Tabarca, la isla habitada más pequeña de España y la única que tiene residentes en la Comunidad Valenciana
Su población es de apenas 51 personas, pero durante verano puede acoger 10.000 visitantes diarios
También conocida como la gran joya alicantina, la isla de Tabarca es la más pequeña habitada en España y la única que tiene residentes en la Comunidad Valenciana. Durante verano puede acoger los 10.000 visitantes diarios, es decir unos 150.000 turistas cada temporada, que distan mucho de los 51 habitantes que viven todo el año.
Pese a que tradicionalmente se la conoce como «isla», en realidad es un pequeño archipiélago compuesto, además de por Tabarca, por los islotes La Cantera, La Galera y la Nao. Se encuentra ubicada frente a la ciudad de Alicante, a 11 millas náuticas y cerca del cabo de Santa Pola. Asimismo, posee una longitud aproximada de 1.800 metros y una anchura de unos 400 metros.
Sin duda, se trata de un enclave único que tan solo cuenta con dos calles principales, seis callejones, una oferta hotelera muy reducida (unos 10 establecimientos entre pequeños hoteles y apartamentos vacacionales) y una plaza que cuenta con diferentes tiendas de regalos y locales de restauración.
Historia de la isla
Gran parte de su historia fue una isla desierta, que llamaban Planisia por su relieve plano, con un desnivel máximo de 15 metros con respecto al nivel del mar. También era refugio de piratas berberiscos, que la utilizaban como base para sus ataques a los pueblos costeros. De hecho, la única vez que pensaron darle utilidad fue en el siglo XIII, durante la Reconquista, ya que los gobernadores de la ciudad de Alicante querían construir una pequeña fortaleza o, al menos, una torre vigía para prevenir los ataques de los corsarios, pero esa idea nunca llegó a fraguarse.
No fue hasta el siglo XVIII, cuando el Rey Carlos III ordenó fortificar y levantar en ella un pueblo en el que alojar a varias familias genovesas de pescadores que estuvieron esclavizadas desde 1741, casi 30 años, por tunecinos y argelinos en la localidad de Tabarka, a unos 300 metros de la costa de Túnez.
Gracias a la mediación del monje Juan de la Virgen, Carlos III consiguió la redención de las personas que se habían establecido en Tabarka y pudo trasladar a España 296 italianos, de los cuales 31 nacieron en Italia, 137 en la antigua Tabarca y los demás en el tiempo que fueron esclavos en el territorio de Túnez y Argelia.
Un dato curioso es que a día de hoy, la gran mayoría de los isleños tienen apellidos italianos como Jacopino, Luchoro, Leoni o Parodi.
Nueva Tabarca
En el recién construido y protegido pueblo de Nueva Tabarca, los pescadores volvieron a sus labores de costumbre gracias a la presencia de una gran muralla con la que consiguieron mantener alejados a todo tipo de piratas.
Cada familia rescatada recibió una casa y además obtuvo ciertos privilegios: no tenían que ir al ejército, ni tampoco pagar los impuestos al Rey. Para pescar tenían diversos barcos y uno militar que les protegía de los piratas.
Antes de recibir en el año 1769 el nombre de Nueva Tabarca, por su vinculación con la ciudad tunecina, se llamaba isla de San Pedro, porque una leyenda cuenta que el apóstol estuvo en uno de sus numerosos viajes.
Nueve años después de su llegada, la fortaleza empezó a destruirse no se sabe muy bien si por la dejadez de los italianos o por la aridez del terreno, pero faltaba agua potable, no se labraba la tierra y las barcas se caían a trozos.
Por ello, una investigación de la comisión encargada de recopilar un elenco de los residentes, correspondiente con la situación residencial y laboral de cada uno, dirigida por el gobernador interino, el capitán Alejandro Stermont, y por el alcalde José Sales, concluyeron que no hubiese sido necesario construir una plaza semejante, ni asentar una población entera, porque para hacer frente a la piratería argelina hubiera sido suficiente construir dos fuertes o torres con un pequeño destacamento.
Incorporación de los tabarquinos
La colonia sobrevivió, aunque circunscrita en sí misma y con poca vida, sin la expansión transformadora soñada, hasta 1835 en que se completó la integración de los tabarquinos como ciudadanos españoles al uso, desapareciendo el régimen especial y pasando a ser gobernada por la administración ordinaria.
Los mecanismos que se llevaron a cabo para la incorporación étnica de los tabarquinos a la sociedad española fueron la escuela, donde la instrucción primaria empezaba en lengua castellana, durante el régimen especial; la Iglesia, con motivo de su ministerio sacerdotal y de las catequesis en lengua castellana y valenciana, y la vida militar, donde se usaba el castellano.