, porque creemos que los colectivos que atendemos merecen recibir parte de los impuestos.

La ‘cara B’ de la vivienda es el sinhogarismo, una situación sobre la que Cáritas Cataluña estrena un documental la semana que viene, para visibilizarla. ¿Qué prejuicio es el más habitual en este campo?

— Cuando un hombre, pongamos, rompe con la pareja y ella se queda con el piso y los niños, y él va a un piso de alquiler que no puede mantener porque coge una depresión y pierde el trabajo, y acaba en la calle, al principio la principal dimensión del problema es económica… pero con el tiempo empieza un proceso interno de rebeldía y violencia. Cuando uno ha vivido en la calle dos o tres años, que significa hacer pública tu fragilidad, y ve que lo que a uno le pasa no interesa a nadie… Especialmente si ha habido un proceso para pedir ayudas, se convierte en un problema con un fuerte componente de exclusión.

Esta es muy difícil de afrontar, y hay que activar diversos elementos al mismo tiempo, incluido el relacional: que él vea que estamos dispuestos a ayudarle y nos preocupa, pero no porque seamos buenos, sino porque la situación que vive es injusta. También es cierto que hay situaciones de calle que con 5.000 euros al año se solucionarían, y eso es menos de lo que cuestan los muchos ingresos hospitalarios que suelen protagonizar.

¿Cuáles son las prioridades de Cáritas Cataluña para 2025?

— Yo identifico tres. La primera es la vivienda, que ya hemos hablado, y la segunda es el Año Jubilar convocado por el Papa Francisco, dedicado a la esperanza. Hemos de saber dónde ponemos nuestra esperanza, que no está en nuestra capacidad para transformar condiciones de vida. El tercer eje es el conocimiento de la realidad social, con un impulso a los informes FOESSA en Cataluña y la diócesis de Barcelona. Damos mucha importancia al conocimiento de la realidad, para no avanzar por crisis largas con luces cortas.

Hablando del Jubileo, ¿le parece que Cáritas representa a menudo el rostro amable de la Iglesia, en un entorno en el que la práctica religiosa va a menos?

— Me sabe mal cuando se dice que Cáritas es la «cara amable» de la Iglesia, porque no es verdad: Cáritas es la Iglesia. Es el compromiso institucional y orgánico de la comunidad creyente de cada diócesis en relación a los más necesitados. En mi caso, además, no adquiero la construcción de la conciencia justa yendo a centros de investigación, sino en la Eucaristía y escuchando a los sacerdotes. Cáritas es la intervención de la Iglesia, dejando que la Palabra oriente toda nuestra actuación.

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