Vista exterior del Gran Teatro

Vista exterior del Gran Teatro

A la inauguración del Gran Teatro, hace 150 años, se pudo asistir por tres reales

El primer abono del coliseo comprendía 50 representaciones

El pasado 13 de abril se cumplieron 150 años de la inauguración del Gran Teatro de Córdoba y desde entonces este edificio de Gran Capitán es uno de los grandes buques insignias de la capital. Aunque ya existían varios teatros en Córdoba en aquel momento, la apertura de este coliseo con la ópera 'Martha' despertó una gran expectación que hizo que los cordobeses no se quisieran perder este acontecimiento.

Con la finalidad de que el Gran Teatro fuese económicamente accesible a todos los públicos, la empresa ideó una tabla de precios en los que la entrada más barata, la correspondiente al paraiso o gallinero, costaba tres reales. En comparación, las más caras de todas fueron, con 50 reales, las correspondientes al primer proscenio, que actualmente no se pone a la venta, y que es el palco situado en el primer nivel junto a la embocadura del escenario.

Entre una localidad y otra había entradas para todos los precios y, además, la empresa hizo un atractivo abono que comprendía nada menos que 50 representaciones, en las que estaba incluida la inauguración del Gran Teatro y el extenso programa de la Feria de Nuestra Señora de la Salud, en el que el cartel cambiaba a diario aunque la compañía fuese la misma. Cosas de la época.

Era lógico el interés despertado en la Córdoba de la segunda mitad del XIX con la construcción de un teatro que superaba en volumen y capacidad a los existentes en aquel momento, como el Cómico o el del Recreo. Además, la ubicación no podía ser mejor: en la avenida del Gran Capitán, símbolo de la modernidad urbanística de una ciudad, que con ella conectaba el centro histórico con el área de expansión surgida en el entorno de la estación de ferrocarriles.

Pedro López Morales

El empresario que ve la oportunidad de negocio en este coliseo es Pedro López Morales, un riojano afincado en Córdoba y dedicado a la banca, que en 1871 decidió adquirir el teatro, que ya estaba en construcción y cuyas obras no se remataban. En dos años termina el edificio, lo decora, lo dota de equipamiento y lo abre al público.

Todo este proceso fue seguido muy de cerca por la prensa de la época, que no se quería perder detalle de lo que se cocía entre las iglesias de San Nicolás y San Hipólito. El interés de los cordobeses era tanto que muchos entraban para husmear por el interior del teatro que aún estaba en obras, con las lógicas molestias a los trabajadores que culminaban las labores de pintura. La aglomeración debió ser tanta que se prohibió el acceso al interior, salvo a aquellos que adquirían su abono y querían saber donde estaba su localidad.

Antiguo gallinero

Antiguo anfiteatro

Pedro López se encontró que las obras de construcción del Gran Teatro estaban encomendada al arquitecto Amadeo Rodríguez, con quien se había batido en las urnas electorales en esas fechas, pero lo mantuvo en el puesto con independencia de la distancia ideológica existente entre ambos.

En esencia, el edificio se mantiene tal y como lo concibió Rodríguez hace ahora 150 años. A lo largo de este tiempo ha sufrido diversas reformas para adaptarlo a las necesidades de cada momento. La actuación más profunda fue la realizada por el Ayuntamiento entre 1983 y 1986 bajo la dirección del arquitecto José Antonio Gómez Luengo. Fue el momento en el que el patio de butacas dejó de estar plano -en él se organizaron bailes-, ya que lo que en aquella época se inclinaba para dar más visión al espectador era el escenario.

El techo desaparecido

Uno de los elementos que más llamaron la atención aquel 13 de abril de 1873 en que el Gran Teatro abrió sus puertas y que se ha perdido es la decoración del techo y de la embocadura del escenario, que tenía las figuras de Fidias y de Dante, así como una serie de alegorías en representación de las artes liberales: pintura, arquitectura, escultura, música y poesía. Además, los nombre de Góngora, Moreto y Quintana, y sobre ellos, el de Cervantes.

En el techo había un medallón central, con las nueve musas: Talía, Euterpe, Polimnia, Erato, Clío, Terpsícore, Melpómene, Calíope y Urania. Alrededor, en grandes cartelas que eran visibles desde el patio de butacas, estaban los nombres de los autores más destacados de cada uno de los géneros: Manuel Tamayo y Baus (tragedia), Francisco Asenjo Barbieri (zarzuela), Manuel Bretón de los Herreros (comedia), José Ruiz (baile español), Ángel de Saavedra (drama), Giacomo Rossini (ópera), Jacques Offenbach (zarzuela bufa) y Polinski (baile francés).

Interior del Gran Teatro antes de la reforma

Interior del Gran Teatro antes de la reforma

Alrededor de esta nómina, una guirnalda floral abría un cielo con alegorías de cada uno de estos estilos, salvo en la parte frontal, sobre el escenario, donde la representación era de Apolo en una gran carroza.

Por si fuera poco, en ese cielo había aún más nombres de autores «que lucen como estrellas», según las crónicas de la época: Ambrosio de Morales, Lope de Vega, Tirso de Molina, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Fernando de Rojas, Dante, Torcuato Tasso, Virgilio, Petrarca y Homero.

Este techo, del que no ha llegado rastro alguno a la actualidad, fue pintado en Granada por el escenógrafo Francisco González Candelbac y montado en el Gran Teatro en febrero de 1873, a dos meses de la inauguración.

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