Manolo Caracol, Manolete y Pastora Imperio

Manolo Caracol, Manolete y Pastora Imperio

El portalón de San Lorenzo

Manolete y las horas extraordinarias

Manolo Caracol obsequió al público con esa zambra dedicada a Manolete que tenía por nombre 'Lamento de Córdoba'

Mañana se cumplen setenta y siete años de la muerte de Manuel Rodríguez Sánchez 'Manolete' (1917-1947), ocurrida en la plaza de toros de Linares (Jaén), al ser corneado al entra a matar su segundo toro, Islero, de la ganadería de Eduardo Miura. Formaban parte de aquel cartel, que quedaría grabado para la historia, Gitanillo de Triana (1915-1969) y Luis Miguel 'Dominguín' (1926-1996), por ello hemos querido recordar algunas vicisitudes que se dieron en su época.

En la época de Manolete, cuando se estaba intentando reconstruir a España tras la guerra, prácticamente de forma autárquica, las grandes empresas y centros de fabricación solían trabajar ininterrumpidamente a dos relevos: de 6 de la mañana a 6 de la tarde, y de 6 de la tarde a 6 de la mañana. Incluso se trabajaba los sábados, y también muchos domingos. Por tanto, en estos lugares de trabajo los trabajadores estaban más que acostumbrados a lo que se llamaba «echar horas extras». Conforme la industrialización avanzaba en España, y la demanda de sus productos crecía, las empresas vendían todo lo que fabricaban, ya fuesen motores, interruptores o transformadores, y podemos decir que había cola hasta para los plazos de entrega, porque «no daban abasto» con sus medios.

Pero a mediados de los años sesenta del siglo XX, con la liberalización progresiva de la economía española, la competencia en los mercados mundiales hizo que estas colas de espera fuesen menguando. Porque ya podían llegar esos productos desde todos los sitios, por ejemplo el cobre de Finlandia, la chapa magnética de Japón, los motores de Francia, toda clase de accesorios de Italia, y los pequeños interruptores de control de Alemania Federal. Como resultado, las cuotas de fabricación bajaron sensiblemente en España, y el sector terciario, el de los servicios, empezó su auge a costa del industrial y del primario.

Cartel anunciador de The Beatle en Las Ventas

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Los nuevos aires en la fábrica de Córdoba

Inmersos en este ambiente general de «terciarización» de la economía española, entre los años 65 y 70 del siglo XX el tema de las horas extraordinarias empezó a cobrar un protagonismo destacado en la fábrica cordobesa de Westinghouse. Había sido costumbre que, salvo los peritos y titulados superiores, la mayoría de los empleados de oficina echasen horas extraordinarias con independencia de la carga de trabajo, porque todo el mundo estaba acostumbrado a esta especie de sobresueldo.

Por este motivo, la dirección de la fábrica ordenaba cada cierto tiempo «cortar las horas», y los jefes de los distintos departamentos y servicios transmitían a sus equipos la obligación de reducirlas. Siempre recordaré cuando cierto ingeniero, del que no diré su nombre, llegó a decir: «Aquí da la sensación de que cualquier empleado se trae de su casa un salchichón y hasta que no se lo acaba tranquilamente no se marcha». Ante este extemporáneo comentario del ingeniero, al que apodaban El niño bobo de Madrid, le contestó Gabriel Álamo Águila: "Más difícil todavía, señor ingeniero, también lo hacemos sin salchichón”.

En todo caso, el ambiente se enrarecía y podía cortarse la tensión cuando el jefe correspondiente se disponía a hacer el llamado «parte de horas» de todos los trabajadores a su cargo, mientras éstos, desde sus asientos o mesas, le miraban con su mejor «carita grande de buenos» para que les incluyesen en aquel parte. Porque para la mayoría era toda una bendición esas «horas extras», fundamentales para su economía doméstica. Como ejemplo, a un compañero, Antonio Jiménez Gutiérrez, cada vez que se enteraba por algún murmullo de que se iban a quitar las horas, le subía la tensión por las nubes.

Pero sí era cierto que algunos, no todos como insinuaba el «bobo», alargaban de forma evidente la terminación de sus trabajos a fin de justificar que tenían trabajo pendiente o acumulado. Y así, uno al que apodaban El Muerto, cuando en su departamento se suprimían las horas extras, al día siguiente, como un reloj, iba al médico y se daba de baja. Cuando las horas volvían de nuevo se incorporaba a la fábrica. Este lo hacía con total descaro, pero había otros que lo hacían de forma más disimulada.

