Las verbenas: de ayer a hoy y lo que se quedó por el camino
La celebraciones festivas han cambiado en el último siglo y medio al mismo ritmo que la sociedad
La celebración de todo festejo popular muta lentamente con el paso del tiempo para adaptarse a los gustos de la sociedad de cada momento. En muchas ocasiones no se perciben estos cambios a simple vista y es cuando se echa la vista atrás cuando se ve lo que se ha incorporado y aquello se ha desaparecido.
Con las verbenas populares ocurre lo mismo. Fueron festejos de primer orden en el ocio de los cordobeses durante los meses de verano. La práctica totalidad de la población no se podía permitir vacaciones y encontraba en estas celebraciones una expansión lúdica que en algunos momentos llegó a ocupar bastantes fines de semana desde junio hasta septiembre.
El periodo que mejor se conoce es desde las décadas finales del siglo XIX hasta nuestros días, por existir numerosos testimonio escritos o por la huella dejada en la prensa de la capital. Quien primero se lamenta de estos cambios es el periodista Ricardo de Montis, quien en su primer tomo de las ‘Notas Cordobesas’, aparecido en 1911, recoge un artículo publicado años antes que inicia con una frase contundente: «Como todas las costumbres tradicionales de Córdoba, las verbenas han perdido ya su carácter primitivo, aquella sencillez que les daba el principal encanto».
Las verbenas del siglo XIX
Montis hace la comparación entre lo que él conoció en su infancia y cómo eran las verbenas de ese momento. Describe unas verbenas en Santiago, San Agustín y San Basilio, entre otros sitios, con puestos de higos chumbos o de arropieras iluminados con humeantes candiles en los que nos faltaban las moñas de jazmines ni las jarras de agua. Habla también de unos juguetes típicos de Córdoba, llamados ‘cigüeñas’ y ‘herreros’, así como de las campanitas de barro, que ponían el fondo sonoro estas verbenas y que se han conservado en los días de la Virgen de la Fuensanta como seña de identidad propia. Tampoco faltaba el tiovivo, el puesto de jeringos o la atracción de los polichinelas para distraer a los niños.
Se queja el autor de que coincidiendo con el cambio de siglo aumentó el número de verbenas, perdiendo ese primitivo carácter para convertirse en «ferias en pequeño», con «toda clase de festejos, conciertos, bailes públicos, fuegos artificiales, exhibiciones de cinematógrafos, ‘kermesses' y hasta concursos de balcones».
La temporada de verbenas abarcaba desde el día de San Antonio hasta el de la Virgen del Pilar, aproximadamente. A lo largo del tiempo unas se incorporaban y otras salían, y en esto influía mucho la situación política y económica de cada momento.
Los 'felices veinte'
Al momento de esplendor de las verbenas en el arranque del siglo XX le siguió el auge que experimentaron en la década de los años 20. Superadas las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, occidente vivió los ‘felices veinte’ como una diversión continua a la que tampoco fue ajena la ciudad de Córdoba. Las verbenas habituales se potenciaron y se añadieron otras nuevas y todas ellas supieron modernizarse para disgusto de don Ricardo de Montis. En ellas ya no faltaba la luz eléctrica, había grupos, solistas y bandas que ponían la música en directo y las atracciones se refinaron acordes con los tiempos.
En esta época, además, se adoptó la costumbre de llamar verbena a toda celebración festiva organizada, incluso, en un local cerrado. Los motivos eran de lo más diverso: desde la Navidad al Carnaval pasando por la onomástica del organizador, o convocadas por instituciones, como el Círculo de la Amistad, la Unión Mercantil o la Asociación de Exploradores, por lo que el abanico se abría para todos los estratos de la sociedad del momento.
Verbena con disfraces
Aunque todas las verbenas solían repetir el mismo patrón había unas que se salían de la costumbre, tanto por sus dimensiones como por contar con la organización del Ayuntamiento. Se trataba de las verbenas de San Juan y San Pedro, que se celebraban en la avenida del Gran Capitán. Su peculiaridad no era otra que el invitar a todo el mundo a acudir disfrazado de lo que quisieran, como si se tratara de un Carnaval extemporáneo en los primeros compases del verano.
Su horario de celebración también cuesta entenderlo hoy día, ya que iba de las doce de la noche a las tres de la madrugada. Como la música para el baile tenía que ser en directo, a lo largo de estas tres horas se alternaban diversas bandas de música, como la del Ave María o la del regimiento de La Reina sin que los vecinos de la zona reclamaran su derecho al descanso.
Los diversos cafés que entonces había en esta avenida instalaban amplias terrazas pobladas de veladores y a lo largo de las aceras instalaba el Ayuntamiento dos filas de sillas, a modo de carrera oficial, para que no perderse el espectáculo.
Esta verbena de amplias dimensiones contrastaba con las más modestas que se celebraban en los distintos barrios de la capital. En esta década de los ‘felices veinte’ el barrio de Santa Marina homenajeaba a la titular de su parroquia en torno a su día, el 18 de julio, razón por la que fue la única iglesia en arder al inicio de la guerra civil. Unos años antes de este triste suceso, en la plaza del Conde de Priego se instalaron puestos de juguetes y golosinas, así como tiovivos, norias y otras atracciones. La actuación musical corría a cargo del sexteto Charleston, lo que indica que los ritmos de moda se imponían sobre la música tradicional y se advierte el cambio con el modelo de décadas anteriores.
El auge de 1948
La guerra supuso un paréntesis que tardó en recuperarse. De 1940 sólo hay constancia de la celebración de las verbenas de San Pedro y de la Virgen de los Faroles. En 1946 se recupera la de San Basilio y la que organizaba la Asociación de la Prensa, cuyo lugar de celebración variaba todos los años. Hay que esperar a 1948 para asistir a una eclosión verbenera en numerosos barrios como recuperación de una tradición perdida. En dicho año se incorporan al calendario festivo las del Campo de la Verdad, Las Margaritas, San Lorenzo y la de San Ramón, que tenía lugar en el Campo de la Merced. Al año siguiente lo hicieron las de Ciudad Jardín, San Andrés y San Bernardo, organizada por los vecinos de la plaza del Cardenal Toledo. Eran verbenas más modernas, con frigoríficos y los tímidos inicios de la música grabada en discos.
Este auge de las verbenas coincide con la expansión de la ciudad y la incorporación de nuevos barrios que en la década siguiente comienzan a celebrar sus verbenas, como es el caso de Valdeolleros, Santos Pintados, Cañero y barrio del Naranjo. En la década de los 60 lo harían los barrios de Cañero Viejo, Fuensantilla, Olivos Borrachos o Sector.
Son los años del desarrollismo, simbolizado en el Seat 600 que facilitó las vacaciones a muchas familias españolas. Son también los años de las nuevas bebidas, del pop y del rock y los primeros tocadiscos hicieron que no hubiera que esperar a una verbena para poder bailar. Todo esto hizo que las verbenas decayeran, pero en plena crisis, en 1971, comenzó a celebrarse una verbena de larga trayectoria como es la del Parque Figueroa en honor de la titular de su parroquia, la Virgen de la Asunción.