Festivales de cine a go-go: de páramo se pasó a vergel
Córdoba se ha apuntado a figurar en el circuito de ciudades que celebran certámenes de cine
Córdoba se está convirtiendo en ciudad de festivales de cine, ciclos de cine, semanas y muestras de cine a un ritmo vertiginoso, como en una plantación de setas. Hacer cine, programar cine y ver cine es algo que parece que ha llegado para quedarse en la programación cultural y de ocio cordobesa. Solo en este último trimestre del año se han dado cita la primera edición del Festival Internacional de Cine Documental de Córdoba (Ficdcor), con secciones a concurso, el Noctámbulo, que está arrojando más sombras que luces desde su inauguración el viernes pasado, habida cuenta de lo prometido en su presentación y lo que realmente se va a ofertar a los espectadores y aficionados al género fantástico y de terror, a los que se unirá la próxima edición de la III Semana del Cine de Córdoba Cinema 24, a finales de noviembre, la Muestra de Cine Social ‘La Imagen del Sur’, que organiza CIC Batá, que cumple 19 ediciones o la XXII Muestra de Cine Rural de Dos Torres, evento consolidado a lo largo del tiempo, que tendrá lugar el próximo fin de semana. Eso solo entre octubre y noviembre. Todo esto, que sepamos. Pero vayamos a los orígenes...
Los antecedentes: viajamos a 1977
En una época en la que afloraban por doquier festivales de cine y semanas dedicadas a programar películas a lo largo y ancho de la geografía nacional, además de los ya consolidados, Córdoba no permaneció ajena a este fenómeno en plena Transición. Durante ocho días de octubre, casi los mismos que duró la Revolución en la Rusia de 1917, la ciudad califal, pocos meses después de la legalización del PCE en España, puso en marcha una semana de cine de marcado carácter político de izquierdas, bajo el epígrafe de Cine Histórico, reuniendo a críticos y especialistas en el género. José María Caparrós Lera, por aquel entonces profesor de Cine Republicano en la Universidad de Barcelona y reconocido crítico cinematográfico, viajó hasta Córdoba y dejó constancia de este evento en su libro El cine político visto después del franquismo (Dopesa, 1978) y en una serie de crónicas publicadas en Mundo en las que reflejaba el marcado carácter político de izquierdas que embargaba a esta semana de cine, además de ser el ponente en una conferencia sobre el cine en la II República, tema del que era un reputado especialista. A este respecto, Caparrós refiere que «salvo los ciclos retrospectivos dedicados a Roberto Rossellini, Juana de Arco y el cine de la II República (…) la célebre proposición de Gramsci, el profeta del eurocomunismo, acerca de que la historia es política, se hizo patente en Córdoba desde el primer día». Otra de las circunstancias que rodearon a esta Semana, según rememoró Caparrós, fue la ausencia de numerosos films programados o la repetición de varios títulos sin que el programa oficial fuera fiable debido a tanto cambio, algo que provocó el desconcierto entre los espectadores que, mayoritariamente, llenaban las salas de proyección.
Vamos, que lo de prometer y no programar ya era un clásico en aquella lejana época.
Encuentros con el cine militante
Uno de los focos de atracción para el público asistente, primordialmente universitario y «progresista», como lo denominó uno de los principales invitados a este acontecimiento cultural fueron los llamados Encuentros con el cine militante. El primero de ellos fue el protagonizado por el director chileno Patricio Guzmán, de quien se exhibieron el documental ya famoso en varios países de Europa La Batalla de Chile (en sus dos partes), que refleja el último año del gobierno socialista y el golpe de estado que acabó con la presidencia de Salvador Allende, que dio paso a la dictadura militar de Augusto Pinochet y La respuesta de Octubre (estrenada en Córdoba), que retrataba el paro patronal y de camioneros que tuvo lugar en 1972 contra el gobierno de Allende. Guzmán, a la postre, se hizo acreedor al premio del público «Ciudad de Córdoba» en esta primera edición.
