Ejercicio de combate en suelo urbano

Ejercicio de combate en suelo urbanoEstado Mayor de la Defensa

Fuerzas Armadas | La olla a presión (III)  Defensa nacional: cómo perder un campeonato de Europa

Es un lugar común entre los militares de todo el mundo que cada gota de sudor que se ahorre en el adiestramiento se paga con sangre en la batalla. Las naciones no sudan, pero la historia nos enseña que las sociedades que regatean esfuerzos en la preparación de sus ejércitos suelen saldar sus deudas con la misma moneda.

Mientras existan personas dispuestas a saltarse la ley —y nunca he entendido por qué a algunos les parece progresista negarlo— solo la vigilancia policial y la puerta cerrada de nuestras casas nos dan cierta seguridad. En la escala global, mientras existan líderes como Vladimir Putin —que, por desgracia, no es el único delincuente convertido en jefe de un Estado— solo la disuasión sostiene la paz. Por eso, es bastante probable que las naciones que no reparen las grietas en la tapa que contiene la violencia —recuerde el lector el paradigma de la olla a presión, explicado en artículos anteriores— se vean obligadas a luchar para defenderse.

Esquema gráfico del paradigma de la olla a presión

Esquema gráfico del paradigma de la olla a presiónEl Debate

No es solo dinero

Pensará el lector que, como ocurre a menudo cuando se cuestiona la credibilidad de nuestra disuasión, este artículo va de los presupuestos. Sin embargo, no es así. Es verdad que para dar solidez a la tapa de la olla nos vamos a gastar una barbaridad: el 2% de nuestro PIB. Pero el dinero no lo es todo. Detrás de cada arma, hace falta un soldado. Cada soldado rinde lo que le exigen sus propios valores. Y, aunque es probable que todos llevemos de fábrica la semilla adecuada, los valores militares —como los sociales— tienen que cultivarse para que prevalezcan sobre las malas hierbas que también están en nuestra naturaleza.

¿Qué diferencia a un buen militar de un buen ciudadano? Si uno repasa las Reales Ordenanzas, es fácil encontrar cuáles son los valores que de verdad definen a la milicia. Y no se trata del amor a la Patria, ni del honor, ni de la lealtad, atributos que a todos convienen en parecida medida. Dejando a un lado el valor —imprescindible en unas pocas profesiones, además de la militar— lo que de verdad diferencia al soldado de la mayoría de sus conciudadanos está en la disponibilidad y en la disciplina.

Disponibilidad

Muchos españoles de hoy consideran un logro social el que no se permita a nuestros jefes llamarnos fuera de las horas de trabajo. Y tienen razón en la mayoría de los casos. Sin embargo, el artículo 20 de las Reales Ordenanzas prescribe que el militar «estará en disponibilidad permanente para el servicio, que se materializará de forma adecuada al destino que se ocupe y a las circunstancias de la situación».

Varios momentos del adiestramiento de legionarios en combate urbano

Varios momentos del adiestramiento de legionarios en combate urbanoCuartel General de la Fuerza terrestre

¿Se cumple de verdad este artículo de nuestras Ordenanzas? Hace unos pocos días leí en los medios un titular de lo más llamativo: «El Ejército impide a un cabo de Canarias cuidar de su bebé». La prensa —determinada prensa— se hace eco de noticias similares con bastante frecuencia. Dejando a un lado el amarillismo del titular, la pregunta surge inmediatamente: ¿es compatible la disponibilidad permanente con la conciliación familiar, que es un derecho de todos los españoles, incluidos los militares? No es fácil establecer un equilibrio. Y no debería hacerse a costa del sacrificio de la operatividad de las Fuerzas Armadas.

Como los militares, los futbolistas de la selección española de fútbol también tienen derecho a la conciliación familiar. Pero a la hora de salir al campo —y a la hora de entrenar— tienen que estar a disposición del entrenador. ¿Se imagina el lector a nuestra selección saltando al campo con diez jugadores —dos de los cuales, para más inri, habrían sido comisionados directamente para el partido sin haber participado en los entrenamientos— porque el resto tiene que atender necesidades familiares? Pues eso es, por desgracia, lo que suele ocurrir en los despliegues de algunas de nuestras unidades para realizar operaciones en algunos de los lugares más peligrosos de nuestro planeta.

Como es lógico, la selección española de fútbol resuelve el problema de la disponibilidad de una forma diferente de la que conviene a las panaderías, los hospitales y las empresas de autobuses. La manera de asegurar que las unidades militares desplieguen con la gente que contempla su plantilla, adiestrada y certificada para las operaciones que van a realizar, también tiene que ser diferente. A primera vista, bastaría con legislar para que esa disponibilidad permanente, que las propias Reales Ordenanzas asocian a determinados destinos, se exija únicamente en las unidades desplegables. Como compensación, tendría que facilitarse que quienes tengan compromisos familiares desempeñen destinos donde la conciliación no vaya en detrimento de la operatividad ni obligue a los compañeros de los ausentes a un esfuerzo extraordinario.

Ejercicio de combate urbano del Grupo de Combate “Colón” de la Brigada de La Legión, integrado con el 1º Regimiento francés de ingenieros de la Legión Extranjera

Ejercicio de combate urbano del Grupo de Combate «Colón» de la Brigada de La Legión, integrado con el 1º Regimiento francés de ingenieros de la Legión ExtranjeraEjército de Tierra

¿Parece lógico? Puede. Pero las cosas no funcionan así. Hoy día prevalece el derecho de las personas a ocupar los destinos de su preferencia —siempre que les correspondan por antigüedad o méritos— sobre la operatividad de las unidades. Lo que está en juego —compensaciones económicas y diferencias en la valoración de los destinos para la progresión profesional— hace que muchos militares soliciten y obtengan destinos que en realidad no pueden desempeñar satisfactoriamente por sus obligaciones familiares.

