El portalón de San Lorenzo
El amor que huye
Fue una gran benefactora de la Obra Salesiana que merecería, al menos, un recuerdo
Un lejano día, don Juan Novo, párroco de San Lorenzo, quiso que Pablo García Baena valorase un antiguo libro. Me ofrecí a llevárselo a su casa, en la calle Hermanos López Diéguez, para que lo analizase con tranquilidad. De vuelta con el poeta, por la puerta de la iglesia de San Andrés, se nos cruzó una señora alta de buen tipo, con el pelo gris plateado cogido en un moño. Parecía que Pablo la conocía, pues la saludó con una inclinación de cabeza. Ella se montó en un hermoso coche de caballos que la estaba esperando, y salió en dirección para la iglesia de María Auxiliadora.
Al poco empezó a llover y, como no llevábamos ningún paraguas, nos cobijamos en la puerta de lo que eran las Bodegas Diéguez. Viendo que no escampaba, optamos por meternos en Casa Lucas, una taberna ubicada en lo que hoy es la farmacia del Realejo. Allí entró un viejo conocido de Pablo, Joaquín Ruíz Baena, por lo que se saludaron efusivamente e iniciaron una agradable charla. Por esta conversación me enteré de que aquella señora del pelo gris plateado era María de los Ángeles López de Alvear, hija de los dueños de la Banca Pedro López, y que con frecuencia cogía su coche de caballos para acudir a la iglesia de María Auxiliadora, pues además de devota de la Virgen era cooperadora salesiana.
Como seguía cayendo agua permanecimos en la taberna un buen rato, más de lo esperado, mientras Joaquín y Pablo seguían hablando del mismo tema: la mujer en cuestión se había casado en 1913 con el Conde de Cañete de las Torres, don Antonio Velasco López-Zapata. La boda se celebró en la iglesia de Santa Victoria, en cuyo colegio había sido antigua alumna. De casada se fue a vivir a la calle Pedregosa, en una casa palacio que hoy ocupan las Siervas de María. Alrededor de 1920 volvió a su casa natal de San Andrés con su madre y sus hermanos. Al parecer, el matrimonio no había ido bien.
Lucas, el tabernero, intervino en la conversación, añadiendo que a esta mujer se la conocía por el apodo de «El amor que huye», que se decía que era porque el novio la seguía a todas partes con otro coche de caballos detrás del suyo. Pero Joaquín dijo que no, que lo de ese apodo era porque en 1911 se estrenó en el Teatro Circo del Gran Capitán una obra de teatro que tenía por título, precisamente, 'El amor que huye'. La trama iba sobre problemas en un matrimonio por la presencia de terceras personas, y como fue una obra muy conocida en su tiempo, desde entonces aplicaban ese título a situaciones semejantes en la vida real.
Pareció que dejaba por momentos de caer agua, así que me despedí, los dejé todavía charlando, y salí corriendo para mi casa para ponerme a buen recaudo.
Pasado el tiempo me enteré de que esta mujer había sido una gran mecenas en el Colegio Salesiano. Así, fue una de las personas que ayudaban a costear la ropa que se entregaba por Navidad a los alumnos más necesitados de las Escuelas Populares, los que hacían su recreo en el Patio de los Eucaliptos del colegio.
Pagó además las bellas vidrieras que están detrás del altar mayor de la iglesia de María Auxiliadora. También, en época de don José María Campoy como encargado de las citadas Escuelas Populares, costeó durante varios años unas comidas que se repartían a la gente más humilde del barrio de San Lorenzo. Quien sabía esto de las comidas mejor que nadie era José Carmona, El Cebollita, pues ayudaba a distribuirlas.
Por último, pagó las distintas fuentes de chorros múltiples, con artísticas cabeza de leones, que sustituyeron a aquellos penosos grifos, casi siempre rotos, de las fuentes que aliviaban la sed de los chiquillos en los patios del colegio. En suma, fue una gran benefactora de la Obra Salesiana que merecería, al menos, un recuerdo.
El Conde de Cañete de las Torres falleció a la edad de 64 años en febrero de 1954, el mismo año de la gran nevada. Don Antonio Velasco López-Zapata disfrutaba de enterramiento particular en la Capilla de la Natividad de la Virgen en la Catedral, comprado por su madre en 1901. Por su parte, María de los Ángeles López de Alvear murió en abril de 1969, a los 74 años. Fue enterrada en el panteón familiar del Cementerio de la Salud.
Mientras María de los Ángeles López de Alvear moría en Córdoba, en el Parador de Jaén escribía sus memorias un retirado general y ex-presidente francés, Charles De Gaulle, que había perdido la confianza de su pueblo arrastrado por aquella enorme ola que supuso Mayo del 68.