La Organización para la Liberación de Palestina también estuvo presente en estos encuentros a través de tres películas, que incidían en la lucha revolucionaria y armada para crear una identidad nacional y el establecimiento de un estado libre, democrático y laico en el territorio ocupado por Israel. Poco ha cambiado el cuento, ya que Palestina solo tenía estatuto de territorio y fue reconocido como Estado desde 2012. También hubo espacio para la presentación, en el tercero de los encuentros, que finalizaban con coloquios entre invitados y asistentes a las proyecciones, de dos mediometrajes sobre la condición de la mujer en Latinoamérica, realizados por el movimiento feminista norteamericano «International Women´s Film Project». Otras nacionalidades presentes fueron Cuba, Puerto Rico, Méjico, Argelia o la República Federal Alemana, con diversas propuestas militantes de denuncia de la situación en Vietnam, del imperialismo portugués en Angola, el intento de desembarco de anticastristas en Playa Girón en 1971, o los logros de los campesinos chicanos en California por medio de huelgas, entre otros asuntos. Uno de los momentos estelares fue la presentación de la que Caparrós considera la mejor película presentada en la I Semana, la argelina Crónica de los años de brasas que venía de obtener el Gran Premio en el Festival de Cannes y que fue muy valorada por el público en la sesión de clausura. La única aportación española al concurso oficial fue Gulliver, de Alfonso Ungría, protagonizada por Fernando Fernán Gómez, tuvo una discreta acogida, como valoró Caparrós, ya que el público no llegó a conectar con la simbología reflejada en pantalla ni con su historia protagonizada por enanos.
Y así discurrió la historia de una Semana de Cine de Córdoba que nació en un año clave para la historia española, 1977, ya que en el mes de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas tras 41 años, y nuevos vientos de libertad alentaban a las gentes de este país en plena Transición. Un puñado de ediciones tuvo este insólito festival de cine en una ciudad que vivía abotargada culturalmente pero que también desapareció hasta desvanecerse incluso en el recuerdo, aunque dejó mella, sobre todo, en los estudiantes de Magisterio, uno de los lugares donde se proyectaron las películas y se suscitaron encendidos coloquios o en quienes acudieron al Club Santuario, otro de los espacios de la Semana.
Semanas, ciclos y cine clubs
No estarán todos los que fueron, pero seguro que fueron todos los que están. Para hablar del trabajo en pro de la difusión del cine hay que hablar, al menos, de dos nombres propios, el sacerdote Rafael Galisteo Tapia y el crítico cinematográfico Benito Martínez. El primero, al frente de la revista Nuevo LP, puso en marcha las Jornadas Internacionales de Cine en 1980, con el objetivo de ofrecer al público películas de estreno que estaban fuera de los circuitos comerciales, o que llegaban con mucho retraso, además de reponer films de gran calidad, y que siempre estuvo involucrado en la programación de ciclos de películas. Por su parte, Benito Martínez puso en marcha una más que interesante programación que recorría los pueblos de la provincia a modo de ciclos de cine y al debemos los maratones de cine que, durante el verano se proyectaban en el patio blanco de la Diputación de Córdoba en los años 80, como también le debemos la publicación del libro Córdoba en el cine (Diputación de Córdoba, 1991), en el que se analizaban las películas en cuyo rodaje aparecía la ciudad, primero que se editaba con este tema.
Mención aparte merecen los ciclos cinematográficos programados por Cajasur, numerosos y de variados géneros (comedia, ciencia-ficción, musical, religioso...) aparte de los dedicados al público infantil en época navideña. Además, la entrada era gratuita. El Cine Club Liceo, en el que también tuvo su marca Benito Martínez, también fue punto de encuentro de todo tipo de públicos a la hora de asistir a las proyecciones de sus semanas de cine de terror, sus soporíferos ciclos sobre Eric Rohmer, ver películas de Fassbinder, Kubrick, etcétera.
Y, por último ¿quién no recuerda los ciclos que programaba el Gran Teatro? Allí se pudieron degustar en rigurosa versión original con subtítulos los dedicados al cine negro clásico, a Hitchcock y sus películas para la Paramount que volvieron al circuito de proyección o al propio Kubrick? El problema es que el coliseo cordobés dejó de programar cine de la noche a la mañana y, salvo que nos falle la memoria, solo interrumpió esa tónica cuando se proyectó la película Carmen, de Vicente Aranda (de eso hace ya la friolera de 20 años) al tratarse de la première de la película, que se rodó en parte en nuestra ciudad y porque asistió el «todo Córdoba» y había que disponer del mejor pesebre posible para tal fin.
Los ciclos de Nuevo LP desaparecieron, los organizados por la Diputación se esfumaron, los de Cajasur corrieron la misma suerte, del Gran Teatro ya ni hablamos y lo más parecido a un cine-club en la actualidad es la Filmoteca de Andalucía. Y no olvidemos que por el camino también quedó Animacor, el festival de cine que iba a convertir a Córdoba en el referente nacional del cine de animación y dibujos animados y en semillero de nuevos talentos de este género cinematográfico. Descanse también en paz.