Como resultado, este descontrol causaba un tremendo problema, porque ni las documentaciones de fabricación bajaban a su tiempo al taller ni los planos llegaban a tiempo a control de producción. Y es que el origen de todo era que la fábrica no disponía de una herramienta útil para marcar plazos de entrega ni evaluar correctamente las cargas de trabajo, sobre todo en las oficinas y los empleados, porque en los operarios de los talleres sí estaba el tema de las cargas algo más controlado.

Todas estas circunstancias, lógicamente, provocaban tensiones y roces entre servicios y departamentos. La fábrica era un caos que iba a más, y surgían discusiones entre el personal, y al final la dirección tuvo que tomar cartas en el asunto. Así que, con el asesoramiento del Instituto Maynar, decidió medir de la forma más precisa posible el trabajo del personal empleado y organizar racionalmente su jornada laboral. Con ello se eliminarían las horas extras, con todos los gastos generales que además conllevaban de luz, calefacción y otros servicios como el teléfono, pero, en contraprestación, se asignarían primas al personal por tener el trabajo al día.

Un viaje a Madrid con Manolete de por medio

Tras esta decisión de la dirección, a mí me tocó ser uno de los «afortunados» encargados para intentar medir la duración de las tareas. Para formarme me mandaron en 1972 a Madrid a realizar unos cursos de tiempos elementales y de oficinas MTM, técnica que los suecos del ínclito Olof Palme (el que pedía con una hucha para los terroristas de ETA) ya venían utilizando desde bastante tiempo antes, al parecer con cierto éxito.

Para mi suerte, allí en la capital coincidí en una de las aulas del Instituto Maynar, ubicado en la octava planta de la Torre de Madrid de la plaza de España, con Juan Cebrián, antiguo compañero de la Universidad Laboral, que estaba realizando otro curso referido a técnicos especializados de Gas Butano, empresa donde trabajaba en su sede de Córdoba.

La afortunada presencia del amigo Juan Cebrián, que se alojaba en el Hotel Gredos de la Gran Vía, hizo más sencilla mi estancia en Madrid, y aunque yo me alojaba en el Hostal Bueltas, cerca de la estación de Atocha, las dos semanas que coincidimos nos encontramos tan a gusto como si estuviésemos en Córdoba. O al menos ésa era nuestra intención.

Con Juan Cebrián, además de conocerle de la Universidad Laboral, tenía cierta relación por ir ambos de vez en cuando a Casa Ramón, esa pequeña taberna de la calle El Avellano, en el flamante barrio de Santa Rosa, que llevaba Ramón García, el padre de Pepe el de El Caballo Rojo. Allí entraba mucha gente castiza aficionada al toro, al campo, al flamenco... y a beber vino. Uno de aquellos clientes era Manolo de la Haba 'Zurito', gran amigo de Cebrián.

Cuando al fin acabaron nuestros respectivos cursos decidimos celebrarlo yendo a comer al restaurante de Los Jiménez, regentado por unos paisanos que, antes de emigrar a Madrid, habían tenido una freiduría en la calle Duque de Hornachuelos. El dueño del establecimiento era padre de Antonio Ángel Jiménez, un torero con alternativa en Córdoba. Además, era suegro de Manolo de la Haba 'Zurito', casado con una sus hijas. El restaurante estaba en la calle Barbieri, dejando atrás el famoso tablao de Los Canasteros de Manolo Caracol.

Al primero que encontramos en la barra fue a Rafael, hijo menor del dueño. Al decirle que veníamos de Córdoba, y yo concretamente de San Lorenzo, le embargó ese sentimiento que sólo conocen los que están lejos de sus raíces. Rápidamente me contestó emocionado: «Yo llegué a jugar en el Nazaret y después en el San Lorenzo (el Nazaret era su filial). Precisamente el otro día estuvo por aquí Camargo, el barbero de la Puerta de Almodóvar, que llegó a jugar conmigo».

Dicho esto, nos invitó a una copa de Márquez Panadero y a una tapita de arroz, que ya se estilaba por Madrid en aquellos tiempos. Después de charlar un rato en la barra bajamos al restaurante, no sin antes preguntarle por su cuñado, Manolo 'Zurito', del que nos dijo que estaba por allí tras regresar de Méjico.