No hay solución sencilla, porque nadie querría privar de los complementos salariales o de los ascensos que pudieran corresponder a quienes, con el derecho que les da la ley, han dedicado algunos años de su vida a cuidar de sus hijos. Pero es necesario encontrar un equilibrio. Si la situación se prolonga, tampoco querríamos poner en peligro a quienes podrían tener que entrar en combate bajo las órdenes de unos jefes que carezcan de la experiencia que, como el valor, se les presupone por su empleo militar. ¿Volaría el lector en una compañía aérea a cuyos pilotos se les dispensara de realizar sus horas de vuelo reglamentarias para compensar el cuidado de sus hijos? Yo, desde luego, preferiría no hacerlo.

Disciplina

No es necesario recurrir a las Ordenanzas para explicar la importancia de la disciplina en los ejércitos. Pero este es un valor que precisa desarrollo y que se robustece con los pequeños gestos propios de la milicia, que se van asumiendo desde el período de formación de los militares y que se conservan para toda la vida. Gestos que desde fuera parecen autoritarios y que, para quienes desconocen el oficio, tienen un sabor anacrónico.

Quizá sea ese sabor a rancio el que provoque que las herramientas de que disponen los militares para cultivar la disciplina en sus unidades se vean cada día más recortadas frente a los derechos que se reconocen a todos los ciudadanos, militares incluidos, para defenderse de las posibles arbitrariedades en el ámbito laboral. Si se me permite la exageración —recuerde el lector que, como a casi todos los retirados, me ciega la nostalgia— parece que podría llegar el momento en el que los soldados se presenten a la revista de policía acompañados de sus abogados.

Las Reales Ordenanzas todavía conservan un precepto —en la redacción actual está en el artículo 18— que siempre me pareció inspirador: el militar «propiciará con su actuación que la justicia impere en las Fuerzas Armadas de tal modo que nadie tenga nada que esperar del favor ni temer de la arbitrariedad». No es, desde luego, una conducta que solo quepa exigir en el ámbito castrense; pero, en el pasado, la sociedad parecía confiar en que los mandos militares se regirían por esa norma.

Por desgracia, ya no es así. ¿Es el progreso? Quizá, pero la disciplina se convierte en una víctima colateral de un sistema cada vez más garantista. Y, sin disciplina, los ejércitos se convierten en hordas incompetentes en el combate y capaces de lo peor en la retaguardia. ¿Sigue siendo así en el siglo XXI? Desde luego. Recuerde el lector la precipitada retirada del Ejército ruso en la región de Járkov dejando atrás importantes cantidades de material y, en el otro extremo del espectro, los feroces crímenes de Bucha.

No es cosa de que los militares retirados cuestionemos los derechos de los que están en activo pero, ¿no puede ser de otra manera? Quizá sí. El seleccionador español de fútbol escoge para su equipo a los que considera mejores, y no consta que nadie haya recurrido a los tribunales para que revisen sus decisiones. Si un jugador no cumple sus instrucciones, lo manda al banquillo sin derecho a una posible apelación que deje en suspenso sus órdenes. Se diría que de nuestro seleccionador sí que esperamos que actúe de tal modo que nadie tenga nada que esperar del favor ni temer de la arbitrariedad. Y si no nos gusta cómo lo hace, lo cesamos.

Legislar hasta sentirse incómodos

No es sencillo, lo reconozco, legislar sobre disponibilidad y disciplina en las Fuerzas Armadas sin que se provoque en la sociedad una situación de incomodidad. Lo fácil, desde luego, es el café para todos. Al menos, para todos los funcionarios. Pero ¿es lo correcto? ¿Soy yo el único español que cree que, a la hora de buscar un equilibrio entre los derechos de los militares y la operatividad de las Fuerzas Armadas, el péndulo ha ido demasiado lejos? Cuando suenan los tambores de guerra en el este de Europa, ¿solo a mí me inquieta que la ética del honrado funcionario —desde luego admirable en el ámbito que le corresponde— traspuesta sin más a los Ejércitos no sea suficiente para garantizar la eficacia de las Fuerzas Armadas en situaciones de combate?

Un Leopard 2E español abre fuego en la competición de carros de combate en la base de Adazi (Letonia)

Un Leopard 2E español abre fuego en la competición de carros de combate en la base de Adazi (Letonia)Latvijas armija

Confieso que no tengo soluciones mágicas para unos problemas tan complejos. Y, aunque las tuviera, tampoco me correspondería a mí proponerlas. Deben ser el Ministerio de Defensa, las Fuerzas Armadas y los militares en activo los que encuentren el punto de equilibrio, aunque quizá todos tengamos que presionar para que, desde el Congreso de los Diputados, se aborde con decisión un asunto que saca a nuestra sociedad de su zona de confort.

Lo que sí querría sugerir es que, avanzado el siglo XXI, ese equilibrio no debería llegar por la vía del palo, sino de la zanahoria. Tengo por cierto que, como ocurre en los ejércitos de nuestros aliados, el dinero será un factor importante. En España no se compensa a los soldados por la renuncia a sus derechos políticos y sindicales, pero no debiera ocurrir lo mismo si se les imponen deberes adicionales en favor de la disponibilidad y disciplina, imprescindibles señas de identidad de los Ejércitos.

No quisiera abusar más de su paciencia pero, antes de poner el punto final, hay algo que sí quisiera llevar al ánimo de los lectores de El Debate: el café para todos puede ahorrar a nuestra sociedad discusiones incómodas. Pero, de esta manera, es imposible que se gane un Campeonato de Europa. Y eso lo saben perfectamente quienes observan desde fuera la tapa de nuestra olla.

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