Años después, el 8 de agosto de 1981 Gregorio Marañón Moya recordaba en el diario El País esa visita que en 1969 hizo a España De Gaulle. Entre otras cosas, el ilustre visitante quería conocer el Museo del Prado y algunos lugares donde los guerrilleros españoles y el general Wellington derrotaron a sus compatriotas durante nuestra Guerra de Independencia. También visitó algunos pantanos de la cuenca del Guadalquivir, que posiblemente serían los mismos si la visita la hubiese hecho hoy, más de cincuenta años después, pues apenas se han hecho más desde entonces. Finalmente, tuvo la cortesía de visitar al general Franco, al que quería conocer en persona (no quiso ser menos que el ex-canciller alemán Konrad Adenauer que lo visito en febrero de 1967). Cumplido éste trámite, quiso retirarse a descansar en El Cigarral los Dolores, propiedad de la madre de don Gregorio Marañón. El ministro de Asuntos Exteriores español, don José María de Castiella, fue quien pido a Marañón que pusiese su finca familiar a disposición del ex-presidente francés para su descanso.
La Banca Pedro López
Todo el mundo conocía en esa Córdoba a la Banca Pedro López, el principal negocio de la familia de María de los Ángeles López de Alvear. El droguero de San Lorenzo, Alfonso González Román, tenía una especial vinculación con ellos, y por él nos enteremos en 1956 de que iba a ser adquirida por el Banco Popular. La relación de Alfonso venía en realidad por su padre, Antonio González Pérez (1896-1983), al que en dicha institución bancaria apodaban como el 'Séneca de los números'. Fue la persona encargada por la familia López de Alvear para cuadrar a mano los números finales de aquel complejo balance de traspaso de activos, con las operaciones centradas en una gran cuenta corriente que tenía el nombre icónico de «Albéniz».
Tras la compra continuaron al principio en las mismas instalaciones de la calle llamada, precisamente, Pedro López (antigua Carreteras). Posteriormente se trasladarían al edificio emblemático que construyó Federico Valera Espinosa en la céntrica calle Cruz Conde. Allí ocuparon dos plantas, en la esquina con la calle Pastores. En la otra esquina del edificio, que quedaba junto a Correos (Conde de Robledo), se estableció Calzados Segarra, que a decir de Ignacio Nocete, encargado de Calzados La Imperial, cambiaron totalmente el negocio de los zapatos en nuestra ciudad. Y en el centro del edificio se instaló un negocio denominado Pasaje Rivera, que yo recuerde el primero en tener escaleras eléctricas, una a la entrada por Cruz Conde y otra a la salida por la calle Eduardo Lucena.
La Banca Pedro López tenía fama de ser seria, austera y dura negociadora, un poco al estilo de la que nos presentan en la película de Mary Poppins, estrenada en 1964. Allí te cobraban, al parecer, hasta el agua del botijo, que tenían identificado con el nombre del banco por si a alguien le daba por llevárselo. A pesar de su poder, el autobús era el vehículo que utilizaban preferentemente los miembros de esta familia de banqueros para sus desplazamientos, pues la mayoría no tenía ni coche.
Ciudad Jardín y el Gran Teatro
Los López de Alvear eran dueños de gran parte de los terrenos rurales que componían en aquellos tiempos lo que llegaría a ser el barrio de Ciudad Jardín. Allí se habilitó un cine de verano con el nombre de Albéniz, nombre que se repetiría también en una de las primeras calles urbanizadas. Está claro que los López de Alvear tenía predilección por el gran músico español.
Aparte de estos terrenos, la familia fue dueña de importantes inmuebles destacando entre ellos el Círculo de Labradores y el Gran Teatro, este último construido por el fundador de la Banca en 1873. El arquitecto que lo diseñó fue Amadeo Rodríguez y el coste de su construcción fue de 1.386.674.89 reales, una fortuna para la época.
Más de un siglo después, en 1980, el Ayuntamiento de Córdoba se interesó por la compra del Gran Teatro, que ya era una propiedad indiviso en su mayoría de la tercera generación del constructor. Los propietarios eligieron como portavoz al letrado don Manuel Ruiz López, que consiguió un acuerdo con el Ayuntamiento el 26 de agosto de 1981, por un precio de venta de 98.437.798 pesetas, repartidas a partes iguales a nombre de don Pedro López de Alvear (único hijo del fundador), otro don Pedro, don Francisco, don Ignacio, doña María Josefa, don Rafael, doña Pilar, doña María de los Ángeles, doña Lourdes, don Manuel, doña María Cristina, doña Candelaria, don Agustín, don Carlos López Ruiz, doña María de los Ángeles, doña Concepción y doña María Barbudo López.