Estando comiendo vimos bajar a Manolo 'Zurito', que nos saludó y quiso invitar a comer. Le dijimos que no, que ya habría más días, y entonces quedó en esperarnos arriba en el bar. Fue una bendición encontrar a Manolo 'Zurito' pues se movía por aquellos entornos como pez en el agua. Al subir al bar nos llevamos la gran sorpresa de que estaba junto a Manolo Caracol, que por lo visto todos los días solía acudir desde su tablao para tomarse un aperitivo y una copa de vino de Montilla (entonces se vendía este vino en Madrid, mientras que hoy apenas ni se encuentra en nuestra feria). El vino de nuestra tierra le encantaba y traía recuerdos de su amor por Córdoba y por su gran amigo del alma, Manolete. Nos invitó a ir pasarnos por su tablao, en el número 10 de la misma calle Barbieri.

Publicidad manejable en las mesas del tablao Los Canasteros

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En el tablao de Los Canasteros

Reconozco que no soy aficionado al flamenco, pero entre la invitación y que cuando estás fuera de tu tierra ves todo con otra perspectiva, al final decidimos acudir al tablao. Allí se puso al piano Pepe 'El Horquilla', y Manolo Caracol obsequió al público con esa zambra dedicada a Manolete que tenía por nombre 'Lamento de Córdoba'. Era toda una muestra de gallardía y cariño a su amigo, porque por esos años estaba en su apogeo una campaña orquestada años antes contra el torero cordobés, fundada en bulos con tintes políticos. Manolete era acusado de 'franquista' por la propaganda comunista, achacándole barbaridades como de que mataba a los prisioneros con su estoque. Era ese mismo comunismo cuyos 'intelectuales' promovían a principios de los años cincuenta que se le diese ¡¡el Premio Nobel de la Paz!! a Stalin, ese 'padrecito' Stalin responsable de la matanza de más de veinte mil oficiales polacos prisioneros de guerra en las fosas de Katyn, de los asesinatos y encarcelamientos indiscriminados de masas ingentes de su población sólo por motivo de raza o ideología (lo mismo que Hitler), el creador de los 'gulags'…

Al final no cayó la breva del premio. Quizás porque el propio partido comunista soviético, en la celebración del XX Congreso de la URSS de 1956, condenó los crímenes y barbaridades cometidos por el (ahora sí) 'dictador' Stalin, hasta el punto de que retiraron su cadáver de la muralla del Kremlin.

Ese era el sucio ambiente contra Manolete cuando Caracol le cantó ese día. El gran cantaor lo había conocido en 1943 después de una tarde de toros en Madrid, al tomar juntos unas copas en el Museo de Perico Chicote. Fueron presentados a través de su común amigo Rafael Sánchez Ortiz 'Pipo' (antiguo compañero del colegio salesiano de Manolete) que solía estar en todos los 'fregaos' taurinos. Luego llegaría a ese encuentro Pastora Imperio que se unió al grupo, donde también estaba Lupe Sino. Congeniaron enseguida, y hasta la muerte del torero en 1947 serían amigos íntimos, siendo testigo de primera mano de las cualidades humanas del cordobés. Un abatido Caracol estaría en todo momento junto a su ataúd en aquel irrepetible cortejo fúnebre de Córdoba.

A esa campaña contra Manolete contribuyeron también, por otros motivos, algunos juntaletras y periodistas taurinos del tres al cuarto que vieron que la forma de destacarse era criticando al toreo de Córdoba, como que era un toreo de «trucos baratos». Hay que reconocer en este sentido a la emisora La Voz de Granada, que ya en 1953 organizó un macro programa radiofónico para tratar de poner las cosas en su sitio.

El concursante Domínguez Vidaurreta en el plató

El concursante Domínguez Vidaurreta en el plató

Concurso Las Diez de Últimas de TVE

Pero sería José Antonio Sanz Domínguez Vidaurreta (1937-2018) el que con el concurso Las Diez de Últimas de TVE en 1969, dio un conocimiento importante y real de la vida de Manolete, y deshizo falsos entuertos. Este hombre eligió el tema La Vida de Manolete y demostró sobradamente que había echado muchas horas extras aprendiendo toda la vida del torero cordobés con el máximo rigor, y a raíz de ganar el concurso de un millón de pesetas, se recorrió media España invitado para hablar de Manolete y mucha gente por fin conoció la verdad sobre el gran torero de Córdoba.

El final de las horas extras

Volvimos a Córdoba con lo aprendido, y junto a otros compañeros fuimos estableciendo el nuevo sistema de tiempos donde desaparecían las horas extras y se sustituían por incentivos. En realidad, la gente iba a seguir cobrando lo mismo y se acababa el tener que esconder trabajo para justificar las horas.

Pero, con todo, la fábrica empezó a funcionar mejor y el trabajo estuvo al día. Sin embargo, negros nubarrones se presentarían a los pocos años, aunque ésa es otra historia.

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