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Juan Rodríguez Garat
AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

China, la militarización de Europa y la regla del diez por ciento

La OTAN le reprocha a Xi Jinping su alianza estratégica con Rusia «para debilitar el orden internacional basado en reglas»

Actualizada 08:18

Xi Jinping estrecha la mano a Putin al recibirlo en Pekín

Xi Jinping estrecha la mano a Putin al recibirlo en PekínAFP

Desde que vi por primera vez en televisión un anuncio que aseguraba que nueve de cada diez dentistas recomendaban los chicles sin azúcar, siento que me persigue la regla del diez por ciento. Por sensata que pueda parecer una proposición, siempre habrá al menos un diez por ciento de personas que se opongan a ella. No es pues de extrañar que, según una encuesta de confianza en las instituciones publicada por la Fundación BBVA en 2022 —seguramente más fiable que el CIS de Tezanos— sólo fueran nueve de cada diez los españoles que entonces creían que la corrupción estaba bastante o muy extendida en las esferas de la política.

Volviendo a mi terreno, que no es otro que el militar, tampoco debería sorprendernos que únicamente nueve de cada diez de nuestros compatriotas apoyen las operaciones de paz que realizan nuestras Fuerzas Armadas.

¿Qué justifica a ese diez por ciento que por sistema se sale de la normalidad? En algunas ocasiones, la genialidad. Eran Galileo y Servet, y no quienes en su día los condenaron, los que tenían razón. Lamentablemente, casi nunca es así. En la mayoría de los casos, la discrepancia solo se debe a la ignorancia, el propio interés —no sé si el azúcar en los dientes beneficia a los dentistas, pero hay quien se hace rico engañando a los demás— la arrogancia intelectual o, simplemente, las ganas de llevar la contraria.

La militarización de Europa

Expuesta la regla general, era previsible que Irene Montero, nuestra improbable exministra, consiguiera precisamente un diez por ciento de votos para su candidatura a la presidencia del Parlamento Europeo. El leitmotiv de su breve campaña —la denuncia de la militarización de Europa precisamente ahora, cuando la guerra vuelve a amenazar a nuestro continente— ya anunciaba su vocación de refugiarse en la marginalidad.

¿Habrá quien niegue que los carros de combate aportan poco a la sanidad? ¿Pueden los Eurofighter resolver la crisis de la vivienda? Y aún se dejó argumentos más convincentes. Sepa el lector que con lo que costó el portaeronaves anfibio Juan Carlos I se podría regalar una entrada para el cine —palomitas incluidas— a cada uno de los españoles. ¿Quién no querría ir al cine gratis?

Con argumentos de ese tenor, la exministra aboga por el desarme unilateral. Finge creer —no difamemos, quizá hasta lo crea de verdad— que es mejor contentar al enemigo que disuadirle. Probablemente no le importe que Putin se apodere de Ucrania y que China se quede con los espacios marítimos que bañan las costas de Vietnam o Filipinas. Total, a nosotros ¿qué más nos da? Sin embargo, hay una excepción: Palestina. Ahí no hay negociación que valga. Israel debe desaparecer, desde el río hasta el mar. ¿Parece incoherente? Puede, pero no lo es.

Existe un factor común en todas las posiciones políticas que defiende su grupo: por el mero hecho de ser contrarias a los intereses de los españoles, todas atraen a un diez por ciento de los votantes. Esa es la regla y, aunque luego haya que repartírselos con otros grupos afines o contrarios —en los dos extremos del espectro político se cuecen estas habas— son más que suficientes para asegurarle el escaño que le da de comer.

Las nuevas reglas de Xi jinping

Mientras en Europa hay exministras que abogan por la desmilitarización, China —la segunda potencia mundial— va a lo suyo. En España, como no, tiene sus defensores. Seguramente un diez por ciento. Uno de ellos me preguntaba hace algún tiempo en un debate sobre Taiwán: «¿Qué sabemos de China?» El hombre estaba —y se lo agradezco— siendo amable conmigo, porque lo que en realidad querría haber preguntado era: «¿Qué sabe usted de China?». Y tenía algo de razón. Hay muchas cosas que yo, como la mayoría de los ciudadanos occidentales, ignoro sobre el alma de ese gran país. Sin embargo, el presidente Xi no deja de pertenecer a la especie humana, y es por ello susceptible de ser valorado siguiendo la infalible receta del evangelista Mateo: «Por sus frutos los conoceréis».

¿Cuáles son los frutos de Xi Jinping? No quisiera distraer al lector con asuntos domésticos sobre los que son los propios chinos quienes deberían opinar. Tampoco discutiré su política expansionista en el mar de China Meridional, que a los españoles nos queda muy lejos. Sin embargo, la OTAN le reprocha su alianza estratégica con Rusia «para debilitar el orden internacional basado en reglas». Eso sí que terminaría afectando al patio de Monipodio donde todos —también nosotros— vivimos.

¿Será verdad que China quiere saltarse la Carta de la ONU o se trata de propaganda aliada?

Pero siempre he dicho que no conviene fiarse demasiado de las declaraciones de quienes defienden una postura, ni siquiera cuando coincide con la nuestra. ¿Será verdad que China quiere saltarse la Carta de la ONU o se trata de propaganda aliada?

Permita el lector que, como si se tratara de un juicio en una serie de televisión, llame como testigo al propio ministro de asuntos exteriores chino, el señor Wang Yi. Que sean sus palabras, y no las mías, las que den o quiten razones: «Todas las partes —dijo el ministro hace unos pocos días, refiriéndose a la invasión de Ucrania— deben llegar a un consenso lo antes posible sobre los principios de no expansión del campo de batalla, de no escalada y de no avivar las llamas, para crear las condiciones de un alto el fuego y reanudación de las conversaciones de paz.»

Sorprenden los nuevos principios que propone Wang. El de no expansión del campo de batalla debe de venir a reemplazar al de integridad territorial reconocido por la Carta de la ONU. Quiere decir, si lo interpreto bien, que el agresor se reserva el derecho de delimitar qué territorio quiere conquistar para que solo se combata donde convenga a sus intereses. Es un principio en verdad novedoso que, aplicado a un hipotético asalto a Ceuta y Melilla, prohibiría a España realizar operaciones más allá de las fronteras de las ciudades autónomas. No sé qué pensará el lector pero a mí, sinceramente, la novedad no me convence demasiado.

El régimen iraní

El segundo de los principios, el de no escalada, conviene interpretarlo a la luz de la condena del régimen iraní —el aliado de Xi en Oriente Medio— al reciente ataque israelí al puerto yemení de Hodaida, después de muchos meses en los que Tel Aviv soportó pacientemente el lanzamiento de drones y misiles por los hutíes. Para Xi y sus amigos, devolver el fuego no es legítima defensa, sino escalada.

Esta original interpretación del derecho internacional humanitario culpabiliza al agredido por defenderse, en vez de al agresor como venía ocurriendo hasta ahora. Entiendo la ventaja que eso supone para Putin y para Xi, pero a mí tampoco me convence mucho.

Tanto la Unión Soviética como la propia China exigieron el apoyo aliado para defenderse de la Alemania nazi o el Japón imperial

El tercero y último de los nuevos principios, el de no avivar las llamas —con el que, atendiendo a la retórica precedente, debe de referirse al apoyo militar a Ucrania— anularía el derecho de las naciones a la legítima defensa colectiva. Es otro principio históricamente novedoso, porque tanto la Unión Soviética como la propia China exigieron el apoyo aliado para defenderse de la Alemania nazi o el Japón imperial. Pero claro, una cosa es defenderlos a ellos y otra defenderse de ellos.

Decididamente, a mí no me tranquilizan los nuevos principios. Incluso aunque el primero de los resultados de su aplicación sea un aparente milagro: la resurrección de Clausewitz. Si aceptamos la propuesta de Wang, la guerra, prohibida por la Carta de la ONU, volvería a ser la continuación de la política por otros medios, sin más restricciones que las establecidas por la conocida ley del embudo.

Los líderes de China, como los de Rusia, parecen considerar que, tanto en el mar de China Meridional como en Ucrania, la única ley que cabe respetar es la del más fuerte… siempre que sean ellos, claro. Por eso, y a pesar del respeto que me merecen las opiniones de nuestra exministra, las de Putin y las del propio Xi, es mejor para Occidente —y, a pesar de nuestras imperfecciones, también para el mundo— que los más fuertes seamos nosotros. Aunque eso pueda —las reglas son las reglas— darle un diez por ciento de votos a personas que, de otra forma, no tendrían ninguna oportunidad.

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